En esos meses la situación se había complicado demasiado. Los gobiernos no daban controlado a la gente, que ya no sabía dónde refugiarse.
Las cosas habían empeorado: había aumentado el número de terremotos y tsunamis, los seísmos seguían al pie del cañón, asustando a la gente, y, hacía poco, varios (por no decir la mayoría) de los volcanes del mundo se habían puesto de acuerdo para estallar en un periodo de tiempo bastante corto. A parte de eso, también habían aparecido tornados devastadores y sequías impredecibles, que a su vez traían hambrunas aún mayores. La población se iba a pique y la raza humana estaba indefensa. La cantidad de muertes ascendía ya a más de 9.500.000 de habitantes mundialmente: más de la mitad de la población mundial.
Violeta y Mustafá llevaban mes y medio sin salir del búnker y ambos sabían que les quedaba más tiempo allí dentro. Bastante más.
- Yo sabía que esto pasaría, hicimos bien en tener búnker –le dijo de pronto a su novia.
- Lo sé, aún me parece increíble que esto esté ocurriendo. Es tan surrealista, parece un sueño, no –se corrigió a sí misma- una pesadilla de esas en las que no te despiertas hasta que estás a punto de morir.
Mustafá la miró intentando descubrir algún significado oculto en sus palabras, o, en todo caso, una metáfora ya que nunca había tenido un sueño así: una pesadilla. La verdad era que, hasta que sus padres murieron, siendo él un pre-adolescente, no había soñado jamás, pero después de aquel suceso los veía en sus sueños. Ahora también veía a su abuelo, a veces a todos reunidos, o de uno en uno.
Violeta no parecía enterarse de lo confundido que estaba con aquello de las pesadillas, mas decidió dejarlo estar, por si era un tema que le gustase tocar; presentía que no era lago ni bueno, ni bonito.