El pecado de la condesa de Malibrán.

La bruja del arenal.

Capítulo cinco. 
La bruja del arenal.  
 -En Veracruz, había una envidiable tranquilidad y sosiego y dentro de esa inmensa quietud, comenzaron los rumores entre la gente, que unas y otras se contaban cosas extrañas que pasaban en la casa de una mujer, que había llegado al puerto acompañada de mucha pompa, lujos, y un título nobiliario que nadie tenía en esos tiempos en la región, fueron los años que dieron principio al siglo XIX, cosas muy extrañas se murmuraban en torno de los habitantes de la población, se hablaba de una bruja que practicaba la magia negra y que habitaba en una humilde choza rodeada de pantanos donde abundaban los cocodrilos y arenales, al frente de aquella choza tenía un horno de tierra y encima una olla de barro que por el calor que recibía, emanaban olores nauseabundos, uno de ellos muy penetrante que al respirarlo causaba náuseas y vómito.  
 -En la fachada de aquella choza, una puerta construida con pedazos de tablas, ramas y cartones, donde la cabeza de una enorme águila disecada con ojos brillantes como si tuviera vida, la adornaba, de la misma puerta de aquella choza a la ventana, tenía enormes tarántulas que parecían juguetear entre sus propias telarañas, ahí mismo se podía ver la cara de un ídolo de tipo infernal con un solo ojo y en la boca, una argolla de oro que le adornaba parte de la barba, esa barba se constituía en una enorme maraña como si fuera una madeja de estambre negra y espesa, junto a ese gran ídolo, una repugnante calavera todavía con residuos de carne podrida y con una peste muy desagradable. 
 -Decían que aquella bruja siempre que daban las doce de la noche salía a la puerta de su casa, y con los brazos abiertos extendidos hacia el cielo, en la oscuridad más espantosa, con una voz cortada pedía a las fuerzas del mal para que la protegieran y le cumplieran sus peticiones; al mismo Satanás llamaba con gritos estridentes que iban perdiéndose en la espesura de los árboles y de los pinos de la pequeña villa que era Veracruz en esos tiempos. 
 -La existencia de aquella bruja que vivía en aquellos arenales, llegó a los oídos de la condesa de Malibrán que, vestida de negro, algunas veces y otras de blanco, pero siempre con elegancia, comenzó a visitarla porque quería que le conjurara una maldición que decía que en tiempos pasados le había instalado otra bruja de la vieja España, aquella rara y elegante mujer sufría hasta lo increíble, porque aun casada con tiempo suficiente seguía sin poder tener hijos. 
 -Aunque algunas veces se llegó a pensar que asesinaba a los marineros esa misma noche y los echaba a un viejo pozo con cocodrilos, la verdad es que los mantenía encerrados en las mazmorras de los sótanos de la mansión, custodiados por esclavos de su entera confianza, a donde nadie más que ella podía acceder, donde se acostaba con ellos varias veces, manteniéndolos idiotizados y enamorados con brebajes mágicos que ella misma preparaba, porque su intención era embarazarse y por eso acudía con la bruja del arenal que le enseñó a prepararlos. 
 -Y al pasar los días y las noches sin lograr su objetivo, cuando le llegaba la fecha de su periodo menstrual y le bajaba la regla, los envenenaba, y era cuando los echaba al viejo pozo con los cocodrilos, para que nadie jamás encontrara ni el más mínimo rastro de los marineros. 
Para esto ya las chicas estaban congeladas de miedo, y algo que se cayó en el segundo piso las hizo saltar y gritar. 
 - ¡No yo ya me voy! –dice Belinda Castillo Ruiz, una de las pensionadas. –Ya me dio miedo.  
 - ¡Nosotras vimos las mazmorras donde los encerraba! Tienen rejas y camastros, como si fueran las celdas de una cárcel. –dice Romaia, que, aunque también sentía miedo, se veía tranquila. 
Belinda intentó abandonar el comedor, pero ante la oscuridad de la mansión Román y los aullidos y ladridos del Queco que no se callaba, decidió volverse a sentar.  

 




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