Lucía sintió como si el mundo se hubiera vuelto del revés. El frío y oscuro ático parecía haberse transformado en un calabozo de desesperación. Cada susurro de la maldad que emanaba de Carmen resonaba en su mente como una canción macabra de traición y engaño.
Sus piernas temblaban y su corazón latía con fuerza mientras luchaba por asimilar la verdad que tenía delante de ella. La persona en quien había confiado y a quien había considerado su amiga estaba aliada con el mal, orquestando una danza siniestra que la había llevado al límite de la oscuridad.
Los ojos de Carmen brillaban con un regocijo retorcido mientras observaba las expresiones de tormento en el rostro de Lucía. Cada muestra de miedo y dolor era un triunfo para el espíritu maligno. Era como si el sufrimiento de Lucía alimentara el goce perverso de Carmen.
El sentido de traición y ansiedad de Lucía la paralizaba. Cada recuerdo compartido, cada risa y cada lágrima derramada juntas parecían ahora retorcerse en su mente, convirtiéndose en espinas que la apuñalaban sin piedad. Había entregado su confianza y amistad de forma inquebrantable, sólo para descubrir que había caído en una trampa mortal.
La incertidumbre de lo que debía hacer la atormentaba. ¿Cómo podía luchar contra el mal encarnado en su propia amiga? La desesperación la envolvía como una niebla gélida, nublando su mente y oscureciendo cualquier atisbo de esperanza. Se sentía atrapada en un abismo de traición y desesperación.
El gélido aire del ático parecía cortar su piel, y el silencio solo era interrumpido por las risas siniestras que escapaban de los labios de Carmen. Cada vez que sus ojos se encontraban, Lucía sentía como si el espíritu maldito la estuviera consumiendo lentamente desde adentro.
La mente de Lucía era un torbellino de pensamientos y emociones. El miedo se mezclaba con el dolor y la ira, formando una tormenta emocional que amenazaba con aplastarla. Sabía que debía encontrar una manera de liberar a Carmen y Martina, de restaurar la amistad que habían compartido y salvar el Pasaje Maldito de su oscuro destino.
Pero cada vez que miraba a los ojos fríos y despiadados de Carmen, una oleada de pánico la invadía. ¿Cómo podía luchar contra algo tan oscuro y poderoso? ¿Cómo podía enfrentar a su amiga y al mismo tiempo vencer al espíritu maligno que la controlaba?
El frío y sombrío ambiente del ático parecía reflejar el estado de su alma. Se sentía atrapada en un laberinto de tinieblas, luchando por encontrar una salida. Y mientras Carmen seguía riendo con satisfacción, Lucía sabía que su lucha apenas estaba comenzando. El mal la había atrapado en su red, y solo con coraje y determinación podría encontrar el camino hacia la luz.