Las cosas habían empeorado a la vista de todos y el mundo se estaba volviendo loco. La situación todavía estaba controlada por los gobiernos pero, entre la gente, ya se extendía el rumor de que era el fin de los tiempos, que la última profecía se estaba cumpliendo.
La situación estaba en ya más de 50.000 muertos. Desde hacía tres meses los seísmos no habían cesado, sino que habían aumentado, tanto en número como en fuerza. Había comenzado a haber tsunamis también y algún que otro terremoto fuerte.
Las personas seguían muriendo y nadie podía hacer nada, no podían salvarse, no sabían a donde ir; estaban desesperadas.
Violeta y Mustafá ya habían utilizado el búnker más de un par de veces, algunos días, hasta consecutivos.
- ¿Sigues creyendo que son meras coincidencias? –le preguntó dentro del lugar. Ella negó con la cabeza y soltó un largo suspiro.
- ¿Parará antes de erradicar a la raza humana? –inquirió ella con desasosiego.
- No lo sé; se supone que no. Que morirán tantas personas que los humanos no resistirán ni un milenio. Todos acabaremos muriendo sin remedio.
Ambos se quedaron en silencio. Sin saber qué más decir para reconfortarse el uno al otro.