El tiempo transcurría sin poder frenarlo. Maia se embebía cada vez más con las cuestiones relacionadas con la empresa y el señor Nigel insistía cada vez más que fueran a trabajar a casa pues se sentía muy cansado y solo ahí se relajaba. Un par de veces insinuó a que se mudaran a su casa. Maia no sabía que hacer, pues su secreto cada vez pesaba más, esos momentos en que trabajaba junto al señor Nigel constituían precioso tiempo que le quitaba para estar con Michael. Sentía que últimamente lo había visto muy poco y su corazón se arrugaba cuando pensaba en sus largas pestañas negras durmiendo cuando llegaba agotada de noche. Leah empezó a notar el cansancio en los ojos de su hija la que, antes orgullosa se erguía en todo su largo y mantenía la cabeza arriba pero últimamente algo pesaba en sus hombros y no sabía como ayudarla.
—Imbécil —entró un día mascullando mientras se quitaba los zapatos en la entrada de la casa. Estaba muy ofuscada y Leah salió a preguntar que pasaba.
—¡El imbécil de Josh!! Quiero matarlo! —decía rechinando los dientes.
—¿Pero por qué?¿qué hizo?—preguntó aunque ya sabía cual era la respuesta. Se dio cuenta con dolor que su hija estaba enamorada del heredero Nigel. Lo vio en sus ojos el día en que fueron a almorzar. Era una lástima pues siempre tuvo la esperanza de que un día conociera a un buen hombre que la aceptara a ella y a su pequeño hijo. Ese muchacho nunca se fijaría en alguien como Maia, era muy superficial y altanero. Tampoco la merecía, pensaba en su interior. Ella debe aspirar a más, mucho más.
Hace dos años
Leah se preparaba para ir a su tercer trabajo del día. Casi al límite de sus fuerzas solo debía llegar al bus para poder dormitar en el camino al restaurant donde se pasaba horas lavando copas y platos. Dormía muy poco ya que su día iniciaba muy temprano y volaba de un trabajo a otro. Como madre soltera debía proveer a su casa. Aún Maia no se recibía por lo que tenía a dos hijos a cargo. Se sorprendió cuando entró Maia directamente al baño a vomitar. Puso los ojos en blanco, lo único que faltaba era que alguno enfermara. No le daba el presupuesto del mes para gastos médicos. Golpeó la puerta del baño hasta que Maia salió. Tenía un color de piel cetrino, algo no estaba bien con ella.
—Hija, ¿ qué tienes? ¿desde cuándo estás así? Puedo hacerme un tiempo y te acompaño a la sala del barrio para que te vea la enfermera de urgencias.
—No, mamá. Ve a trabajar, yo me encargo.
Sabía que no podía darse el lujo de enfermar porque debía mantener las notas excelentes siempre y eso le imposibilitaría dedicarse a sus estudios.
Ese día tuvo que esperar un par de horas para que la atendieran pues era una sala pública y gratuita por lo que siempre estaba atestada de personas de todas las edades y con distintas dolencias. El personal era escaso y la mayoría de las veces derivaban a centros de mayor complejidad para que fueran atendidos.
Entró con la esperanza que fuera solo un malestar estomacal o una intoxicación por algo que hubiera comido. La enfermera le hizo una serie de preguntas de rutina, le tomó muestras de sangre y le pidió que esperara un par de días hasta que estuvieran los resultados.
Cuando regresó, por pura curiosidad abrió el sobre manila que le habían entregado. Adentro estaban los resultados y las recomendaciones junto al nombre del especialista: Dr. Charles Thomson, ginecólogo y obstetra. Frunciendo el ceño se sentó en uno de los bancos de la plaza que cruzaba. Lo que encontró allí era un recuerdo latente de lo que había ocurrido aquel día el cual jamás podría olvidar ni aunque corrieran los litros de lágrimas con los que intentaba borrar las imágenes que se sucedían una y otra vez.
Presente
Desde aquel día del incidente en la piscina no volvieron a hablar. Se estableció entre ellos una especie de muro de silencio e incomodidad. Maia sentía mucha vergüenza por como había actuado. Aunque no lo reconociera, le afectaba mucho lo que Josh pensara de ella. Aún guardaba recuerdos del bullying que sufrió en el instituto y su presencia los hacía renacer como una flor por la mañana. Se sorprendió de que hubiera perdido la calma, nunca actuó de esa manera, siempre había sido una persona tranquila y se jactaba de no ser histérica como había visto comportarse a otras mujeres. Ese día, al recobrarse descubrió que le había marcado la piel con sus uñas. Tenía algunas zonas de su cuello y pecho en carne viva. No podía creer que lo hubiera tocado en esas zonas. Se ponía roja cada vez que veía ahora las marcas lívidas cuando no estaban cubiertas por la camisa y corbata que usaba a diario. Era imposible desviar la mirada de esas partes cada vez que él aparecía en su presencia. Sus ojos viajaban involuntariamente a su cuello y tenía unas ganas locas de tocar las cicatrices. Tenía la enferma idea de que lo había "marcado" como si fuese un animal recién comprado. Se estremecía de solo pensarlo.
Por su parte, Josh también se sentía incómodo, cosa jamás ocurrida con alguna mujer. Tuvo muchos encuentros con todo tipo de ellas pero con Maia era diferente. Siempre lo había sido y le dolía reconocerlo. Creyó que en el tiempo que no la vio se había borrado su recuerdo pero ahora comprobaba que no era así. Sentir su cuerpo mojado junto al suyo le ocasionó una serie de sueños violentos en los que despertaba sudado por las mañanas, era un fuego que lo comía por dentro como lo había sido desde siempre, desde el primer día en que vio a la flacucha muchacha caminar por los pasillos y levantó la vista hacia donde él estaba intentando saber como diantres continuar con su vida. Esa mirada gris se quedó clavada para siempre en su cabeza y en su corazón y lo hizo elegir el camino. Constituía todo un enigma para él esa muchacha a la que no conocía ni su voz, era inalcanzable para él por lo diferente a todas las que había conocido como al miedo al rechazo de los que le rodeaban. Fui siempre un cobarde ...y lo seguiré siendo...
Editado: 14.03.2022