Capítulo ocho.
El Ostro y la Ostra.
- ¿Por qué tan solitas, andan perdidas, o qué?
Les preguntan un par de muchachos del puerto, pero con un aspecto de malandros que no podían disimular, aunque no eran desagradables a la vista; Érika se asustó de primera mano al verlos y Pamela se quedó callada, pero en unos segundos calculó que les podían servir y les dijo.
-La verdad es que estamos en un problema y me gustaría que nos ayudaran. –dice Érika sonriéndoles coqueta, mientras seguían caminando tras la bibliotecaria. - ¿Se quieren ganar un dinero?
- ¡Ujule güerita! Si nosotros apenas las íbamos a atracar, pero si hay una manera de que nos ganemos el pan honradamente, con mucho gusto.
Romaia las observaba desde poco más de media cuadra y pitándoles les hizo un cambio de luces tratando de llamar su atención, los muchachos voltearon hacia el auto mirándose extrañados.
- ¡No se preocupen! Tan solo es uno de mis escoltas. –les dice Pamela.
-No te creas güerita, no las íbamos a asaltar, al contrario, veníamos a protegerlas porque es muy peligroso que un par de niñas fresas anden por estos rumbos a estas horas, pero ya nos vamos.
-Si nos ayudan, les doy 500 pesos. –dice Érika mostrándoles unas monedas.
-Huy güerita, con 500 apenas para un cartón, pero; ¿De qué se trata?
-Mira, esa señora que vamos siguiendo es mi maestra, y me decomisó unas revistas pornográficas amenazándome con que mañana se las va a enseñar a mis papás, las trae en la bolsa que carga con la mano, si le quitan la bolsa y me la traen, les doy los 500 pesos. –dice Érika.
- ¡Ya está güerita preciosa! Pero van a ser 1000 bolas, y ahorita me das los 500 para que, por si nos apaña la ley, de perdida traigamos para darles su mochada; ¿Le atoran o se zafan? –dice el malandro.
Pamela se le quedó mirando a Érika que dudó un momento.
- ¡Dáselos! Que si seguimos hablando tu maestra se va a subir al urbano y no vamos a poder recuperar las revistas, yo te doy los otros 500 en el carro. –dice Pamela.
- ¡Ya está chavos! Los esperamos en aquel Caribe beige que esta estacionado allá.
Dice Érika dándole las 5 monedas de 100 pesos a los muchachos, y se dirigieron hacia la Caribe cuya conductora ni idea tenia del trato que habían hecho, las chicas se subieron al auto y cuando Romaia apenas las empezaba a regañar porque consideraba que les habían tomado el pelo, un bulto entró por una de las ventanas y uno de los muchachos contratados les dijo:
- ¡Ya estuvo güerita, dame mis otros 500 pesos, y cuando se les ofrezca algo nomas preguntan por el Ostro y la Ostra a cualquier vendedor en esta misma calle!
Y Pamela que iba en el asiento de atrás comprobando que, efectivamente era la bolsa que traía la bibliotecaria con algunas cosas y un viejo libro en el interior, gustosa les dio las otras 5 monedas de a 100 pesos y contentas arrancaron hacia la casa de Pamela y después a la pensión de Adelina, que ya las estaba esperando para checarlas que no llegaran con aliento alcohólico, y después de revisar que no portaran nada prohibido, les dijo:
- ¡A cenar y a dormir! Y no se olviden de lavar los platos.
Dejándolas solas y bien regañadas en el amplio comedor, que bien iluminado no se veía tétrico, sino más bien cómodo y lujoso.
- ¡1000 pesos por un mugroso libro de bordados!
Dice Romaia al otro día ya terminando de comer, ya cuando les habían platicado su aventura a las demás internas.
- ¡Tú de que te quejas si ni pusiste nada! –dice Pamela también furiosa.
-Tal vez lo único bueno es que el libro de bordados le gustó a doña Adelina y nos va a perdonar por todo lo que tuvimos que hacer para conseguirlo; ¿Verdad doña Adelinita? –dice Érika.
- ¡Las voy a castigar, pero por idiotas, escuinclas babosas! Mira que andarse arriesgando en el barrio de la Huaca de noche, solamente a ustedes se les ocurre hacer tratos con malandros para robarse un libro de pócimas de amor y todo eso, y se me olvidan de todo eso porque todo el resto del mes las quiero aquí apenas saliendo de la escuela y eso va para las 3, ahorita le hablo a tus padres Pamela.
Dice Adelina dejándolas en el comedor, mientras marcaba un número telefónico.