La cuarta muñeca, cuya identidad se resistía a ser definida, miraba a Lucía con ojos codiciosos. Su presencia estaba envuelta en un misterio que desafiaba cualquier intento de comprensión, un enigma en la danza de las sombras. La oscuridad parecía ser su aliada, un velo que ocultaba sus verdaderas intenciones.
Con pasos calculados, la muñeca avanzó hacia Lucía. Cada movimiento resonaba en la iglesia, creando una atmósfera cargada de tensión. Sus ropajes exquisitos, tejidos con hilos que parecían entrelazarse con la misma oscuridad, ondeaban con gracia a su alrededor.
Los ojos de la cuarta muñeca brillaban con un fulgor maligno mientras se acercaba a la niña, su mirada fija en ella como si Lucía fuera un mero objeto, un juguete que siempre le había pertenecido. El aura de esta muñeca emanaba un poder siniestro, como si estuviera conectada a fuerzas antiguas y desconocidas.
Lucía, paralizada por una mezcla de miedo y curiosidad, se sentía magnetizada por la presencia de esta nueva entidad. ¿Quién era esta muñeca que la miraba? ¿Qué vínculo existía entre ellas?
La cuarta muñeca extendió una mano delicadamente adornada con encajes y lazos, acariciando el aire entre ella y Lucía. Un susurro etéreo llenó la iglesia, resonando como un eco distante de un pasado olvidado.
En ese momento, la voz melódica de la muñeca rompió el silencio. –Lucía–, pronunció el nombre con una cadencia hipnótica que envuelve los sentidos de la niña. –Eres parte de mi, un eslabón en la cadena que nos une. Tú me perteneces–.
Las palabras de la muñeca reverberaban en la mente de Lucía, dejando una sensación de desconcierto y asombro. ¿Qué significaba todo esto? ¿Cómo podía ella, una simple niña, estar vinculada a algo tan misterioso y aterrador?
La voz melodiosa de la cuarta muñeca resonaba en la mente de Lucía, creando un eco inquietante que la sumía en un torbellino de preguntas sin respuestas. Mientras luchaba por comprender su conexión con estas figuras de porcelana, la presión en su pecho aumentaba con cada palabra pronunciada por la muñeca.
–Ven conmigo, Lucía–, instó la muñeca con tono persuasivo, extendiendo la mano con una serenidad perturbadora. La niña sintió una atracción incomprensible, como si su destino estuviera atado a aquel momento, como si el futuro de un mundo desconocido dependiera de su elección.
La tensión en la iglesia se palpaba con cada latido del corazón de Lucía. ¿Debería confiar en la cuarta muñeca y seguir su llamado? ¿O resistirse? Las palabras de la misteriosa figura se grabaron profundamente en su mente, resonando como un eco insistente.
De repente, un murmullo suave, apenas audible, cortó el aire. –No te acerques a ella–, susurró una voz débil desde un rincón oscuro de la iglesia. Una figura encapuchada, apenas visible en la penumbra, intentaba comunicarse con la niña. La presencia de esta nueva voz desafiaba la influencia hipnótica de la muñeca, sembrando una semilla de duda en la mente de Lucía.
La niña se debatía entre dos fuerzas opuestas, seguir el llamado de la cuarta muñeca, que prometía respuestas a sus preguntas, o prestar atención a la advertencia de la figura encapuchada que yacía en la sombra. Su corazón latía con fuerza, incapaz de discernir cuál camino era el correcto en aquel enigma desconcertante que se desplegaba ante ella.