Lucía vagaba por los pasillos sombríos del conventillo, atrapada en un laberinto de pesadilla. Cada pasadizo parecía idéntico al siguiente, y la sensación de estar perdida se apoderaba de ella. Mientras avanzaba, las voces risueñas resonaban en sus oídos, una carcajada desquiciada que aumentaba su ansiedad.
Finalmente, llegó a una puerta que estaba entreabierta. Las voces procedían de esa habitación, una melodía discordante que le hacía erizar la piel. Con paso vacilante, empujó la puerta y entró en la sala.
En el centro de la habitación, una niña estaba sentada en una mesa adornada con finos manteles y tazas de té. Su rostro estaba oculto por un velo pálido, y sus rizos rubios caían sobre los bordes de la mesa. La niña estaba sola, pero hablaba y reía como si estuviera acompañada por una multitud invisible.
Lucía se acercó con precaución, sintiendo que algo no estaba bien. La niña parecía ignorar su presencia mientras vertía té de una tetera en las tazas. A medida que se acercaba, el aroma del té se volvía más fuerte, pero no era un olor reconfortante. Era un olor rancio, como si el líquido hubiera estado en la tetera durante décadas.
La niña, con una risa inquietante, invitó a Lucía a unirse a ella a la fiesta del té. Lucía sin saber si debía huir o seguir el juego y sentarse. Finalmente, se sentó en la silla opuesta, mirando a la niña a través del velo.
Mientras vertía el té rancio en su taza, la niña le susurró a Lucía –"Este té tiene un sabor especial. Pruébalo"–.
Lucía, llena de curiosidad, levantó la taza y bebió un pequeño sorbo del líquido amargo. En ese momento, el mundo a su alrededor comenzó a distorsionarse. Las paredes de la habitación se estiraron y retorcieron, como si fueran fluidas. La risa de la niña se convirtió en un lamento desgarrador.
–"¡Vete!"–, advirtió la niña. –"No debiste beber el té. Ahora estás atrapada aquí"–.
Lucía miró a la niña, pero su rostro ya no estaba oculto por el velo. En su lugar, vio una máscara sin rasgos, una superficie blanca y lisa que carecía de cualquier característica humana. La niña estaba envuelta en una túnica que parecía fusionarse con su cuerpo, y sus brazos y piernas se retorcían y estiraban de forma antinatural.
Mientras el mundo a su alrededor se disolvía en una pesadilla de geometría retorcida. La niña sin rostro continuó riendo, una carcajada que se desvanecía en un eco distorsionado mientras el mundo se retorcía a su alrededor.
Lucía se despertó de golpe en su propia cama, bañada en sudor. La pesadilla había sido más intensa y real que nunca. Su corazón aún latía con fuerza mientras se preguntaba qué significaba todo eso. Las risas risueñas aún resonaban en sus oídos mientras miraba a su alrededor, asustada y confundida. La advertencia, en forma de pesadilla, le decía que debía dejar el conventillo. Las preguntas sin respuesta la atormentaban, y la sensación de estar atrapada en un oscuro misterio la sumió en una melancolía abrumadora.