La noche se cernía sobre el Pasaje Maldito, trayendo consigo una oscuridad densa y cargada de secretos. Lucía, envuelta en el manto de la incertidumbre, se sumió en sus propios pensamientos. La muñeca, con su murmullo enigmático, había arrojado un manto de inquietud sobre su mundo.
En su habitación, Lucía se enfrentaba a la dualidad de emociones. El temor se entrelazaba con la curiosidad, y la intriga se mezclaba con la desconfianza. La figura de porcelana yacía en la cama, silenciosa pero llena de misterio, como un enigma que se negaba a revelar sus secretos.
El estado psicológico de Lucía se volvía cada vez más frágil. La línea entre la realidad y la fantasía se desdibujaba, y su mente era un laberinto de pensamientos oscuros. Preguntas sin respuesta la acosaban, y la sombra de la muñeca se proyectaba sobre cada rincón de su conciencia.
Se sentó al borde de la cama, mirando fijamente a la muñeca como si pudiera encontrar respuestas en sus ojos de porcelana. La luz parpadeante de una vela arrojaba sombras danzantes en la habitación, creando un ambiente que reflejaba la tormenta interna de Lucía.
¿Por qué la muñeca había hablado? ¿Qué significaba eso de "una nueva hermana"? Las preguntas se multiplicaban en su mente, como fragmentos de un rompecabezas que se resisten a encajar. El murmullo de la muñeca resonaba en sus oídos, una frase que resonaba con un peso desconocido.
Lucía se aferraba al diario polaco, buscando en sus páginas algún indicio, alguna guía que pudiera arrojar luz sobre la extraña conexión que compartía con la muñeca. Pero las palabras en el diario parecían moverse, transformándose en un laberinto de letras sin sentido.
El Pasaje Maldito, que una vez había sido su refugio, ahora parecía una prisión de sombras y susurros. Las risas y los juegos de los niños en el patio resonaba como ecos lejanos, distorsionados por la atmósfera enrarecida de la habitación.
La ansiedad se apoderaba de Lucía mientras contemplaba la muñeca. Una parte de ella anhelaba arrojarla lejos, liberarse de esta conexión perturbadora. Pero otra parte, una parte que temía explorar, se sentía inexplicablemente ligada a la figura de porcelana.
El reloj en la pared marcaba las horas como un testigo silencioso del tormento interno de Lucía. El sueño se resistía a sus ojos, y la noche se extendía como un túnel interminable. El Pasaje Maldito, envuelto en sombras, guardaba sus secretos con celo, desafiando a descifrar el enigma que se cernía sobre ella.
Así, en la penumbra de su habitación, Lucía se encontraba atrapada entre sombras y secretos, enfrentándose a una verdad que temía descubrir y a un destino que se tejía en las telarañas de lo desconocido.