Will
Su calor todavía me acompañaba después de varias horas. Ese roce accidental... casi me quiebra ahí mismo. No sabía si había sido una coincidencia cruel o una señal del destino. Tal vez ambas. Tal vez solo una advertencia de que aún no podía estar cerca de ella.
Después de atender la emergencia, me refugié en la sala de descanso mientras esperaba unos estudios. Esa sala se había vuelto mi escondite. El único lugar donde podía permitirme dejar caer el peso de todo esto sin que nadie me viera. Sin tener que fingir que estaba bien.
Verla me reconfortó. Pero sentirla... ese breve contacto fue un ancla lanzada directo al pecho. La suavidad de su piel, el calor de su mano, ese leve temblor. En un parpadeo, los recuerdos me golpearon: las risas, las discusiones, las caricias, las promesas. Todo lo que ella olvidó... y todo lo que yo no puedo dejar atrás.
Me pasé las manos por la cara. No sabía si Liv me había visto o si para ella solo fui un extraño entre tantos. Pero... ¿y si algo dentro de ella también se movió?
—¿Estás bien? —la voz de Nat rompió el silencio. Estaba parada en la puerta, mirándome con esa mezcla de firmeza y ternura que la caracteriza.
Negué con la cabeza. No sabía si por reflejo o porque ya no podía seguir escondiéndome.
—Chocamos, solo fue un segundo... pero sentir su mano... me destruyó —mi voz apenas era audible. Las lágrimas comenzaron a caer, sin que pudiera detenerlas—. Quiero correr de vuelta y besarla, abrazarla, decirle todo... pero no puedo. No puedo.
Nat se acercó sin decir nada más. Se sentó a mi lado y me abrazó fuerte, como solía hacerlo en los peores días de guardia. Con ella no necesitaba hablar. Solo estar.
—No sabía cuánto había estado reprimiendo esto —admití entre sus brazos—. Quise seguir, como hizo ella, como hicieron todos. Pero hoy me rompí.
—Estás a tiempo, Will. No te rindas todavía —dijo, con esa convicción que a veces me falta.
—Tengo miedo —confesé, bajito.
Ella asintió, comprensiva.
—Lo sé. Miedo a que no te recuerde. A que te deje fuera de su nueva vida —suspiró—. Pero Liv me dijo que pensaba empezar desde cero con todos, aunque le asusta lastimar a alguien. Lo de hoy... tal vez fue el primer paso. Tal vez ya está eligiendo volver a conectar con todos, incluso sin memoria.
Sus palabras me atravesaron. Era la verdad que no quería aceptar. Es más fácil comenzar de nuevo que revivir algo que duele. Lo entendía. Pero también sabía algo más: el corazón no entiende de borrones y cuentas nuevas.
El mío, al menos, no lo entiende.
Liv
El resto de la noche, seguí con la misma pregunta en la cabeza: ¿quién era el dueño de esa voz? Esa voz que me había acompañado en sueños tantas veces. Esa voz real. Y ese pelirrojo, que con solo un roce me desarmó.
¿Podía ser él?
Tal vez sí. Tal vez no. Pero mi instinto gritaba que no fue una simple coincidencia.
Pasé la noche con Jay y su novia, Emma. Me sentía cómoda con ellos. Era extraño, porque apenas nos conocíamos —al menos desde mi perspectiva actual— pero algo en ellos me hacía sentir... segura. Como si fueran parte de mi historia.
—Es increíble tener frente a mí a una escritora tan reconocida —dije, todavía con un poco de nervios. Siempre admiré a las personas que sabían contar historias. Tal vez por eso me hice fotógrafa—. Creo que ya sabes lo de mi memoria... pero siento que nos conocíamos antes.
Emma sonrió, pero sus ojos dijeron otra cosa. Algo más profundo. Como si mis palabras la hubieran tocado en un lugar vulnerable.
—No, Liv... en realidad es la primera vez que nos vemos. Estuve fuera de Chicago por dos años —respondió con honestidad.
—Pero a mí sí me conocías —agregó Jay, su voz más suave—. Y a mi hermano...
Me quedé en silencio. La palabra "hermano" hizo que una imagen cruzara mi mente.
—¿Tu hermano es el pelirrojo que estaba con Connor? —pregunté con cautela.
Jay asintió, algo nostálgico.
—Sí. Ese es Will.
Will.
Ese nombre me sonaba. No sabía de dónde, pero algo se activó al oírlo.
—No pensé que en el hospital todos fueran tan guapos —dije sin pensar. Fue un impulso. Emma se rió fuerte y Jay solo negó con la cabeza.
—Lo dice todo el mundo —respondió Emma, divertida—. Los conozco desde adolescentes y aún no entiendo por qué ninguno es modelo.
—Mi hermano sería un desastre en una pasarela —bromeó Jay—. Es más reservado. No le gusta el centro de atención.
—¿Y tú sí? —pregunté, entre risas.
—Jay vive para el drama —saltó Emma antes que él pudiera responder.
La complicidad entre ellos me encantó. Me reí con ganas. Por un instante, olvidé todo lo demás. Con Jay me sentía tranquila. Con Emma, en confianza. Sabía que Connor y Nat eran importantes, pero esto era distinto. Esta conexión... era otra cosa.
—¿Puedo preguntarte algo más personal? —dije, girando hacia Jay.
—Claro, lo que quieras —respondió sin dudar.
—¿Cómo era yo antes del accidente?
Jay tragó saliva. Emma le tomó la mano, como si le diera fuerzas para responder.
—Eras luz —dijo, con los ojos brillando—. Llenabas todo con tu energía. Te reías fuerte, llorabas con películas tontas y tenías la increíble habilidad de hacer reír a todos en los peores momentos. Eras auténtica.
Me quedé sin palabras.
—Es extraño —murmuré—. Todos me recuerdan, pero yo no reconozco a esa versión de mí. Me cuesta verme en esa persona. Soy diferente ahora. Más insegura, más... pequeña.
Emma se acercó, sin dudar.
—Si algún día querés hablar de eso, estoy para ti —y sin pensarlo, me abracé a ella.
Fue como abrir una compuerta. Las emociones salieron. No había lágrimas, pero sí un nudo en la garganta que no se quería ir.
Entonces sentí otros brazos. Más grandes. Más firmes. Un perfume familiar. Y supe que era Jay. Mi confidente.