Los días se tornaron más sombríos en el conventillo después de que Lucía y Carmen encontraran el antiguo libro de hechizos. A medida que estudiaban sus páginas, los extraños sucesos en el Pasaje Maldito parecían intensificarse. Risas infantiles se escuchaban a altas horas de la noche, susurros inquietantes flotaban en los pasillos y una inquietante presencia acechaba en cada rincón.
La muñeca de porcelana, Clara, seguía siendo el epicentro de la inquietud y el miedo. Su mirada inquietante se volvía cada vez más penetrante, como si estuviera observando cada movimiento de Lucía. La niña comenzó a evitar llevarla a su habitación, dejándola en el ático, donde pensaba que estaría más segura.
Sin embargo, las pesadillas de Lucía no cesaban. Noche tras noche, se encontraba atrapada en sueños aterradores donde era perseguida por sombras siniestras y risas macabras que resonaban en su mente. Al despertar, se sentía exhausta y asustada, sin saber si lo que había vivido era sólo producto de su imaginación o si había algo más oscuro detrás de todo aquello.
En el conventillo, los rumores sobre las desapariciones y los sucesos paranormales se esparcían como un reguero de pólvora. Algunos residentes afirman haber visto figuras sombrías desvanecerse en las sombras, mientras que otros aseguraban haber escuchado lamentos y voces provenientes del ático.
Un día, una de las ancianas del lugar, Doña Rosa, desapareció misteriosamente sin dejar rastro. Había sido una figura materna para muchos en el conventillo, siempre dispuesta a ofrecer consejos sabios y una sonrisa amable. La tragedia se apoderó del lugar, y los residentes comenzaron a temer que la maldición de Clara estuviera detrás de las desapariciones y el terror que los envolvía.
Lucía y Carmen sabían que no podían quedarse de brazos cruzados mientras la maldad se apodera del conventillo. Decidieron enfrentar la situación de frente y buscar una forma de liberar a Clara del mal que la acechaba. El antiguo libro de hechizos se convirtió en su única esperanza, aunque temían que su poder pudiera tener un alto costo.
Una noche, bajo la luz de una vela en el ático, Lucía y Carmen comenzaron a recitar las palabras de conjuro que esperaban liberarían a Clara, el espíritu maligno que la atormentaba. Las palabras antiguas resonaron en el aire, y por un momento, sintieron una presencia inquietante a su alrededor. Sin embargo, el ático volvió a sumirse en el silencio, como si el mal hubiera decidido dar tregua.
Aunque la situación parecía calmarse, Lucía no podía evitar sentir que algo no estaba bien. La mirada de Clara seguía siendo penetrante, y su presencia en el ático seguía llenando el lugar de una sensación opresiva. Además, los sucesos extraños continuaban ocurriendo en el conventillo, como si el mal estuviera más arraigado que nunca.
Una noche, mientras todos los residentes dormían, Lucía fue despertada por un ruido inusual en el pasillo. Salió de su habitación y caminó con sigilo, siguiendo el sonido hasta llegar al ático. Al abrir la puerta, se encontró con una escena aterradora.
Clara estaba de pie frente a un espejo, pero su reflejo no era el de una muñeca, sino el de una niña pequeña con una mirada perdida y sombría. La niña que se reflejaba en el espejo tenía una apariencia desgastada y triste, como si hubiera estado vagando en la oscuridad durante mucho tiempo.
Lucía sintió que el corazón se le salía del pecho. Era como si Clara hubiera cobrado vida por completo y estuviera intentando comunicarse con ella a través del espejo. La niña se acercó lentamente al espejo, como si quisiera tocar el reflejo de la niña atrapada en él.
–"No temas, Clara", susurró Lucía con voz temblorosa, sin estar segura de sí Clara podía escucharla o comprenderla. –
La niña del espejo levantó la mirada, y Lucía sintió que sus ojos se clavaban en los suyos. Por un instante, tuvo la sensación de que Clara estaba tratando de decirle algo, pero las palabras no llegaban a sus oídos. El reflejo de la niña comenzó a desvanecerse lentamente, y la muñeca de porcelana volvió a ser lo que siempre había sido.
Lucía se retiró del ático con el corazón lleno de incertidumbre. ¿Había sido su imaginación, o Clara realmente estaba tratando de comunicarse con ella a través del espejo? La inquietud y el miedo la invadía, pero también una determinación renovada de encontrar la verdad detrás de todo aquello.
La mañana siguiente, Lucía y Carmen decidieron buscar más pistas sobre la niña que se había reflejado en el espejo. Con la ayuda de algunos residentes mayores, lograron descubrir la historia trágica de una niña llamada María, que había vivido en el conventillo muchos años atrás.
María era la hija de una inmigrante italiana que había llegado al conventillo en busca de una nueva vida. Desde que llegaron, madre e hija se enfrentaron a muchas dificultades y privaciones, pero María siempre había sido una niña alegre y llena de esperanza.
Sin embargo, la vida en el Pasaje Maldito no era fácil, y la pobreza y el aislamiento llevaron a la madre de María a tomar una decisión desesperada. Un día, mientras María jugaba en el ático con su muñeca de porcelana, su madre la dejó sola y se marchó sin decir una palabra.
María esperó durante días a que su madre regresara, pero nunca volvió a verla. La niña quedó atrapada en una profunda tristeza y soledad, y su mirada se volvió cada vez más sombría.
Se decía que María se aferró a su muñeca como su única compañía, y su espíritu quedó atrapado en la muñeca después de su desaparición.
Con el corazón encogido por la tragedia de María, Lucía se sintió aún más determinada a liberarla y poner fin a la maldición que acechaba al conventillo. La historia de la niña y su madre abandonándola la conmovió profundamente, y sintió la responsabilidad de enfrentar el mal que las había atrapado en el pasado.