A pesar de haber liberado a María del espíritu maligno que la atormentaba, el Pasaje Maldito seguía sumido en una oscuridad inquietante. La paz era frágil, y Lucía y Carmen sabían que el mal aún acechaba en las sombras, esperando su oportunidad para regresar.
Una noche, mientras todos los residentes se preparaban para descansar, se escuchó un grito aterrador que llenó el aire. Lucía salió corriendo de su habitación, junto con Carmen y algunos otros vecinos, para investigar el origen del grito.
Al llegar al ático, encontraron a una de las ancianas del lugar, Doña Martina, en estado de shock y horror. Temblaba y tartamudeaba, incapaz de articular palabras coherentes. Lucía se acercó a ella con preocupación.
–"Doña Martina, ¿qué ha pasado? ¿Está bien?" preguntó Lucía con voz suave. –
La anciana miró a Lucía con ojos aterrados y balbuceó: –"La muñeca... me atrapó. Me habló en la oscuridad y... luego desapareció". –
La respuesta de Doña Martina llenó de temor a los presentes. Lucía no podía creer lo que escuchaba, pero sabía que no podían ignorar los extraños acontecimientos que habían estado ocurriendo desde que encontró a Clara. ¿Podría ser posible que la muñeca tuviera la capacidad de hacer desaparecer a las personas?
Las dudas y el miedo atormentaban a Lucía. Por primera vez, comenzó a preguntarse si liberar a Clara había sido una decisión acertada. La muñeca de porcelana seguía siendo inquietante y enigmática, y su presencia tenía un efecto perturbador en el conventillo.
Durante los días siguientes, Lucía notó cambios inquietantes en su propia personalidad. Tenía frecuentes cambios de humor y experimentaba momentos de olvido, como si hubiera perdido lapsos de tiempo. En ocasiones, se encontraba hablando sola y tenía sueños vívidos que la dejaba confundida y asustada.
Un día, mientras se miraba al espejo, Lucía notó que su reflejo tenía una expresión extraña y siniestra. Su corazón se aceleró, y sintió que algo dentro de ella no estaba bien. Se preguntó si la muñeca había dejado algún tipo de influencia oscura en su ser, o si simplemente estaba imaginando cosas debido a la tensión y el miedo que la rodeaban.
Lucía decidió buscar respuestas en el antiguo libro de hechizos, con la esperanza de encontrar alguna pista sobre lo que estaba sucediendo. Cada palabra y símbolo en el libro parecía cobrar vida ante sus ojos, y el poder que emanaba de sus páginas la llenaba de temor.
Al estudiar el libro, Lucía encontró un hechizo de protección y purificación que podría ayudarla a liberarse de cualquier influencia maligna que la pudiera estar afectando. Sin embargo, sabía que utilizarlo era arriesgado, ya que los hechizos podían tener consecuencias impredecibles.
Incapaz de soportar más el tormento interno, Lucía decidió realizar el hechizo. Buscó un momento de soledad en su habitación, se rodeó de velas y recitó las palabras con determinación. Un aura brillante y cálida la envolvió, y por un momento, sintió una sensación de liberación y alivio.
Sin embargo, la sensación desapareció rápidamente, y la mirada inquietante de Clara seguía persiguiéndola en sus sueños y pensamientos. Lucía comenzó a temer que el mal estuviera arraigado en lo más profundo de la muñeca y que su influencia fuera demasiado fuerte para ser erradicada.
Una noche, mientras todos los residentes dormían, Lucía se despertó sobresaltada. Una presencia oscura se cernía sobre ella, y sintió como si algo la estuviera observando desde la oscuridad de la habitación. Su corazón latía con fuerza, y la sensación de peligro la llenaba de pánico.
En un instante, una fuerza invisible pareció apoderarse de ella, y se sintió incapaz de controlar sus propios movimientos. Sus manos tomaron a Clara y la llevaron hacia el ático, como si fueran impulsadas por una fuerza sobrenatural.
Lucía luchaba desesperadamente contra la posesión, pero era como si su mente estuviera atrapada en un torbellino de oscuridad. Se sentía impotente frente al mal que la rodeaba, como si estuviera siendo arrastrada hacia un destino inevitable y aterrador.
En el ático, la presencia maligna era más intensa que nunca. Lucía sintió como si estuviera perdiendo el control de sí misma, como si su propia voluntad fuera aplastada por una fuerza desconocida.
–"No...", susurró Lucía con voz temblorosa. "No... soy yo". –
Pero la fuerza sobrenatural que la controlaba parecía indiferente a sus palabras. Lucía sintió cómo sus manos levantaban a Clara y la sostenían en el aire, como si la muñeca estuviera a punto de cobrar vida.
Entonces, ocurrió algo inesperado. La muñeca de porcelana comenzó a emitir una luz oscura y siniestra, como si estuviera absorbiendo la energía de la habitación. La presencia maligna se hizo más poderosa, y Lucía sintió como si su mente y su alma estuvieran siendo invadidas por la oscuridad.
En un último intento desesperado por liberarse de la posesión, Lucía recitó el hechizo de protección y purificación que había aprendido.
Cerró los ojos con fuerza, concentrándose en las palabras con todas sus fuerzas.
La luz del hechizo brilló intensamente a su alrededor, y por un momento, la oscuridad pareció retroceder. Lucía sintió como si estuviera recuperando el control de sí misma, como si su voluntad estuviera siendo restaurada.
Cuando abrió los ojos, se encontró sola en el ático. Clara y la presencia maligna habían desaparecido. Lucía se sintió agotada y temblorosa, pero también sintió una sensación de triunfo y liberación. Había logrado resistir a la posesión y mantener la oscuridad a raya.
Desde ese día, Lucía decidió mantener a Clara bajo llave y nunca más acercarse al ático. Sabía que la muñeca seguía siendo peligrosa y que el mal aún acechaba en el Pasaje Maldito.