El silencio era opresivo, sólo interrumpido por el susurro del viento que se colaba por las ventanas rotas. A medida que se acercaba al ático, el padre Manuel podía sentir la presencia maligna, una fuerza oscura que lo observaba desde lo alto, desde el rincón más oscuro de la habitación. La puerta estaba entreabierta, como si alguien lo estuviera esperando.
Recogí la muñeca con cuidado, su forma fría y quebrada en mis manos. Aunque el espíritu maligno había sido expulsado, la presencia residual de su malevolencia todavía se sentía en la porcelana. Decidí que debía llevarla a algún lugar seguro, lejos de este lugar maldito.
La misma que había causado tanto sufrimiento en el Pasaje Maldito. Su figura de porcelana estaba bañada en una luz mortecina que emitía un brillo siniestro. Los ojos de la muñeca, antes inertes, brillaban con una malicia innatural.
Mientras salía de la habitación con la muñeca en mis brazos, me encontré con Carmen, quien había estado esperando afuera con una mezcla de ansiedad y preocupación en su rostro. Sus ojos se iluminaron al ver que yo estaba a salvo y que la muñeca ya no era una amenaza. Una pequeña niña del conventillo, a quien el padre Manuel conocía bien. La niña estaba pálida y temblorosa, con los ojos fijos en la muñeca. Parecía petrificada por algo que iba más allá de su comprensión.
El padre Manuel avanzó con cautela, su mente llena de preguntas y sospechas. ¿Qué estaba haciendo Carmen en este lugar? ¿Cómo había llegado hasta aquí? Pero antes de que pudiera interrogarla, la niña lo miró con ojos llenos de miedo y habló en voz baja.
–"Padre, ¿estás bien?", preguntó Carmen, con lágrimas en los ojos. –"¿Lograste hacerlo? ¿Expulsaste el espíritu?"
Asentí con una sonrisa cansada. –"Sí, Carmen, lo logramos. Ya se ha ido. Pero aún debemos tener cuidado, esta maldición podría regresar si no estamos atentos".
Carmen ofreció su ayuda para llevar la muñeca a un lugar seguro, y yo acepté agradecido. Caminamos juntos por el pasaje, con el peso de la muñeca entre nosotros como un recordatorio constante de la oscuridad que habíamos enfrentado.
Sin embargo, a medida que avanzábamos, noté que Carmen parecía más inquieta de lo que debería estar. Sus ojos brillaban con una mezcla extraña de emoción y ansiedad, y su sonrisa era inusualmente amplia, mostrando dientes que parecían más afilados de lo normal.
Me detuve por un momento, preocupado por su comportamiento. –"Carmen, ¿estás segura de que estás bien?", le pregunté con voz suave.
Ella asintió rápidamente, pero su sonrisa solo se hizo más espeluznante. Sus ojos parecían brillar con una malicia que no podía pasar por alto. Una risa siniestra brotó de sus labios, un sonido que heló mi sangre y envió escalofríos por mi espalda.
El padre Manuel, al darse vuelta para tratar a la muñeca, no notó la transformación en el rostro de Carmen. Estaba demasiado ocupado concentrándose en el ritual de limpieza para notar la inquietante risa de la niña. Mientras Carmen y yo continuamos llevando la muñeca hacia la seguridad, su risa parecía seguirnos, una presencia inquietante que se aferraba a nosotros como una sombra.
Finalmente, encontramos un lugar seguro donde dejar la muñeca. La depositamos con cuidado en una caja y la sellamos, asegurándonos de que nunca pudiera volver a causar daño. Pero no pude evitar mirar a Carmen con preocupación mientras lo hacíamos.
–"Carmen, ¿qué te sucede?", le pregunté, intentando mantener la calma a pesar de la inquietante transformación que había presenciado.
Ella me miró con ojos que parecían haber recuperado su inocencia, pero la malicia seguía acechando en las profundidades de su mirada. –"Nada, Padre, estoy bien. Solo fue un pequeño susto, eso es todo".
Mi corazón latía con inquietud, pero decidí dejar el asunto de lado por el momento. Tenía que asegurarme de que el Pasaje Maldito estuviera verdaderamente libre de su maldición antes de abordar cualquier otra preocupación. Pero la risa espeluznante de Carmen seguía resonando en mis oídos.
La examiné con cuidado, pero no encontré nada extraño en ella. Era una simple figura de porcelana, con un vestido blanco y unos rizos rubios. Pero cuando la miré a los ojos, sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal. Sus ojos eran negros como el carbón, y me devolvieron una mirada llena de odio y desprecio. La muñeca abrió la boca y habló con una voz que no debería haber salido de una figura de porcelana.
–"Oh, Padre Manuel, ¿creías que podrías enfrentarte a mí con tus rezos y tus símbolos sagrados? Eres tan predecible".
El sacerdote retrocedió, con la mirada fija en la muñeca. –"¿Quién eres? ¿Qué eres?"
La muñeca soltó otra risa, esta vez más estridente. -"Soy el mal que ha acechado este lugar durante generaciones. Soy el espíritu atrapado en esta forma. Y he estado esperando ansiosamente tu llegada".
El padre Manuel sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de la muñeca eran aterradoras, pero debía mantener la calma. –"Te enfrentaré con todo el poder de la fe", declaró con determinación.
En ese momento, Carmen intervino. –"Padre Manuel, déjeme ayudarlo. Si trabajamos juntos, tal vez podamos derrotarla".
El sacerdote la miró con recelo. Sentía que algo no encajaba en toda esta situación, pero Carmen parecía sinceramente que quería ayudarlo. Suspiró y asintió. –“Está bien, Carmen. Pero ten cuidado”.
Carmen se acercó a la muñeca, y juntos comenzaron a recitar una serie de oraciones. El ático pareció llenarse de una energía intensa mientras el padre Manuel y Carmen luchaban contra el espíritu maligno que habitaba en la muñeca.