Después de enfrentar al mal y romper la maldición que había acechado el Pasaje Maldito durante tanto tiempo, Lucía pensó que finalmente podría vivir en paz. Sin embargo, la muñeca de porcelana parecía tener otros planes.
En las semanas siguientes, el comportamiento extraño de la muñeca se intensificó. Lucía la encontraba en lugares inverosímiles, como si se moviera por sí sola durante la noche. A veces, la muñeca cambiaba de posición en la repisa, otras veces aparecía en la silla junto a su cama, como si estuviera observándola mientras dormía.
Lo más inquietante era el cambio en la expresión facial de la muñeca. Lucía podía jurar que su mirada era más malévola y amenazadora que antes. La muñeca parecía burlarse de ella, como si estuviera disfrutando de su tormento. Lucía comenzó a dudar de su cordura y a temer que el mal que había enfrentado aún no la había dejado ir.
La curandera, quien había sido su guía y mentora en la lucha contra el mal, ya no estaba disponible para ayudarla. Un día, Lucía y Carmen fueron a visitarla a su cabaña, pero encontraron el lugar vacío y en completo desorden. No había rastro de la anciana sabia, solo unas pocas notas y objetos dispersos por el suelo.
Alarmadas, Lucía y Carmen buscaron por todo el pueblo, pero no encontraron rastro alguno de la curandera. Su desaparición fue un misterio que llenó de angustia y tristeza a las dos amigas. Temían que algo terrible le hubiera sucedido y se preguntaban si el mal que habían enfrentado había vuelto para llevarse a la única persona que podía ayudarlas.
A pesar de su dolor por la pérdida de la curandera, Lucía no podía dejar de preocuparse por la muñeca de porcelana. Cada vez que la veía, sentía que sus ojos la seguían a donde quiera que fuera. Parecía que la muñeca la acechaba, como si quisiera cobrar venganza por haber intentado liberarse del mal que la poseía.
Las noches se volvieron aún más aterradoras para Lucía. Escuchaba susurros siniestros provenientes del ático, y las risas infantiles resonaban en su mente, haciéndola dudar de su propia cordura y preocupando a sus padres. Temía que el mal que había estado confinado en la muñeca estuviera buscando una forma de regresar y apoderarse de su alma una vez más.
Una noche, mientras dormía, Lucía fue despertada por un escalofriante susurro en su oído. Abrió los ojos y vio a la muñeca de porcelana junto a su cama, con una sonrisa malévola en su rostro.
–"Nunca escaparás de mí", parecía susurrarle la muñeca con una voz que no era suya. –
Lucía sintió un terror paralizante. Sabía que debía hacer algo para enfrentar el mal que la acechaba, pero no sabía cómo. Sin la ayuda de la curandera, se sentía indefensa y desesperada.
En medio de su angustia, una idea surgió en la mente de Lucía. Recordó las palabras del inquilino anterior en el diario y la advertencia de La Curandera sobre el sacrificio necesario para romper la maldición. Se dio cuenta de que tal vez el sacrificio no se refería a una acción externa, sino a un sacrificio interior.
Decidió enfrentar sus miedos y debilidades, y se dispuso a confrontar el mal directamente. Tomó la muñeca de porcelana en sus manos y la miró fijamente a los ojos.
–"Si es necesario, sacrificaré mi propia paz y felicidad para liberarme del mal que te posee", dijo en voz alta. –
Al decir esas palabras, Lucía sintió una fuerza interior que no había experimentado antes. Sabía que debía encontrar el coraje para enfrentar al mal que la acechaba, sin importar las consecuencias.
Esa noche, mientras todos dormían en el Pasaje Maldito, Lucía subió al ático con la muñeca de porcelana en sus manos. La oscuridad era densa y opresiva, pero Lucía no retrocedió. Sabía que debía enfrentar al mal en su propio terreno.
En el ático, una débil luz de luna se filtraba por una ventana, iluminando la figura de Lucía sosteniendo la muñeca de porcelana. Con una voz firme, recitó palabras de valentía y amor, decidida a enfrentar al espíritu maligno que la acechaba.
Pero mientras hablaba, algo inesperado ocurrió. La muñeca de porcelana comenzó a temblar en sus manos y un aura oscura la envolvió. Lucía sintió una presencia siniestra a su alrededor, como si el mal estuviera tomando forma frente a ella.
Un escalofrío recorrió la espalda de Lucía, pero no retrocedió. Sabía que debía continuar, que debía encontrar la fuerza para enfrentar al mal y liberarse de su influencia.
De repente, la muñeca de porcelana se elevó en el aire, suspendida frente a Lucía. La mirada de la muñeca cambió, mostrando una malevolencia aún más intensa que antes.
–"Nunca te liberarás de mí", pareció susurrarle la muñeca con una voz que retumbaba en la oscuridad. –
Lucía se mantuvo firme, enfrentando el mal con valentía y amor. Cerró los ojos y en su interior encontró una luz brillante y poderosa que emanaba de su corazón. Se aferró a esa luz, encontrando la fuerza necesaria para enfrentar al mal que la acechaba.
De repente, la muñeca de porcelana comenzó a temblar violentamente y una luz blanca y cegadora la envolvió. Un grito desgarrador resonó en el ático, pero no era el grito de Lucía, sino el del espíritu maligno que había estado aprisionado en la muñeca.
Cuando la luz se desvaneció, Lucía abrió los ojos y vio que la muñeca de porcelana yacía en el suelo, inerte y sin vida. La maldición finalmente había sido rota, y el mal que había acechado el Pasaje Maldito durante tanto tiempo se había ido para siempre.
Exhausta pero llena de alivio, Lucía tomó la muñeca de porcelana y la llevó afuera. En un rincón del patio del conventillo, cavó un pequeño agujero y enterró la muñeca, simbolizando el fin de la maldición que había amenazado su hogar y a sus seres queridos.