Puso en marcha el auto, para luego acelerar. Mi codo estaba apoyado en donde la ventana comenzaba y, a su vez, mi mejilla derecha sobre mi mano, sosteniendo el resto de mi cabeza. Las lágrimas continuaban saliendo de mis ojos, haciendo una carrera por mis mejillas hasta llegar a mi mentón. Algunas seguían el camino por mi cuello y se perdían al llegar al borde de mi top, otras desaparecían antes.
No sabía cómo describir lo que sentía, tampoco estaba segura de lo que había ocurrido. No quería hacer nada más que llegar a mi casa y llorar, sin más. Mi mirada se perdía a través de la ventanilla, por las calles oscuras de lo que pertenecía a la parte Este de la ciudad, todavía no habíamos salido a la Avenida que llevaba hacia donde nosotros pertenecíamos, o por lo menos yo pertenecía.
Íbamos en silencio, sumergidos cada uno en sus pensamientos. Sentía su mirada de vez en cuando hacia mí; yo, por mi parte, ni siquiera quería dirigírsela, sinceramente sentía vergüenza de toda la estupidez que había hecho. Tampoco sabía cómo me enfrentaría a mi hermano, que estaba segura para este momento ya se había dado cuenta de que yo no estaba en mi auto.
— ¿Estás bien? —Lo escuché decir, a la vez que ponía el guiño para doblar y entrar a la Avenida.
¿Que si estaba bien? ¿Qué era estar bien? Si hablábamos de lo físico, me dolía un poco la espalda y la mi mano que había sido pisada, pero estaba viva, ¿no? Lo demás era solucionable. Ahora bien, si estar “bien” también incluía mi bienestar psicológico, realmente no sabía cuándo había sido la última vez que había estado “bien”, si es que en algún momento de mi vida había llegado a sentirme bien.
En el momento en que mis labios se despegaron, para contestar a su pregunta, un celular comenzó a sonar. Se removió en su asiento, sacando el teléfono del bolsillo delantero de su pantalón y atendió, poniendo en altavoz, no sin antes haberme echado un vistazo, como si me estuviera avisando de lo que se venía.
— Brian. —Dijo, contestando.
— Dime, por favor, que mi hermana está contigo. —La voz desesperada de mi hermano resonó en todo el automóvil.
Despegué mi mejilla de mi mano por primera vez desde que subí, y giré a mirarlo. La verdad no tenía idea de qué era bueno decirle, si estaba con Alex a salvo o si había subido a mi supuesto e imaginario vehículo y estaba yendo hacia casa. Obvio que la primera opción era la más razonable, “la verdad”, pero sabía que después de eso me esperaría una buena discusión. En cambio, la segunda opción tal vez…
— Alex, su auto está aquí. —Insistió Brian, al no recibir respuesta de su amigo.
Bueno, la segunda opción ya no era viable. Lancé un suspiro, sabiendo lo que me esperaba al llegar.
— Aquí estoy. —Hablé, cuando noté que Alex estaba a punto de decir la verdad, tampoco sabía qué pretendía con seguir mintiéndole, sólo que se alterara aún más.
— Bien. —Fue toda su contestación, para luego colgar.
Y todo se sumió nuevamente en un profundo silencio.
Ese “bien” no significaba más que “cuando llegues hablaremos”, y ese “hablaremos” sólo sería él dándome un largo sermón. Sí, mi hermano de 17 años me daría un largo sermón a mí de, también, 17 años. Y la pregunta del millón era: ¿por qué? ¿Por qué él creía que tenía tal poder? ¿Por qué yo le daba ese poder? Tal vez, esa era su manera de tratar de arreglar el lío en el que estaba metido, de mantener cierto orden y lo conseguía tratando de “protegerme” de algo que yo no entendía, en lo que nunca me había metido y nunca me metería. Pero claro, esa era mi postura, eso era lo que yo pensaba de aquello, aunque no sabía que ya había nacido dentro.
Escuché un largo suspiro de parte de Alex, y miró de reojo hacia mí.
— Escucha… —Dijo suavemente, provocando que toda mi atención recayera en él. —Entiendo que quieras saber lo que…—No podía seguir con eso, simplemente no podía.
— No. —Lo interrumpí rotundamente. —Escucha tú. —Giré prácticamente la mitad de mi cuerpo hacia él. —No entiendes nada, ¿sí? No tienes ni puta idea de lo que estoy pasando. Mi familia se está desmoronando y no sé por qué. Mi hermano está metido en no sé qué. Mi padre al parecer no es la persona que siempre creí que era. Y mi madre está cargando con todo esto sin querer contarme nada, tiene miedo de mi padre y ni siquiera sé la razón. —Volví a mirar al frente, mientras negaba con la cabeza. —Tú no sabes nada. No pretendas que entiendes lo que me pasa, no pretendas que puedes ponerte en mi lugar, no pretendas un puto grado de empatía, porque tú no sabes nada. —Le eché un pequeño vistazo, en el que pude ver cómo me observaba atónito y volví a acomodarme como al principio, con mi vista en la ventana de mi lado.