El ático estaba sumido en la oscuridad, yacían fragmentos rotos de la muñeca en el suelo, testigos mudos de la intensa batalla que se había librado allí. La pequeña Lucía se acercó, sin mostrar un ápice de miedo en su rostro infantil. Observó la muñeca con determinación, con un brillo de triunfo en sus ojos.
A través de los fragmentos de porcelana, el espíritu atrapado dentro de la muñeca sentía su control sobre la situación desvaneciéndose. Los susurros de las sombras se volvieron ininteligibles, los gemidos se desvanecieron en la penumbra retorcida. Sabía que su tiempo estaba llegando a su fin.
El amuleto, que había sido la clave de su desgracia, yacía a meros centímetros de su forma inerte. Lucía lo recogió, y la muñeca sintió cómo su poder empezaba a desvanecerse. El espíritu luchó desesperadamente, murmurando palabras oscuras y blasfemias mientras se aferraba a la última hebra de su existencia en la muñeca.
El amuleto brilló con una luz dorada deslumbrante, y las sombras que rodeaban a la muñeca se estremecieron y retorcieron, incapaces de resistir su fulgor. Lucía siguió concentrada en su tarea, ajena al sufrimiento del espíritu maligno que había habitado en la muñeca.
En un estallido de luz, el espíritu fue arrancado de la muñeca. Las sombras se agitaron como criaturas asustadas, huyendo a los rincones más oscuros del ático. El espíritu, ahora libre de la porcelana que había sido su prisión durante tanto tiempo, se encontró en una forma amorfa y oscura.
Días después, la entidad emergió de los fragmentos de la muñeca, una masa flotante de sombras. Su maldad seguía intacta, aunque su forma había cambiado. Ya no estaba atrapada en la porcelana, y esta nueva libertad la llenó de una malevolencia renovada.
La entidad se dirigió a una habitación del conventillo, donde un aura misteriosa impregnaba el aire. El cuarto en el que se deslizó era un espectáculo que helaría la sangre de cualquier observador. Las paredes estaban tapizadas de papel de colores desteñidos, llenos de dibujos infantiles ahora arrugados y desgarrados. Pero lo que realmente llamaba la atención eran los estantes alineados con precisión quirúrgica.
Sobre esos estantes, decenas de muñecas estaban dispuestas, cada una con un parecido aterrador con un niño o una niña. Pero estos no eran juguetes comunes. Eran muñecos de porcelana, con ojos vidriosos que parecían seguirte, sonrisas que eran demasiado amplias y vestidos anticuados que evocaban una sensación de otro mundo. Cada uno de ellos tenía un cabello que parecía real, pero su piel estaba hecha de porcelana fría y huesca.
Las niñas y los niños de carne y hueso estaban colocados junto a las muñecas en poses similares, como si fueran parte de una grotesca colección. Sus ojos estaban vidriosos y sin vida, como si hubieran perdido toda esperanza. Algunos de ellos murmuraban palabras incomprensibles, mientras otros simplemente balbucean en un estado de aturdimiento.
La entidad se deslizó a lo largo de los estantes, eligiendo con cuidado a su próxima víctima. Finalmente, encontró a una niña cuyo parecido con una de las muñecas era sorprendente. Su piel estaba pálida y fría, y sus ojos estaban llenos de un miedo profundo y silencioso. La entidad sonrió con satisfacción mientras se deslizaba hacia el cuerpo de la niña, fusionándose con ella.
En ese instante, la niña dejó escapar un grito ahogado, y su cuerpo se contorsiona de manera antinatural. Los otros niños y niñas en la habitación comenzaron a murmurar y balbucear con mayor urgencia, como si fueran testigos de un horror incomprensible. Sus ojos seguían las formas siniestras de las muñecas con terror.
La niña, antes inmóvil como una muñeca de porcelana, cobró vida con una agilidad espeluznante. Sus ojos ahora brillaban con una malicia retorcida, y una sonrisa siniestra se formó en sus labios. Se levantó de su estante con movimientos desarticulados y se unió con las otras muñecas vivientes.
La entidad, ahora en control del cuerpo de la niña, sonrió con malicia mientras miraba a su alrededor. Esta habitación, llena de víctimas, se convertiría en su nuevo juego. La pesadilla que había comenzado con Lucía estaba lejos de haber terminado.