Lucía se encontraba en un abismo de incertidumbre y miedo. La revelación de que Carmen había sido la muñeca maligna todo este tiempo la había dejado atónita, pero la peor parte era que había estado jugando en un macabro juego que desconocía por completo. Su mente daba vueltas mientras intentaba asimilar la verdad detrás de los horrores que habían ocurrido en el Pasaje Maldito.
El rostro de Carmen, que ahora lucía una sonrisa malévola y regocijante, le causaba escalofríos. El espíritu de Clara se manifestaba a través de la muñeca, y su influencia sobre Carmen era evidente. Era como si ambas estuvieran en perfecta sincronía, moviéndose con una coordinación macabra.
Carmen, o más bien Clara a través de Carmen, se adelantó hacia Lucía. La muñeca, que aún sostenía en su mano, parecía aguardar su siguiente movimiento. Lucía estaba atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.
La voz de la muñeca, suave como la miel pero llena de oscuridad, susurró en el oído de Lucía. –"¿Sigues sin entenderlo, querida Lucía? Tú eres parte de nuestro juego ahora. Si aceptas jugar con nosotras, podrías liberarlas a todas".
La idea de que todo esto había sido un juego retorcido la inundó de horror. ¿Cómo era posible que Carmen, su amiga de toda la vida, hubiera estado involucrada en algo tan malvado? Las lágrimas brotaron de los ojos de Lucía mientras intentaba procesar la magnitud de la traición.
Con un nudo en la garganta, Lucía preguntó con voz temblorosa.
–"¿Qué pasa si rechazo tu oferta? ¿Qué ha pasado con el Padre Manuel? ¿Mis amigas serán libres si acepto jugar contigo?"
La muñeca, sin embargo, ignoró su angustia y continuó con su respuesta. –"Cuando el Padre Manuel intentó librarse de mí…"
Mientras hablaba, la muñeca evocó imágenes que parecían surgir de las profundidades del infierno. Lucía vio en su mente al Padre Manuel, el hombre que había intentado liberar al Pasaje Maldito de la maldición de la muñeca, retorciéndose de agonía. Cada palabra de la muñeca era como un cuchillo en su mente, cortando a través de la realidad y revelando las pesadillas que había infligido al sacerdote.
La figura del Padre Manuel apareció ante los ojos de Lucía, su rostro contorsionado por el sufrimiento. Gritaba en agonía mientras la oscuridad lo envolvía, como si las mismas sombras lo devorarán lentamente. Los oídos de Lucía resonaron con esos terribles gritos, y el dolor del sacerdote se convirtió en algo palpable, como si estuviera allí, en la habitación con ellas.
Cada grito, cada lamento del Padre Manuel, parecía ser una nota en una sinfonía de sufrimiento que la muñeca había compuesto con cruel maestría. Era como si el sacerdote estuviera siendo sometido a tormentos inimaginables, y la muñeca se regodeara en su dolor.
–"Sus gritos fueron un deleite para mis oídos. Su sufrimiento me alimentó. Ahora, es tu turno de jugar".
Lucía sintió náuseas y desesperación mientras las imágenes la continuaban atormentando. Era como si estuviera siendo arrastrada a un abismo de tortura y sufrimiento, y no podía escapar. La muñeca se deleitaba al recordar cómo había destrozado la mente y el espíritu del Padre Manuel.
La verdad sobre la malicia de la muñeca se revelaba de manera brutal y despiadada, y Lucía se daba cuenta de que estaba atrapada en un juego del cual no había escapatoria. Sus lágrimas se mezclaron con el miedo mientras comprendía que, para sobrevivir, tendría que sumergirse en la oscuridad y enfrentar los horrores que la aguardaban en ese retorcido juego de Clara.
Lucía miró a sus amigas, Martina y Carmen, que estaban bajo el control de la muñeca. Sus rostros reflejaban una mezcla de miedo y resignación. ¿Qué le habría sucedido a Martina para que también cayera bajo la influencia de Clara?
La Clara giró la cabeza hacia Carmen y luego hacia Martina, como si estuviera evaluándolas. Sus ojos vacíos parecían contener una malevolencia infinita. Luego, se acercó a Lucía y susurró.
–"Ellas siempre fueron mis muñecas, Lucía. Pero si juegas bien, quizás puedas salvar sus almas".
La primera pregunta de Lucía quedó sin respuesta. En cambio, la muñeca comenzó a reírse de manera siniestra. Las luces parpadearon y se apagaron, envolviendo el lugar en una oscuridad total. Cuando las luces se encendieron nuevamente, la muñeca estaba detrás de Lucía, tan cerca que su aliento frío le erizó la piel.
La muñeca levantó sus manos diminutas y señaló un lugar en la penumbra. Lucía observó con temor, sin saber qué le aguardaba allí. El miedo se apoderó de ella, y su mente se llenó de pesadillas vivas de lo que había presenciado.
La muñeca, con su sonrisa malévola aún en el rostro, desapareció en la oscuridad, dejando a Lucía temblando y perdida en un abismo de desesperación. Su destino estaba por ser sellado, y el juego de Clara continuaba sin piedad.