—¿Nada fue real?— preguntó temblando. Mis dedos sufrían por no poder correr hacia ella y secar todo el dolor que se esparcía por sus mejillas. Pero ella no merecía eso. Ella merecía más de lo que yo podía ofrecerle. Ella merecía el mundo entero y aún así no era suficiente.
—Cuando salgamos de aquí, afuera habrá un auto negro esperando. Subirás ahí de inmediato. No mires atrás ni por un segundo. El chofer te llevará hasta una estación de buses. Tomarás el primer bus que aparezca y te marcharàás muy lejos de aquí.— todo esto se lo dije con firmeza, mirándola directamente a los ojos. No podía mostrarle vulnerabilidad alguna porque sé que al mínimo indicio de ello y ella se aferraría con todas sus fuerzas.
—¿De verdad nunca me amaste?— insistió, la esperanza que aún tenía en mí aniquilaba cada parte de mi cuerpo. Aquella mujer era tan terca. Y aunque creí odiarlo tanto al principio, esa fue una de sus cualidades que le hicieron la primera grieta a mi gélido y duro corazón. En realidad, esa fue una de las cosas que me hicieron dar cuenta de que poseía un corazón y además era uno frágil, muy frágil.
La ignoré nuevamente y terminé de desatar el amarre de sus tobillos. La ayudé a levantarse de la silla. Después de tantas horas atada a ella, sus músculos deberían de estar muy adoloridos.
Su perfume me invadió al tenerla presionada en mi pecho, confiada se apoyaba entre mis brazos. El sonido de dos disparos no tan lejanos a nuestra ubicación nos alarmó.
—Debemos irnos. No hay mucho tiempo— la sujeté del brazo fuertemente y la conduje por aquel pasillo oscuro. Pronto nos alcanzarían si no nos dábamos prisa.
Después de unos minutos pude visualizar la salida. Apenas y se filtraba la luz de la noche por las rendijas de la puerta. Efectivamente, un hombre dentro de un auto nos esperaba en la autopista.
—Apresúrate, entra.— la empujé hacia la puerta del auto.
—No, no lo haré. No sin ti— se resistió. No quería hacer esto, no quería dejarle este último recuerdo mío, pero tenía que hacerlo para que ella viviera. Tenía que romper cada último trozo de su fe en mí que aún le quedaba, tenía que romperle el corazón.
—¡Carajos, Ana! ¡Entiende! ¡No te amo!—le grité muy fuerte. Eso la tomó por sorpresa y la hirió demasiado, pero sabía que eso no bastaría. Tenía que dejarle mucho más que heridas, tenía que dejarla al borde de la muerte. Solo así ella me dejaría.— Nunca te amé, ni por un insignificante segundo. Siempre fuiste parte de un plan. Fuiste solo una pieza que necesitaba para completar un objetivo.
—¡Mientes! Solo tratas de alejarme. Sé que me amas. Tu boca puede gritarme mil mentiras, pero tus ojos no.— Una furia poderosa me embargó. Me enfurecía que me conociera tanto. Antes de ella, no había persona que pudiera leer alguna de mis expresiones. Me entrenaron para esto. Que el enemigo nunca detecte tus emociones fue una de mis primeras lecciones. Aspecto en el que creí ser perfecto, pues tenía la certeza de que mi cuerpo no tenía un puto corazón que lo controlara. Pero ella llegó a mi vida y me lo lanzó a la cara. Lo peor de todo es que este maldito órgano también podía sangrar. Por esta razón tenía que alejarla, porque pese a que tenía la capacidad de sentir, tenía muchos demonios que no tardarían en destruirme y a su paso se la llevarían a ella. No podía permitirlo. Ella tenía tanto para dar, tanta amor y luz que entregar y yo solo acabaría por apagarla. Esto lo hacía por ella, tal vez hoy se irá moribunda por la crueldad de mis palabras, pero logrará sobrevivir. Mi ángel recuperará sus alas y volverá a volar.
Acerqué mis labios hacia su oído y le susurré mis últimas puñaladas.
—Nunca sentí nada mientras te besaba o tocaba. Es más, cada vez que lo hacía inmediatamente iba con otras mujeres para borrar el sabor amargo que tú me dejabas. Cómo siquiera iba a soportar mirarte si eres el vivo reflejo del asesino de mis padres.
Su rostro palideció, la conmoción de aquella declaración la dejó inmóvil.
—¿Ahora lo comprendes?— empujé mucho más el cuchillo. Habían tantas verdades ocultas, tantos secretos dolorosos y un pasado que se arrastraba pidiendo liberarse.
—No..no...no es posible— la negación se apoderaba de su cuerpo mientras el tiempo avanzaba.
—Te he odiado cada maldito segundo que pasé a tu lado— la mentira salía fácilmente de mi boca. Dolía tan profundo como el cuchillo que enterraba en su corazón con mis engaños.
—Si hoy te dejo vivir no es porque me provoques algún tipo de sentimiento de amor o ese tipo de cosas ideales y perfectas que te creas en la cabeza.— la estocada final se asomaba en mi lengua— Esto lo hago porque cuando tu padre te vea a los ojos, sabrá que su niña fue tocada y arruinada por sus acciones del pasado. Cada vez que te vea llorar por mí, sabrá que esas lágrimas tuyas son solo el pago por las lágrimas que mi madre derramó en la tumba de mi padre y que solo pararon cuando la muerte se la llevó.
Segundos, ese fue el tiempo que pasó hasta que ella finalmente me soltó. Nunca miró hacia mí. Ni siquiera mientras el auto se alejaba. Había logrado dejarla tan rota que sé que una parte suya jamás volvería a sanar. La certeza de haber destruido una parte de ella, en un tiempo pasado me hubiera llenado de satisfacción, pero ahora mismo solo siento que me hundo en un vacío sin retorno. Y es que esta noche no solo he destruido una parte de ella, también destruí la esperanza que no sabía que tenía sobre la posibilidad de que ella me perdonaría y pese a todo guardaría el espacio que hasta hoy ocupé en su corazón.
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Cada segundo que se evapora me aleja un poco más de él. La distancia se hace mucho más larga mientras el auto avanza. No me ama. Jamás lo hizo. Quiero olvidarme de él por siempre, pero sé que no podré. Incluso si lo odiara, no podría hacerlo por siempre, pues la consecuencia de su venganza vestida de un falso amor descansa en mi vientre.