Lucía, enredada en las sábanas de la pesadilla, se halló en un despertar abrupto. El eco de las risas infantiles aún resonaba en su mente mientras el silencio de su habitación devolvía la realidad. El sueño, aunque se desvanecía, dejaba tras de sí un rastro de inquietud que se aferraba a su conciencia.
Las sombras de la pesadilla se disolvían, pero la presencia de las muñecas persistía como una esencia fantasmal. La habitación, iluminada por la luz débil de la luna, se tornaba un refugio frío y solitario. Lucía, jadeante, se incorporó, y su mirada buscó la figura de porcelana que yacía en la cama.
La muñeca, en reposo, parecía haber vuelto a su mutismo, pero la memoria de la pesadilla la mantenía en un estado de alerta. Lucía, aún enredada en el enigma de las muñecas, se preguntó si aquella conexión onírica revelaba una verdad oculta.
El diario polaco, con sus páginas gastadas, descansaba en la mesita de noche. Lucía lo tomó, buscando respuestas en las palabras que habían guiado sus pasos hasta ahora. El susurro de las muñecas resonaba en su memoria, recordándole que su destino estaba entrelazado con el de esas figuras de porcelana.
El reloj marcaba las horas en un tic-tac monótono, mientras Lucía se sumergía en la lectura del diario. Las palabras, antes inmóviles, cobraban vida en su mente. La historia de Clara, la maldición que había caído sobre el Pasaje Maldito, y el vínculo ancestral que unía a Lucía con las muñecas, se revelaban como piezas de un rompecabezas que se resistía a completarse.
La inquietud persistía, como sombras esquivas que se deslizaban por los recovecos de su mente. Lucía, atrapada entre las páginas del diario y las huellas de la pesadilla, se cuestionaba el significado de su papel en este juego siniestro.
Una revelación se insinuó en los recuerdos fragmentados de la pesadilla. –Te llamamos, hermana. Nunca debiste probar el té.– Las palabras resonaron como un eco ominoso, marcando el inicio de un capítulo desconocido en la historia del Pasaje Maldito.
La noche se estiraba en un silencio cargado, y Lucía, enfrentándose a la incertidumbre, tomó una decisión. Con el diario en mano, se encaminó hacia el corazón del Pasaje Maldito, donde la muñeca de porcelana se había convertido en un testigo mudo de los secretos que aguardaban en las sombras.
Así, en la penumbra que envolvía el conventillo, Lucía se sumergió en el siguiente acto de este drama sobrenatural. El Pasaje Maldito, con sus pasillos entrelazados y sus muros susurrantes, guardaba respuestas y desafíos que aguardaban a ser desentrañados.