El pasado en una pantalla

CAPÍTULO 27: Una línea muy delgada la cual no debes cruzar...¿o si?

Will

No era la primera vez que recogía a Liv para una cita. Pero esta noche era distinta. Sentía que me estaba jugando todo en una sola carta. Porque ahora no solo luchaba por su amor, también lo hacía contra sus recuerdos... y los míos.

Apreté el volante mientras esperaba en la entrada de su casa, repasando mentalmente lo que había planeado. Era una cena sencilla, sin fuegos artificiales ni discursos ensayados, pero con todo lo que tenía para ofrecerle: honestidad, calma, y un poco de esa torpeza mía que ella siempre decía que era "entrañable".

Cuando la vi salir, mi corazón se apretó. Llevaba una chaqueta de cuero que solía usar antes del accidente. ¿Se acordaría de eso? ¿De mí con ella esa noche bajo la lluvia en Wicker Park?

—Hola —dije apenas bajó las escaleras.

—Hola —respondió con una sonrisa suave, bajando la mirada como si los nervios también la acompañaran.

Me apresuré a abrirle la puerta del auto. Cliché, sí. ¿Pero desde cuándo me importaban los clichés si se trataba de ella?

Durante el trayecto pusimos música de fondo, una lista que armé en secreto con canciones que sabía que le gustaban... o que, al menos, antes le gustaban. Cada nota era una pequeña puñalada de nostalgia.

Ella se quedó en silencio por un momento. Luego, con su tono curioso, preguntó:

—¿Estás nervioso?

Solté una risa tensa.

—¿Así de obvio soy?

—Mucho.

—Bien —me encogí de hombros—. Supongo que eso pasa cuando quieres que algo salga bien.

Ella no dijo nada, pero su sonrisa, esa que parecía decir "tranquilo, estoy aquí", me alivió como una buena noticia después de un día largo en urgencias.

El restaurante nos recibió con su calidez tenue. Pedí una mesa junto a la ventana, con vista al lago. Algo íntimo. Algo donde pudiera mirarla sin que nadie más interrumpiera.

Pedimos vino. Hablamos de cosas simples: el hospital, de su trabajo, del compromiso reciente de Jay y Emma.

Pero mi mente no estaba en la conversación. Tenía un peso clavado en el pecho que no podía seguir arrastrando.

Tomé aire.

—Liv, hay algo que tengo que contarte... antes de que esta noche termine. Y antes de que tomes cualquier decisión sobre nosotros.

Ella me miró, atenta, con esa forma suya de ver más allá de las palabras.

—El día del accidente... yo planeaba pedirte matrimonio.

El vino se quedó suspendido en el aire, a medio camino de su boca. Bajó lentamente la copa y me miró con los ojos bien abiertos.

—¿Qué?

——Jay iba a darme el anillo de nuestra mamá antes de que ocurriera el accidente... claro que ahora ese anillo se lo dio a Emma —sonrió con melancolía, bajando la mirada un segundo antes de volver a fijarla en mí—. Había preparado todo para decírtelo después de cenar en tu lugar favorito. Iba a hacerlo con una de esas frases cursis que tanto odias. Hasta le pedí a Emma que me ayudara a escribir todo lo que iba a decir.

Solté una risa sin humor.

—¿Te imaginas? Yo, poniéndome de rodillas mientras tú me decías que arruiné la sorpresa.

Ella seguía en silencio. Y por primera vez esa noche, el miedo me invadió por completo.

—Sé que no te estoy pidiendo que recuerdes lo que sentías —continué—. Pero necesitaba que supieras cuánto te amaba. Y aún te amo. Eso no cambió.

Liv

No supe qué decir. Sentí que las palabras se deshacían en mi garganta.
Will acababa de confesarme que, antes del accidente, planeaba pedirme matrimonio.
¿Matrimonio?
¿Estábamos en ese punto?

Me miraba con una mezcla de nerviosismo y ternura, esperando... algo. Una respuesta. Una señal. Algo que le dijera que seguía ahí, que esa Liv —la que decía odiar las frases cursis, la que tenía su lugar favorito, la que aceptaría ese anillo— seguía viva dentro de mí.

Y por un segundo, lo dudé. Dudé de todo.
De lo que sentía por él.
De lo que sentía por Connor.
De lo que sentía por mí misma.

Pero entonces lo vi.
No al médico que todos admiran.
No al hombre que estuvo conmigo en cada paso desde que desperté en el hospital.
Sino al Will que me hacía reír sin esfuerzo.
Al Will que me leía como un libro abierto incluso cuando ni yo misma podía entenderme.
Al Will que, en otra vida —en esta misma vida que aún no recordaba del todo— me había amado tanto como para querer casarse conmigo.

Sin pensarlo, me incliné hacia él. O tal vez fue él hacia mí. Tal vez fue el universo empujándonos.
Nuestros labios se encontraron y...
Todo volvió.

Los colores, las risas, las discusiones por quién se comía el último pedazo de pizza.
Las noches de películas que nunca terminábamos porque terminábamos besándonos en el sofá.
Los abrazos en su departamento mientras la ciudad dormía.
Los planes de futuro entre susurros en la cama.
Y sí... la pequeña caja que Jay sostenía aquella tarde en la que todo cambió.

Una lágrima se escapó de mis ojos sin que pudiera evitarlo.
Will me besaba como si tuviera miedo de que me rompiera.
Y en cierto modo, sí... me estaba rompiendo. Pero no de dolor.
Me estaba rompiendo de amor.

Al separarnos, lo miré.
No dije nada.
Solo asentí lentamente mientras una sonrisa, aún temblorosa, se formaba en mis labios.

Lo recordaba todo.

Y en medio de aquel reencuentro, entre las luces suaves, el aroma del vino y el calor de su abrazo, supe que —quizás— nunca había dejado de amarlo.

Porque a veces, el amor no necesita recordarse... solo necesita sentirse.



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En el texto hay: amnesia, amor, chicagomed

Editado: 27.07.2025

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