Lucía se levantó de su cama, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. La pesadilla aún la mantenía atrapada en su recuerdo, como si las sombras del conventillo la persiguieran incluso en la vigilia. La advertencia de la niña sin rostro resonaba en su mente, y las preguntas sin respuesta la acosaban como un enjambre de avispas.
Se acercó a la ventana y miró afuera. La luz del día apenas penetraba en el sombrío conventillo, arrojando una tenue claridad sobre los pasillos polvorientos. Las risas infantiles que solían llenar estos pasillos ahora eran sólo ecos distantes.
Lucía salió de su habitación y se adentra en los pasillos del conventillo. Cada paso que daba resonaba con un eco inquietante. Mientras caminaba, las sombras parecían cobrar vida, susurros fantasmales la rodeaban. La tensión en el aire era palpable.
Finalmente, llegó a una puerta que parecía haber sido forzada. Con cautela, empujó la puerta y entró en la habitación. Lo que vio en su interior la dejó sin aliento.
La sala estaba llena de antiguas fotografías en blanco y negro, colocadas en marcos polvorientos. Las imágenes retratan a los niños que alguna vez habitaron el conventillo. Niños que, al igual que ella, habían sido atrapados en esta pesadilla. Sus miradas eran una mezcla de inocencia y miedo.
Pero lo que más la sorprendió fue una fotografía del Padre Ignacio de era joven. El sacerdote estaba parado junto a los niños, su rostro serio pero cariñoso. Era evidente que se preocupaba por estos niños, pero la imagen también llevaba consigo una sensación de tristeza y fatalidad.
Cuando volvió a mirar alrededor, la sala parecía más oscura de lo que recordaba. Las fotografías parecían observarla, y el aire estaba cargado de melancolía y pesar.
Las risas de los niños resonaron en su mente, mezclados con las palabras de la niña sin rostro en su pesadilla. Formando una imagen más clara de la historia del conventillo y su oscuro secreto.
Lucía inspeccionó cada rincón, buscando pistas que pudieran explicar la desaparición del Padre Ignacio. Su atención se centró en un viejo escritorio de madera. Entre los papeles amarillentos y polvorientos, encontró una carta.
La carta estaba escrita en un estilo antiguo y tembloroso. Hablaba de la muñeca, de su historia y de un antiguo ritual que podría poner fin a su influencia. Parecía que el Padre Ignacio había estado investigando la maldición del conventillo y cómo ponerle fin. La carta terminaba con una advertencia. "No te fíes de la muñeca, ni de las ilusiones que crea. El verdadero mal acecha en las sombras".
Lucía guardó la carta, sintiendo que había encontrado una pieza crucial del rompecabezas. Pero también se dio cuenta de que había algo más en la habitación. Un dibujo en una de las paredes llamó su atención. Era un retrato de tres niñas con vestidos de época, y bajo sus pies, un rótulo decía. –"Las Tres Muñecas"–.
Mientras observaba el dibujo, una voz susurró en su oído. –"Las tres muñecas... tres caras de una misma pesadilla"–.
Lucía se dio vuelta de golpe, pero no había nadie más en la habitación. La voz había sonado tan real que le erizó la piel. Sus pensamientos se convirtieron en un torbellino de incertidumbre. No sabía en quién podía confiar ni hacia dónde dirigirse a continuación. Lo único que estaba claro era que debía desentrañar los oscuros misterios del conventillo y encontrar respuestas antes de que fuera demasiado tarde.