El pecado de la condesa de Malibrán.

Operación balcón.

Capítulo dos. 
Operación balcón.  
Las 3  jóvenes y bellas estudiantes de preparatoria, tenían una fobia en común a ser engañadas y por lo mismo tenían un pacto de amistad, en el cual jugaban a seducirse los novios, por lo mismo no se buscaban novios de la misma escuela, sino de otras donde no conocían su juego, porque en la suya ya habían dejado en ridículo a varios jovencitos, haciéndolos caer en la trampa de las 3 mosquetebrias en busca de su D’Artagnan; Érika y Romaia vivían en una pensión para señoritas, y Pamela en casa de su familia a unas cuantas cuadras. 
Romaia era la única que traía auto, un Volkswagen Caribe modelo 80, tipo sedán, conocido en otros países como Golf o Rabbit, pero con la parte de atrás tipo huevo, o hatch back, como era su nombre técnico. 
 -Tu novio se me resistió por casi una semana. –le dice Pamela. 
 -Pues Mario no me duró ni 3 días, se me hace que te falta técnica. 
 - ¡Mira, mira lo que se dice ser la experta en hombres! Si todavía eres virgen. -le dice Pamela. 
 - ¡Tú también y no necesito andar ofreciéndoles las nalgas para que caigan, como tú! –dice Romaia. –Y aun así te tardaste más de una semana con el estúpido del Gael. 
 - ¡Apostamos un labial de la fayuca a ver a quien busca primero! –dice Pamela. 
 -Apostado, sirve que me repones el que me ganaste con Mario. –dice Romaia. 
 - ¡Yo apuesto por Romaia! –dice Érika. 
Y así, platicando cosas de colegialas aquel trio de jovencitas llegó a la casa de Pamela para dejarla, y se dirigieron a la pensión para señoritas que quedaba a unas cuantas cuadras, para hacer sus tareas en lo que se llegaba la hora de la comida. 
 - ¡Te llaman por teléfono, Romaia!  
Se escuchó la voz de la señora Adelina Román, que era la dueña de la casa que habitaban como pensión de señoritas y la que las atendía; Romaia bajó las escaleras para atender el teléfono general de la casa. 
 - ¡Hola mi amor! ¿Puedo ir a verte? 
Se escucha la voz de Gael Domínguez, que era el chico de la cafetería.  
 -¡Si cielo, mi amor, mi vida, te extraño! 
Le contesta la chica malévolamente 
 –Solo que ya sabes que doña Adelina no deja que metamos muchachos, pero podemos vernos por la ventana del jardín. 
 - ¡Entonces espérame en la ventana para que me veas llegar! –dice el chico confiado y contento. 
 - ¡Si mi amor, aquí te espero! –dice Romaia colgando el teléfono.                     - ¡Érika, tenemos operación balcón! 
 - ¡Siii! –dice la chica dejando la tarea que estaba por comenzar. - ¿Lado del Sol o de la Luna? 
 - ¡Lado del Sol!  
Dice Romaia refiriéndose al lado derecho de la mansión Román, situada en la frontera de la conurbación Veracruz-Boca del Rio, en pleno malecón, antigua casona con una amplia terraza al frente, balcones y jardines, con más de 20 habitaciones donde vivían 16 señoritas estudiantes, su dueña Adelina, un par de sirvientas que laboraban de entrada por salida y un trabajador que la hacía de todo, jardinero, mayordomo, plomero, albañil, etc., don Hermelindo Herrera, de 40 años, atractivo, alto y delgado, piel morena, de ojos cafés y cabello oscuro, y que vivía en la parte de atrás de la mansión en una casa para la servidumbre, la chica preparaba una cubeta con agua con jabón, acido, cloro, restos de acuarelas, salsa cátsup, frijoles, y todo lo que encontró para hacer una mezcla que provocara las manchas más difíciles de quitar. 
 - ¡Déjame llamar por telefono a Pamela para que venga a ver! –dice Érika bajando las escaleras rumbo al teléfono.  
 - ¡Ya no alcanzará a llegar porque ahí viene Gael!  
