El sueño, esa oscura travesía del alma, envolvió a Lucía en una nebulosa de pesadillas. En el vasto lienzo de la noche, su mente se sumergió en un torbellino surrealista, tejido con los hilos de las muñecas de porcelana.
En esta ensoñación intranquila, Lucía se encontraba en un páramo desolado, donde nubes tormentosas oscurecían el cielo y arrojaban sombras inquietantes sobre un suelo yermo. El viento soplaba, llevando consigo risas infantiles que se retorcían en ecos perturbadores.
De las sombras emergieron cuatro figuras, cada una con el rostro de una muñeca. La líder, con ojos de cristal y presencia majestuosa, respondía al nombre de Clara. A su lado, una muñeca con vestiduras desgarradas, la muñeca de la capilla de aspecto antiguo, y la creación más sombría completaba el cuarteto.
La líder, Clara, sostenía su porte con gracia. Sus ojos de cristal destellaban con un conocimiento más allá de lo humano, y su vestimenta de encaje blanco recordaba la pureza que en realidad carecía.
La muñeca de la capilla, antigua y misteriosa, el vestido de la muñeca es detallado y antiguo, con encajes y cintas que le dan un aire de épocas pasadas. Sin embargo, a pesar de su aparente inocencia, la muñeca emana una presencia que va más allá de lo común en juguetes de porcelana. Hay algo perturbador en su expresión, como si ocultara secretos oscuros.
La tercera muñeca, con su vestido desgarrado y una rosa marchita en la mano, emanaba un aura de melancolía. Su presencia parecía estar suspendida entre dos mundos, atrapada en una eternidad de pesares.
La cuarta muñeca, cuya identidad se resistía a ser definida, miraba a Lucía con ojos codiciosos. Su presencia estaba envuelta en un misterio que desafiaba cualquier intento de comprensión, un enigma en la danza de las sombras.
Con pasos decididos, las muñecas se movieron hacia Lucía. Clara, la primera en atormentar a Lucía, se adelantó con una mirada conocedora, sus ojos reflejando memorias de antiguos tormentos. La muñeca de la capilla, más antigua y misteriosa, le siguió con una sonrisa enigmática.
La tercera, sostenía en su mano rota una rosa marchita, sus ojos perdidos en algún lugar entre el presente y el pasado. Y la cuarta, una figura sin identidad clara, observaba a Lucía con ojos de codicia, su presencia envuelta en un manto de misterio.
Con pasos silenciosos, las muñecas se movieron en un baile macabro, sus sombras danzando con las risas infantiles que flotaban en el aire. Clara tomó la mano de Lucía, un gesto que la atormentaba con recuerdos y angustias.
–Te llamamos, hermana–, susurraron las muñecas en una armonía que enviaba escalofríos por la espina dorsal de Lucía. –No deberías haber probado el té.–
Lucía, prisionera en la pesadilla, observaba cómo las muñecas tomaban sus manos, entrelazando los dedos con solemnidad. Un aura oscura las envolvía, y sus ojos brillaban con una malicia más allá de la porcelana.
La muñeca de la capilla, junto a las otras, abrió sus ojos de porcelana y, con una sonrisa sutil, murmuró: –Nosotras somos una, y tú, hermana, eres la clave de nuestra existencia.–
El paisaje retorcido se desdibujan, y las muñecas avanzaban hacia Lucía con pasos que resonaban como un eco distorsionado. La oscuridad la absorbía en una danza macabra, un remolino de sombras y palabras susurradas.
De repente, las muñecas se fusionaron en una sola entidad, una figura etérea que emanaba oscuridad indescriptible. Como si las sombras cobraran vida, en el centro de esa amalgama, la voz de las muñecas resonó con una advertencia final.
–Despierta, hermana. El juego apenas comienza.–
Lucía, en la agonía de la pesadilla, se estremeció mientras las muñecas la envolvían en su abrazo fantasmal. La oscuridad se intensificaba, y el susurro de sus nombres resonaba en su mente como un eco interminable.
Así, en el rincón más profundo de la noche, Lucía luchaba contra las sombras de sus propios sueños, mientras el misterio de las muñecas cobraba vida en formas que desafiaban toda lógica y cordura.