El pasado en una pantalla

CAPÍTULO 21: Sigue mi voz

Will

Despertar sin el sonido de una alarma era un lujo que rara vez me permitía. La luz matinal se colaba por las persianas medio cerradas de mi habitación y, por un instante, me permití quedarme acostado, disfrutando del silencio. Era uno de mis escasos días de descanso, y aunque mi cuerpo aún arrastraba el peso de las últimas guardias, sentía la mente un poco más ligera.

Preparé café sin prisa, con el celular en modo "no molestar" y música suave de fondo. No pensaba ir muy lejos ese día, tal vez una caminata por el parque o un libro pendiente en el sillón. Sin embargo, justo cuando me servía la segunda taza, el celular vibró con fuerza sobre la encimera.

Liv.

No supe exactamente por qué mi corazón reaccionó como lo hizo, pero abrí el mensaje sin dudar:

¿Estás ocupado hoy? Necesito un asistente de confianza para una sesión, alguien que no me haga estornudar con el flash y sepa sostener bien un reflector.

Sonreí sin darme cuenta. Ese tipo de mensajes me hacían sentir útil para ella de una forma distinta, más ligera, más cotidiana.

Estoy libre. ¿Dónde y a qué hora? —respondí, dejando mi taza a un lado.

Segundos después, me llegó la dirección. Era un parque en las afueras, uno que solía visitar cuando necesitaba despejarme después de las guardias más difíciles. El saber que Liv lo había elegido sin saber eso, me pareció una especie de guiño del destino.

Mientras me dirigía al parque, a mi mente llegaron los recuerdos de las veces en que la ayudé con algunas sesiones fotográficas, antes de que nos convirtiéramos en pareja. Aquellos momentos fueron claves para acercarme a ella, para entenderla más allá del hospital y dejar claras mis intenciones, aunque en ese entonces no lo dijera con palabras.

A veces era tan simple como sostener un reflector o alcanzarle una lente, pero en esos pequeños gestos encontraba excusas para quedarme a su lado un poco más. Ella se perdía en su mundo detrás del lente, y yo me perdía observándola a ella.

Cuando llegué, la vi enfocando su cámara, a punto de tomar una foto, pero terminó bajándola con frustración. Parecía que no encontraba el ángulo correcto o simplemente no se sentía cómoda.

—¿Necesitas ayuda? —pregunté al acercarme, justo cuando volvía a intentar tomar otra foto.

—Oh, hola —sonrió, intentando mostrarse relajada, aunque la frustración era evidente en sus gestos—. Estoy peleando un poco con la cámara hoy.

—¿Problemas técnicos o creativos? —bromeé suavemente, inclinándome un poco para mirar la pantalla de la cámara.

Ella suspiró y bajó los hombros.

—Aún no lo sé —admitió ella—. Quiero hacer fotos del parque. Estamos en plena primavera y las flores están preciosas hoy, el sol está en su mejor punto... pero por más que lo intento, no me convence.

La frustración era evidente en su mirada, aunque intentara ocultarla con una sonrisa. Su postura, su tono, ese ligero ceño fruncido... la conocía demasiado bien como para no notarlo. Vi en sus ojos esa lucha interna que alguna vez también viví con mi trabajo. Y fue entonces cuando lo recordé.

Un día muy parecido a este, antes de que fuéramos pareja, la ayudé a conectar de nuevo con su instinto fotográfico. No con consejos técnicos, sino con algo más simple: con calma, con sensación, con escucha.

Me arriesgué.

Me acerqué despacio, tan cerca que mis labios rozaron suavemente su oreja izquierda. El perfume a melocotón que siempre la acompañaba me golpeó con fuerza, trayendo consigo un millar de recuerdos. Ese aroma tenía memoria propia.

—Déjame ayudarte —le susurré— Ahora cierra los ojos y escucha —dije en voz baja—. Concéntrate en lo que captan tus oídos.

Liv

Por inercia cerré los ojos. Sentía que esto ya lo había vivido antes... o mejor dicho, que lo había soñado. Pero ahora lo entendía: no era un sueño, era un recuerdo. Un fragmento de mi pasado con Will, escondido entre tantos otros que aún no logro recuperar.

El susurro de su voz, la cercanía de su cuerpo, el roce casi imperceptible de sus labios en mi oído... todo me resultaba familiar. No me asustaba, no me incomodaba. Al contrario, una paz extraña me envolvía, como si por fin algo dentro de mí encajara en el lugar correcto.

Respiré profundo, y como él me dijo, me concentré en los sonidos a mi alrededor: el canto de los pájaros, el murmullo del viento entre las hojas, las risas lejanas de un grupo de niños. Y entonces, lo vi. Vi la escena no solo con los ojos, sino con el alma.

Levanté la cámara y disparé.

La imagen que capturé me hizo sonreír. Era justo lo que buscaba. Tal vez Will tenía razón: mi magia estaba ahí, solo necesitaba encontrarla otra vez.

—Gracias —dije sin mirarlo aún, aún enfocada en la pantalla de la cámara.

—Siempre —contestó él con suavidad.

Así pasamos casi toda la tarde. Sentía que nos acercábamos más con cada palabra, con cada mirada compartida entre disparos de la cámara. Y al mismo tiempo, el dilema dentro de mí crecía más y más.



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En el texto hay: amnesia, amor, chicagomed

Editado: 27.07.2025

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