CAPÍTULO 16: La mirada en el futuro

Will

Hablar con April me ayudó. Pude desahogarme sin recibir reproches ni que me dijeran lo que debía hacer. Necesitaba pensar las cosas antes de enfrentarme a la realidad, y con ello en mente, decidí que era momento de continuar con mi trabajo. Pero como siempre, el universo tenía otros planes.

Tal vez entré a la sala de descanso en el momento menos oportuno, pero verla de nuevo tan cerca, tan real... Me quedé sin aire. Sus ojos se encontraron con los míos, curiosos, llenos de una luz que me era dolorosamente familiar. Podía notar cómo analizaba mi rostro, como si buscara algo. Quizás un recuerdo. Quizás una señal. O quizás... solo buscaba respuestas.

—Hola —fue lo único que logré decir. Y no sé cómo mi voz no tembló.

—Hola —respondió ella con un tono suave, casi tímido. Sus ojos no se apartaban de mí—. ¿Will, cierto?

Tragué saliva y asentí, sintiendo cómo mi nombre saliendo de sus labios me estremecía de arriba abajo.

—Soy Liv —dijo, aunque sabía que no necesitaba presentarse. Nos miramos durante unos segundos en silencio, como si el tiempo no supiera si avanzar o retroceder.

—Lo sé —respondí finalmente, con una pequeña sonrisa.

Sin poder decir más, miré a Nat, que se encontraba a su lado. En su mirada vi algo más que simple incomodidad: miedo y preocupación. Algo había pasado, lo sabía, y su miedo se me contagió sin querer.

—Anoche estuve hablando con tu hermano, Jay —dijo Liv, y su voz me trajo de vuelta a ella. Una sonrisa apareció en su rostro, y por un segundo vi un destello de luz en sus ojos. Lo había recordado.—Recuperé los recuerdos de él, por lo que imagino que también interactué contigo —agregó, mirándome directamente.

Solo pude asentir. Las palabras no me salían. Saber que había recuperado a Jay en su memoria me llenó de esperanza... quizás también podría recuperarme a mí. El impulso de abrazarla, de besarla, de hacer que su cuerpo recordara lo que su mente aún no podía, era abrumador. Pero estaba paralizado. No sabía qué hacer. No sabía si podía.

Liv

Al fin, la voz que tanto invadía mis sueños tenía un rostro. Era él. Will. Y de repente, todo tenía sentido: los susurros en mi cabeza, las imágenes borrosas, las emociones inexplicables. Esos sueños no eran producto de mi imaginación; eran ecos de recuerdos olvidados.

Lo tenía frente a mí. Y aunque algo dentro de mí gritaba que me acercara, que lo abrazara, que confiara en ese presentimiento que me llenaba el pecho, debía ser prudente. Había visto a su esposa minutos atrás. Vi el cariño entre ellos, vi la forma en que él la miraba... y también vi su tristeza.

—Me alegra saber que lo recordaste —dijo Will finalmente, con voz suave, casi temblorosa. Y pude ver cómo me miraba... como si esperara algo.

No supe qué responder. No estaba lista para promesas ni para explicaciones. Apenas estaba empezando a reconstruirme.

—Y a mí —respondí—. Me agrada recuperar mis recuerdos, pero sé que no todos volverán, y ya lo acepté. Estoy empezando de cero, conociendo a todos los que estaban en mi vida, creando nuevos recuerdos y vivencias.

Tenía la vista fija en mí, y pude ver cómo aquella tristeza regresaba a sus ojos.

—Espero conocerte de nuevo... y ser amigos —añadí, con sinceridad.

Will dudó. Una sonrisa apareció en su rostro, pero no alcanzó sus ojos. Aún así, dio un paso hacia mí, inclinándose para dejar un beso suave en mi cabeza. Fue un gesto de cercanía, inesperado, íntimo... pero no del todo cómodo. Su calor era intenso, casi abrasador, como una brasa que dejaba un rastro agridulce. Había algo en él que me resultaba familiar, sí, pero no de la forma que esperaba.

Sin querer, lo comparé con Connor. Con él, todo era distinto. Su presencia me reconfortaba, me envolvía sin quemarme. Su cercanía despertaba algo dentro de mí que no sabía cómo nombrar, pero que deseaba seguir explorando.

—Yo también espero que me recuerdes —admitió en voz baja.
No era su intención que lo oyera, pero lo hice.

Sus palabras quedaron flotando en el aire mientras él se alejaba para seguir con su trabajo, dejándome más confundida que nunca. Había algo que faltaba, algo que no podía nombrar, pero que me ahogaba lentamente. No lo entendía. Y, aunque deseaba saber qué era, otra parte de mí quería dejarlo así. Empezar de cero con todos... sin cargar con las sombras del pasado.

—¿Liv?

La voz de Nat sonó distante, como si estuviera hablando desde muy lejos.
Un instante después, sentí algo tibio resbalando por mi nariz.

—¡¿Liv?! ¡Connor!

Los gritos de Nat se volvieron ecos en un túnel sin fin. Mis piernas se volvieron de gelatina, incapaces de sostenerme, y un dolor punzante me atravesó el cráneo como una corriente eléctrica.

Antes de caer, mis ojos encontraron los de Connor.
Sus pupilas se dilataron, su rostro perdió el color y su voz se volvió desesperación pura.

—¡Liv! ¡No, no, no... quédate conmigo!

Luego, oscuridad.

No sabía cuánto tiempo estuve sumida en esa oscuridad profunda antes de ver una luz. Pero no era la de una sala de hospital. Era un rayo de sol que se colaba suavemente entre las cortinas.

Parpadeé con lentitud, mis ojos luchando por adaptarse. Al abrirlos por completo, lo primero que reconocí fue mi habitación. No entendía nada.

La última imagen que tenía era la del rostro de Connor, su expresión de pánico, su voz desesperada gritándome que resistiera. Después... nada. Solo silencio.

—Liv.
La voz de Connor llamó mi atención. Al voltear, lo vi con un pijama azul oscuro, despeinado y con una taza de café en las manos. Miré el reloj en la mesa de noche. Eran poco más de las seis de la mañana.

—Connor... ¿qué pasó? —pregunté, sintiendo mi pulso acelerado. En su rostro también noté desconcierto, aunque mezclado con ternura.

—¿Estás bien? ¿Tuviste una pesadilla? —dejó la taza en la mesa de luz y se sentó a mi lado en la cama.