Liv
—¿Estás segura de esto? —preguntó Nat, deteniéndose justo frente a la puerta de la cafetería donde había quedado con Will.
Asentí, aunque en el fondo, los nervios me hacían tambalear internamente. Mis dedos jugaban con la cremallera de la chaqueta, como si buscar distracción evitara que me quebrara.
—No sé si es la decisión correcta, pero sé que necesito ir —confesé—. Ver el departamento. Ver qué siento estando ahí otra vez.
—¿Y lo que sientes por él? —me preguntó sin rodeos. Esa era Nat. Directa, clara, imposible de esquivar.
—Siento que lo conozco sin conocerlo del todo. Que mi corazón lo recuerda más que mi mente.
—Eso pasa cuando alguien deja huella. Lo de Connor fue parte del camino, Liv. Pero Will... siempre fue tu hogar.
Sentí el nudo en el pecho. No sabía qué me dolía más: la idea de recordar todo o de no recordar nada.
—¿Y si entrar ahí me rompe? ¿Si recordar me hace huir?
—Entonces lo sabrás —me dijo, firme pero cálida—. No estás obligada a nada. Pero si hay algo que aprender esta noche, apréndelo. Sin miedo.
La abracé fuerte, como si ese gesto me diera la valentía que aún no encontraba del todo.
Entonces escuché el claxon suave desde la calle. Me giré. Ahí estaba él. Will. De pie junto a su auto, con las manos en los bolsillos y esa media sonrisa nerviosa que le nacía sin querer cuando no sabía cómo empezar.
—Ve —me animó Nat, con una mirada cómplice—. Pero no vayas pensando en decisiones. Solo... siéntelo.
Crucé la calle.
Will no dijo nada cuando llegué a su lado. Solo abrió la puerta del auto y me miró con ojos cálidos, tranquilos. Como si me esperara desde siempre. Como si nada hubiera cambiado. O quizás como si todo estuviera a punto de volver a empezar.
El camino hasta el departamento fue en silencio, pero no fue incómodo. Era como una tregua implícita, un pacto sin palabras. No había música, ni prisas. Solo el sonido de la ciudad y nuestros pensamientos compartiendo espacio.
Will abrió la puerta con cuidado, como si el simple sonido de la cerradura pudiera romper el momento. Me dejó pasar primero, y en cuanto crucé el umbral, algo se removió dentro de mí. El aire olía a hogar... al nuestro. A esa mezcla entre su colonia y el café que solíamos tomar juntos por las mañanas.
—Sigue igual —murmuré, recorriendo con la mirada cada rincón—. No has cambiado nada...
—No podía —respondió él con una media sonrisa—. Nunca fue solo mi hogar.
Caminé lentamente, tocando el respaldo del sofá, el borde de la mesa, los libros desordenados sobre el aparador, mis fotos aún en los marcos. Los recuerdos volvían como una lluvia suave, uno por uno, sin prisa pero con fuerza. Recordé las risas, las peleas, las noches en el sofá viendo películas que nunca terminábamos, su forma de quedarse dormido abrazándome como si pudiera protegerme de todo.
Me giré hacia él.
—¿Por qué conservaste todo? ¿Incluso las cosas que creí haberme llevado?
Will me miró con una mezcla de ternura y dolor.
—Porque no podía soltarte del todo. Parte de mí siempre supo que ibas a volver. No sabía cuándo ni cómo, pero lo necesitaba.
El silencio se instaló por unos segundos. No era incómodo. Era de esos silencios llenos de significado, que te obligan a escuchar lo que no se dice en voz alta.
Me acerqué y él me rodeó con los brazos. Ese abrazo no era el de alguien que teme perder; era el de alguien que ya lo había perdido todo... y aún así estaba dispuesto a intentarlo otra vez.
—Will... —susurré contra su pecho—. Te extrañé, incluso cuando no sabía por qué.
Él acarició mi cabello, suave, como si yo fuera a romperme.
—Estás aquí. Eso es todo lo que importa ahora.
Nos miramos por un momento que pareció detener el tiempo. Y sin decir nada más, nuestras bocas se buscaron. Esta vez no fue un beso tímido ni impulsivo. Fue lleno de todo lo que habíamos callado, de todo lo que se rompió y que ahora comenzaba a repararse.
La ropa fue desapareciendo poco a poco, sin apuro, como si quisiéramos memorizar cada centímetro del otro otra vez. En su cama —nuestra cama—, entre susurros, caricias y miradas largas, nos redescubrimos. No fue solo pasión. Fue entrega, reconciliación, amor en la forma más honesta.
Después, envuelta en su pecho, con los dedos entrelazados a los suyos, sentí que había vuelto verdaderamente a casa. No solo al departamento. A él.
Y aunque aún no había dicho mi decisión en voz alta... mi corazón comenzaba a gritarla con fuerza.