Dice Romaia, recargándose con actitud de inocente arrepentida en la ventana, mientras Érika subía las escaleras con la cubeta. 
Aunque la casa estaba bardeada y equipada con un fuerte portón corredizo de madera que abría la cochera, a esa hora normalmente estaba abierto. 
 - ¿A quién se van a ejecutar con la operación balcón esta vez? 
Pregunta Adelina al verlas, ayudándoles un poco echando restos de comida en la cubeta. 
 - ¡Usted páseme el traste de aluminio y escóndase para que no la vea! 
Y así la encontró el infiel muchacho, con mirada triste y compungida, recargada en la ventana, mientras abrazaba un traste de aluminio. 
 - ¡Lo que pasó en La Capilla no fue lo que tú pensaste!  
Dice Gael refiriéndose a la cafetería donde lo habían encontrado con Pamela. 
 -Lo sé mi amor, yo sé que tú me amas y que yo tengo la culpa, por no tener el valor de ser tuya las veces que me lo has pedido; ¿Me perdonas?                       
Dice la chica con acento de culpabilidad, mientras no dejaba de abrazar el traste de aluminio. 
 -Perdóname tú a mí, yo no quisiera pedirte eso, pero eres tan bonita y te deseo tanto, que no puedo controlar mi naturaleza cuando se me acercan las otras chicas, pero te juro que cuando aceptes ser mía, ya no tendré ojos para ninguna otra mujer jamás. 
 - ¿De verdad, me lo juras? –dice Romaia bajando un poco el traste de aluminio.  
 -Te lo juro chaparrita, oye; ¿Y para que quieres ese traste de aluminio? 
 - ¡Es para hacerte un pastel mi amor! ¿Quieres ver que tan grande va a ser tu pastel? 
Pregunta Romaia que ya recargada de frente al quicio de la ventana, extendió sus brazos con el traste de aluminio. 
 -Hazte un poquito para atrás por favor, para que te des una idea de que tan grande va a ser tu pastel. 
 - ¿Hasta aquí está bien? –pregunta Gael ya confiado dando un pasito hacia atrás. 
 - ¡Un pasito más atrás mi cielo!  
Dice Romaia ya con los brazos extendidos dejando caer el traste, que era la señal para que Érika, que ya lo tenía en la mira desde el balcón de arriba de la ventana, con la cubeta llena con líquidos viscosos y malolientes se la vaciara, logrando un tiro perfecto, mientras su amiga, de un rápido movimiento y sonriendo burlona, le tomó una fotografía con una cámara Polaroid instantánea, cerrando inmediatamente la ventana. 
Gael furioso, con una mano comenzó a golpear la ventana, mientras con la otra se limpiaba la cara, hasta que escuchó los ladridos y gruñidos de un enorme labrador negro que lo acechaba. 
 -Será mejor que te vayas muchacho, porque el Queco nada más ladra 3 veces antes de atacar, y ya ladró 2. 
Le dice Adelina con acento serio, mientras se asomaba por el porche de la casa, el Queco gruñía amenazante, mientras la dueña de la casa hacia como que lo cercaba para que no lo atacara, pero fue cuando el imponente labrador lanzó su tercer ladrido, que la señora gritó. 
 - ¡Corre ahora! 
Y Gael salió como alma que lleva el diablo con el Queco mordiéndole el trasero y los talones, mientras Adelina preparaba la manguera del jardín riéndose a carcajadas con las chicas. 
Que ya salían mirando la foto instantánea que Romaia había tomado, y pasados unos segundos en lo que la diapositiva se revelaba automáticamente con la luz del Sol. 
 -Mientras ustedes terminan de limpiar lo que quedó de su operación balcón, yo voy a continuar haciendo la comida porque no tardan en llegar las demás. –dice Adelina dirigiéndose a la cocina. – ¡Y lo quiero bien limpio, no nada más escurrido y embadurnado! 

 




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