Los días pasaron, y aún no había noticias del paradero del Padre Manuel. La tristeza y la desesperanza se aferraban cada vez más a los corazones de los residentes del Pasaje Maldito. Los rostros antes alegres ahora estaban cubiertos de preocupación y pesar.
Lucía, Carmen y Martina no cesaban en su búsqueda, recorriendo cada rincón del conventillo y preguntando a todos si habían visto al Padre. Pero ninguna pista los acercaba a él.
En medio de la oscuridad y el miedo, la muñeca seguía presente, burlándose de ellas con su inquietante mirada. La figura de porcelana parecía susurrarles palabras amenazantes. Sabían que debían detener al malvado espíritu, pero sin el apoyo del Padre Manuel, la tarea parecía casi imposible.
Una noche, mientras las tres amigas caminaban por los sombríos pasillos del Pasaje Maldito, escucharon un extraño susurro que se desvanecía con el viento. Fue entonces cuando vieron una figura sombría entre las sombras.
–"Ese es el padre Manuel", exclamó Carmen, con esperanza en su voz.
Corrieron hacia la figura, pero cuando la alcanzaron, sólo encontraron una vela encendida sobre una pequeña mesa improvisada. Junto a ella, había una carta con el nombre de Lucía escrito en el sobre. Temblando, Lucía tomó la carta y comenzó a leerla en voz alta.
–"Querida Lucía y amigas, si están leyendo esto, significa que he sufrido un accidente. He intentado enfrentar al espíritu maligno solo, pero mis esfuerzos han sido en vano. Me temo que mi destino está ligado al de Clara y a la muñeca".
Un sollozo se escapó de los labios de Lucía mientras seguía leyendo la carta del Padre Manuel.
–"He intentado protegerlos a todos, pero mi fe ha sido puesta a prueba. El mal es más poderoso de lo que imaginaba, y temo que no pueda vencerlo. Si algo me sucede, prometanme que se cuidaran y seguirán luchando contra este ser maligno. No dejen que el miedo los domine y encuentren a un sacerdote valiente que pueda realizar el exorcismo".
Las lágrimas corrían por las mejillas de las tres amigas. El dolor de no poder encontrar al Padre Manuel y la incertidumbre de su destino eran abrumadores.
–"Prometemos que seguiremos luchando, Padre", susurró Martina con voz entrecortada.
Lucía apretó la carta contra su pecho y cerró los ojos con fuerza. La tristeza y el miedo parecían inundarlo todo. Pero sabían que no podían rendirse, que debían mantenerse fuertes y unidas para enfrentar el mal que los acechaba.
A medida que avanzaban los días, el Pasaje Maldito se sumía en la desesperanza. Pero Lucía, Carmen y Martina se aferraban a la esperanza y la fe en el Padre Manuel, creyendo que algún día regresaría para ayudarlos a enfrentar a Clara.
El mal seguía manifestándose en el conventillo, causando desesperación y pesadillas las cuales atormentaban a los residentes. Pero las tres amigas se negaban a darse por vencidas.