Me encontraba parado en la entrada del Pasaje Maldito, con el corazón palpitando en mi pecho y una determinación férrea en mi interior. Mi decisión de enfrentar al espíritu maligno por mi cuenta había sido tomada con una mezcla de valentía y desesperación. Sabía que el mal que acechaba este lugar no debía perdurar, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para liberar a este conventillo de su influencia nefasta.
El pasaje se extendía ante mí como un oscuro abismo, con sombras retorcidas que parecían moverse y susurrar. Sabía que la muñeca era la clave para desencadenar el exorcismo, pero no tenía idea de cuán astuto y poderoso era el espíritu que residía en ella. Mi única certeza era que no podía permitir que su maléfica influencia continuará afectando a los residentes de este lugar.
Con cada paso que daba, el aire se volvía más espeso y cargado de una energía ominosa. Me aferré con fuerza al crucifijo que colgaba de mi cuello, buscando fortaleza en mi fe y en mi propósito. Sabía que lo que enfrentaría sería una prueba de mi fe y valentía, pero no podía permitir que el miedo se interpusiera en mi camino.
A medida que avanzaba por el pasaje, los lamentos y susurros de las almas atrapadas resonaban en mis oídos. Cada paso que daba parecía llevarme más profundamente en la oscuridad, pero no vacilé. Mi determinación era como una luz tenue en medio de la negrura que me rodeaba.
Finalmente, llegué a la habitación principal del conventillo, el epicentro de la maldición. La muñeca estaba allí, en su silla de mimbre, con sus ojos de cristal que parecían mirarme con una malicia infinita. Me acerqué con cautela, consciente de que esta aparente fragilidad ocultaba un poder oscuro y retorcido.
La muñeca comenzó a hablar, pero su voz no era la de un juguete inanimado. Era la voz del espíritu malévolo que había poseído este lugar durante tanto tiempo. Me instó a detenerse y considerar las consecuencias de mi decisión. Me habló de la desesperación que se cernía sobre el pasaje y de cómo su influencia había destrozado las vidas de los residentes.
Pero yo no podía ser disuadido. Sabía que esta criatura estaba tratando de sembrar la duda en mi mente, de hacerme cuestionar mi propósito. Mantuve mi mirada fija en la muñeca y comencé a rezar para llevar a cabo el exorcismo. El crucifijo en mi mano brillaba con una luz tenue, y sentía el poder de la fe corriendo por mis venas.
La muñeca lanzó un grito desgarrador, y su forma comenzó a retorcerse y contorsionarse. Las sombras se agitaron a su alrededor, como si el mismo infierno estuviera tratando de retenerla. Pero yo no me detuve. Continúe recitando las palabras antiguas con determinación, mi voz resonando en la habitación y desafiando la oscuridad que me rodeaba.
El espíritu malévolo luchaba con ferocidad, tratando de resistirse al poder del ritual. Pero yo no cedí. Mi fe en el bien y mi determinación de liberar a este lugar de la maldición eran inquebrantables. Sabía que el Padre Ignacio, Lucía, Carmen y Martina contaban conmigo, y no los defraudaría.
El enfrentamiento continuó, la habitación temblaba y se estremecía, como si el mismísimo Pasaje Maldito protestará contra la expulsión de este mal ancestral. Pero yo perseveré, mi voz elevándose en un crescendo de poder.
La muñeca emitió un alarido final y, en un estallido de energía oscura, fue expulsada de su forma de porcelana. La habitación quedó en silencio, y sentí que el peso de la maldición se disipaba lentamente. Mi respiración estaba agitada, pero mi corazón estaba lleno de gratitud y alivio.
Sin embargo, sabía que mi trabajo no había terminado. El espíritu malévolo seguía ahí, en algún lugar, esperando su oportunidad para regresar. Y yo estaría listo para enfrentarlo, una y otra vez, si fuera necesario, para proteger a este lugar y a sus habitantes.
Mientras miraba la muñeca inerte en el suelo, me pregunté si alguna vez podría liberarse por completo de esta pesadilla. Pero por ahora, al menos, el Pasaje Maldito estaba en paz. Y eso era suficiente para mantener viva mi esperanza y mi determinación.