El pecado de la condesa de Malibrán.

La fiesta macabra.

Capítulo once. 
La fiesta macabra. 
 - ¿Ya no podemos ir a la biblioteca verdad? –Pregunta Romaia. 
 - ¡Claro que podemos! Al fin que no hay manera de que nos acusen de nada, pero si se entera doña Adelina, ahora sí que quien sabe cómo nos castigue, ya ves la última ocasión que no nos dejó salir más que a la escuela durante todo el mes pasado. –contesta Érika.   
 - ¿Y si le decimos que vamos por una tarea de la escuela?  -pregunta Romaia. 
 -Lo más seguro es que nos quiera acompañar para supervisarnos como le hace a las demás, y aunque fuera cierto que tengamos que ir para hacer una tarea de la escuela, jamás nos va a dejar, ni buscar, ni revisar, cualquier libro de pócimas o que tenga que ver con brujas.  
 - ¡Chingoletas!  -dice Romaia.  –Se me hace que esas recetas deben de estar ocultas en la mansión de Malibrán en viejos pergaminos y cuadernos de la época y no en la biblioteca. 
 - ¡Ya olvídate de eso!  -dice Érika.  –Mejor vamos a apurarnos con el mandado para estar listas para al rato a ver que chavo nos ligamos para seguir con las apuestas; ¡También el gringo cuenta eh! 
 - ¡Me perdonas, pero no te metas con mi gringo!  -dice Romaia. 
 - ¿Y porque no? ¡Si prácticamente yo te lo presenté!   
Las chicas aunque querían ir al cine, nada más pusieron la carta en el buzón del correo y se regresaron al centro comercial para hacer las compras, donde se encontraron con otras de las internas y haciendo cooperación, de un teléfono público llamaron para contratar a un sonido disco, para que tocara música disco en la fiesta y llegaron temprano para preparar todo para la tocada, apenas eran las 8 de la noche y ya estaba todo listo, con un  escenario empotrado en estructuras con luces y sonido disco. 
Y el Disc Jockey de Circus Electronic, uno de los sonidos discos más populares de la época, comenzó a amenizar la fiesta con la canción de Eye in the Sky de Alan Persons Project, en aquella noche de Sábado y el ambiente poco a poco se fue animando, como si fuera una gran celebración que antes de las 10 de la noche ya tenía más de 30 participantes adentro de la mansión Román, y más de 200 afuera, ya que debido a que la mansión se encontraba en pleno bowlevard Manuel Ávila Camacho, enfrente de La Isla de los Sacrificios, que aunque aún estaba en construcción, ya permitía el acceso a vehículos desde cualquier parte de Veracruz o de Boca del Rio hacia esa zona. 
Adelina sabía que eran muy comunes los pleitos callejeros en esa colonia ya que era la conjunción de las dos urbanizaciones, y las bandas de ambos lados se peleaban aquel territorio considerado como la tierra de nadie, y constantemente pasaban las policías de las dos ciudades, a disuadir de cualquier alteración del orden, a los jóvenes que se acercaban a curiosear a las colegialas que en su casa se hospedaban. 
Èbrika ya le estaba haciendo honor a su segundo nombre, porque ya se le notaban las copas, mientras bailaba con uno de los muchachos invitados a la fiesta, entre luces disco y el sonido de las bocinas que tocaba la canción de Billy Jean de Michael Jackson; Pomaia y Pomela también hacían lo suyo, entre las demás chicas de la pensión que también gustaban del alcohol, pero la locura empezó cuando el disk jockey tocó la de thriller de Michael Jackson, porque era muy difícil que alguien no saliera a bailar cuando tocaban esa canción, que era el éxito del momento, y cuando la clásica risotada diabólica del final se escuchaba; Pomela tomó el micrófono del disc jockey gritando. 
 - ¡JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESAAA DE MALIBRÀN!  
Dándole un toque especial a aquella fiesta, que siguió ahora más animada por la mística de la conocida leyenda. 
-¡JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESAAA DE MALIBRÀN! 
Gritó ahora el disc Jockey haciendo una voz aún más diabólica, gracias a los efectos de sonido de sus aparatos y subiéndole el volumen, ahora  sus gritos se escuchaban a mucha más distancia, dándole más ambiente a la fiesta que ya tenía más participantes, porque los hijos de los vecinos y amigos más cercanos a la dueña de la mansión, habían solicitado invitación extemporánea, y ahora llegaba a más de 100, la policía organizó un cordón de seguridad al frente de la mansión, ya que afuera había cientos de autos estacionados, y muchachos que ofrecían pagar hasta 1000 pesos por entrar a la tocada. 
Adelina participaba atenta de la fiesta desde la terraza donde se veía todo el escenario y el malecón, compartiendo con algunas amigas y vecinas que habían llevado a sus hijos, cuando un grito diferente se escuchó en los micrófonos. 
 - Y CUENTA LA LEYENDA QUE EN NOCHES DE LUNA LLENA COMO ESTA, SE PUEDE VER A LA PERVERSA CONDESA EN SU LUJOSO CARRUAJE, PASEANDOSE POR EL MALECON DEL PUERTO, Y PIDIENDO A GRITOS EL PERDON POR SU PECADO, CARGANDO EN BRAZOS AL HIJO QUE MAL PARIÓ, LA MUY DESCARADA E INFIEL MUJER, QUE MUERA LA CONDESA DE MALIBRAN, QUE RECIBA EL JUSTO CASTIGO POR SU INFIDELIDAD. 
Dice Belinda Castillo, que en esas condiciones alcoholizadas era conocida como: “Bebelinda”  
 -PERDOON, PERDOON, PERDOOON, GRITA LA CONDESA. 
Dice Pomaia que era la que tenía uno de los micrófonos. 
 - ¡JUSTICIAAA, JUSTICIAAA, QUE MUERA LA CONDESA DE MALIBRÀN! 
Dice el disc jockey, y al ritmo de Thriller, Billy Jean, y beat it, de Michael Jackson siguió la extraordinaria fiesta disco, entre los gritos guturales de los disc jockey y uno que otro animador o animadora que tomaba los micrófonos. 
 - Y QUE RECIBA EL JUSTO CASTIGOOO POR SU I FIDELIDAAAD. 
 - ¡Estas escuinclas idiotas ya se están pasando!  
Dice Adelina con intenciones de levantarse para ir a quitarles los micrófonos. 
 - ¡Tranquila vecina! Son niñas y es lo que les gusta, además todos nos estamos divirtiendo sanamente, y ni modo que la Condesa venga nomas porque se están burlando de ella. 
Y mientras ella y algunos vecinos papás de los asistentes, controlaban a los muchachos dentro de la mansión Román con ayuda de don Hermelindo, que ahora la hacía de mayordomo, mesero y guardia de seguridad, junto con las sirvientas, afuera ambas corporaciones policiacas controlaban a la gente que tenía su propia fiesta en el malecón, hileras dobles y hasta triples de autos estacionados en ambos lados del bowlevard de 2 vías, y cada una de 3 carriles, donde ya se contaban por cientos los muchachos y muchachas, que se divertían con la música de aquel disc jockey que junto con las 3 mosquetebrias, le habían sabido dar el toque especial a aquella fiesta disco que a partir de esa noche seria conocida como la fiesta de la condesa de Malibrán. 



 




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