Will
De nuevo la taquicardia. Oírla pronunciar mi nombre me detuvo el corazón... y lo reinició a la fuerza. El vello de la nuca se me erizó y un escalofrío recorrió toda mi espalda. Podría decir que son síntomas de enamoramiento, pero no. Esta vez era puro, absoluto e inminente miedo.
Sabía que este momento llegaría desde que me enteré de que Emma había regresado a Chicago, pero no esperaba que fuera tan pronto. Y definitivamente no esperaba que apareciera al día siguiente.
No había una sonrisa en su rostro. Sus manos estaban cerradas en puños, y su mirada era tan afilada que podría cortar metal... o mis excusas. Era más baja que yo, sí, pero intimidaba como si midiera dos metros. Más de uno en la 51 le decía "Chucky", pero eso solo lograba que se enojara más. Yo no era tan idiota como para mencionarlo en voz alta. Al menos, no ahora.
—¡Emma! —intenté sonreír con entusiasmo, pero el miedo ahogaba cualquier rastro de alegría real.
—Ni se te ocurra, Will —escupió sin rodeos, con ese tono implacable que conocía bien—. Tenemos que hablar.
Nunca en la historia de la humanidad esas palabras significaron algo bueno. Nunca.
Caminamos en silencio hasta la cafetería. Yo iba como un adolescente al que acaban de atrapar haciendo algo estúpido. Ella, con paso firme y decidido, como si fuera a rendir informe frente al jefe del escuadrón.
Durante el almuerzo, terminé por contárselo todo. No me guardé nada. Desde la primera vez que vi a Liv después del accidente hasta mis intentos de evitar enfrentar la realidad. Era como una confesión: desordenada, cruda... necesaria. Emma no era solo mi mejor amiga. Era mi cable a tierra. Desde la muerte de su madre habíamos sido eso el uno para el otro. Jay es mi hermano, sí, pero Emma me conoce en otra frecuencia.
—Me voy dos años y te pasa de todo —suspiró al final, sacudiendo la cabeza—. Sabía que dejarte a cargo de Jay era un error —agregó con una sonrisa irónica que me hizo reír. Era la primera vez en días que me reía de verdad.
Pero su sonrisa se fue tan rápido como llegó.
—Mirá, Will. Ya sabes lo que te voy a decir, así que no te voy a dar rodeos: hablá con ella. Enfrentala. No sigas escapando —ahora su mirada estaba libre de juicio. Solo había preocupación y cariño, y eso... eso dolía más que cualquier reproche.
Bajé la mirada. Lo había intentado. O algo parecido.
—Cuando supe lo de la amnesia y la vi sin ese brillo en los ojos... sin esa mirada que me hacía sentir que todo estaba bien... fue como si me borraran a mí también —confesé. Me costaba admitirlo, pero era cierto—. Ni con April sentí algo así. La quise, claro. Quise que funcionara. Pero con Liv... con ella es diferente. Me hizo sentir que podía empezar de nuevo, que tenía futuro. Y ahora ni siquiera sé cómo acercarme sin arruinarlo todo.
Emma asintió con lentitud, entendiendo cada palabra. No había sorpresa en su rostro. Solo certeza.
—¿Entonces por qué estás dejando que el miedo te gane? Ella no se fue, Will. Está acá. Puede que no recuerde, pero está viva. Tenés una segunda oportunidad. Aprovechala.
—No es tan fácil... la veo con Connor, Emma. Desde que salió del hospital, han estado juntos. Y no es solo cercanía. Hay algo más. Lo veo en ella. No sé si lo recuerda o no, pero lo siente —admití. Y en cuanto lo dije, sentí la punzada de celos y tristeza que me acompañaba desde entonces.
—Connor es tu amigo. No te clavaría un cuchillo por la espalda —afirmó sin dudar—. Además, sabes tan bien como yo que él y Natalie... eso no está cerrado del todo. No te estás enfrentando solo a lo que ves. Te estás enfrentando a lo que imaginás. Y eso siempre es más jodido.
La firmeza con la que me tomó las manos me hizo recordar cuánto la necesitaba.
—No te rindas, Will. Luchá por ella. Enamorala de nuevo. Que te conozca de nuevo, desde donde sea que tengas que empezar. Y si te vuelve a elegir, entonces esta historia no terminó. Solo cambió de capítulo.
Quizás tenía razón. Tal vez debía dejar de huir del dolor y del pasado, y comenzar a construir desde este presente, incierto pero lleno de posibilidades.
Ya lo había hecho una vez. Podía hacerlo otra.