El fin de semana pasó tan rápido como apareció, cosa que agradecí enormemente. Tener a mis padres en la misma casa era una tortura, tener a mis padres en una misma habitación era un infierno. Los gritos y las interminables discusiones no hacían más que empeorar todo, muchas veces no entendía a qué se referían o qué era precisamente lo que mi madre le reclamaba, pero sabía que esos eran temas en los que yo no debía meterme.
El sábado por la noche, la discusión llegó a tal punto que mi padre salió de la casa y no volvió hasta la mañana siguiente. Me sentía preocupada, por ambos. Aquella noche no paré de escuchar a mi madre llorar en su habitación, jamás la había escuchado llorar, a excepción de aquél día.
Cuando le conté a Brian de eso, se limitó a encogerse de hombros y murmurar: “—Es problema de ellos, yo ya tengo suficiente.” Y luego se marchó hacia vaya uno a saber dónde. Me resultó bastante extraña su actitud, dado que él era el más apegado a mamá.
Al parecer esta familia estaba cargada de misterios, y éstos no paraban de crecer.
Por otro lado, él y Emily llevaban bien su muy reciente relación, por lo que mi amiga me había contado. Eso me alegraba, no todo estaba yendo mal en esta familia.
La mañana del lunes llegó y con eso el fin de aquellos días de locuras. Como todas las veces, me desperté, cambié e hice mis necesidades, pero al bajar a desayunar no me encontré con nadie allí.
Un suspiró de decepción salió de mis labios, me daba un poco de ilusión encontrar a todos ahí, aunque fuera con un tenso y horrible silencio, pero no fue así, ni siquiera Brian estaba.
Me quedé de pie en la entrada de la cocina, sumida en mis pensamientos y acompañada del silencio. Era deprimente para mí haber llegado a este punto, de chica siempre había tenido a alguno de mis padres —sino era a ambos— preparando el desayuno para todos y Brian junto a mí peleándonos por alguna cosa sin importancia. La casa siempre había estado cargada de felicidad, éramos muy unidos entre todos, pero poco a poco las cosas se fueron desmoronando. Mi padre viajaba más de lo normal, mi madre vivía en su oficina y mi hermano desaparecía misteriosamente. Aún no podía acostumbrarme a eso, no quería hacerlo.
Comencé a sentir una opresión en el pecho, observé cada uno de los lugares que antes ocupábamos y suspiré con pesar.
Decidí que no tomaría el desayuno allí, pasaría por una cafetería y me quedaría ahí hasta el horario de clases, definitivamente no estaba dispuesta a estar en la soledad de mi hogar con tanta nostalgia.
Tomé mi mochila y las llaves de mi auto, para luego dirigirme al garaje. Me llamó la atención que al entrar el auto de Brian se encontrara junto al mío, me encogí de hombros observándolo, tal vez se había ido con alguno de los chicos.
Subí a mi auto y lo encendí, poniendo marcha atrás y luego saliendo a la carretera. Recordé que le había prometido a mi hermano que iría con él a todos lados luego de lo ocurrido, pero no tenía la culpa de que no estuviera en casa. Me resultaba un tanto extraño que no me hubiera dejado ningún tipo de nota, aunque había veces que se le olvidaba.
Manejé tranquilamente hasta Morfi`s, el lugar más concurrido de la ciudad. Éste contaba con varios ambientes, por un lado estaba la cafetería, luego el local de comida rápida y al final el restaurante. Cada cosa que podías comer de aquél lugar era realmente exquisita, por algo su gran prestigio entre los habitantes de la ciudad.
Entré al estacionamiento y detuve el auto en medio de una gran camioneta negra y un pequeño escarabajo color amarillo; sonreí al ver el pequeño vehículo, a mi madre le fascinaban los de su tipo. Bajé, soltando un suspiro de cansancio, y caminé a pasos de tortuga hasta las puertas de la cafetería. El olor a café inundó mis fosas nasales al traspasar la entrada, inspiré profundo, amaba el café.
Busqué una mesa algo alejada y pude divisar una en una esquina, a un lado de la ventana que daba a la vereda; me resultó perfecta, sentía que de esa manera tenía un poco más de privacidad a diferencia de las mesas del medio, las cuales estaban rodeadas de personas. Una vez me senté, solté un suspiro de alivio y tomé la carta que allí se encontraba, ojeándola rápidamente, aún sabiendo que siempre terminaba eligiendo lo mismo, y volviendo a dejarla en donde antes había estado.
— Buen día, ¿qué va a pedir? —La voz del mismo chico que me atendía cada vez que pasaba por este lugar se hizo escuchar a mi lado.
Levanté mi mirada y le devolví la sonrisa que me estaba dando.
— Hola, lo mismo de siempre. —Le contesté con una mirada cómplice.
— Un café y brownie para la señorita. —Dijo con voz sonora, anotando en su libreta. —En un momento se lo traigo. —Avisó para darse la vuelta y caminar hacia la barra.