Sin realmente quererlo, mis ojos se desviaban del camino posándose en el chico que manejaba a mi lado. No sabía si lo observaba por el tema de los claveles, si era por el hecho de que simuló dejarme o por la simple razón de que su presencia producía una extraña sensación que aún no lograba explicar.
Las calles pasaban, y no era que realmente estaba prestando atención al camino, sino que veía como las luces de las farolas que entraban en el auto iban cambiando a medida que avanzábamos. Quería preguntarle sobre las flores, quería saber la razón de… No estaba segura si la razón sobre por qué me había regalado una flor con aquél significado o si dar por sabido que lo había hecho con la intención de distanciarme, pero cuál era la razón de ese rechazo.
Tal vez, había sido demasiado ¿apresurada?, al suponer que quería algo conmigo. Incluso podría haber malinterpretado sus señales y él se había sentido demasiado incómodo como para rechazarme en persona… No, eso no podía ser, él me había besado y eso se había sentido con toda la intención del mundo. Entonces, ¿qué podría haber sido? ¿Brian, tal vez? Brian… Aunque, mi hermano no había mencionado nada expresamente, cosa que si lo había hecho con otros chicos.
Podría ser… ¿que mi hermano estuviese de acuerdo con esto? No, probablemente ya sabía cómo terminaría y ni siquiera se molestó en reclamarle a su amigo.
Volví a observarlo una vez más por unos segundos, y supuse que esa vez había sido demasiado obvia, porque noté como él rodaba los ojos y lanzaba un suspiro de exasperación.
— ¿Puedes decirme qué es lo que te sucede? —Preguntó, corriendo sus ojos hacia mí por un momento para luego volver a la calle. —No dejas de echarme miradas raras desde que subiste al auto. — ¿Miradas raras? Así que, al parecer, mis miradas acusatorias eran miradas “raras”.
Y en ese momento mi lucha interna comenzó, la pregunta de “¿qué demonios le contesto?” atormentó mis pensamientos por esos milisegundos que tardé en procesarlo y buscar la respuesta adecuada.
— Nada. — ¿Nada?
— ¿Nada?
Estúpida. Estúpida. Estúpida. Un torbellino de ideas me cruzaron por la cabeza, que iban desde decirle que tenía un moco a que me gustaba. Ninguna coherente, por supuesto, ni tampoco que tuviera que ver con la verdadera razón por la que mi vista recaía en él.
Entonces, fue cuando recordé lo que me había dicho en el espejo antes de salir esa misma noche. Yo debía ser fuerte, debía enfrentar cualquier adversidad que aparecía en mi camino. Aunque… ¿eso representaba una adversidad? ¿De verdad? No, no lo hacía. Tal vez podía dejarlo para otra ocasión. Sí, tal vez sí.
— ¿Kim? —Me llamó, mientras giraba el volante para doblar en una esquina.
Rodé los ojos, haciéndome la exasperada, todo una actuación por cierto. La verdad era que estaba desesperada, no exasperada.
— Kim, ¿qué sucede? —Volvió a insistir, y debo admitir que esa vez ni lo pensé, las palabras salieron de mi boca como vómito.
— ¿Qué me sucede? ¿Cómo que qué me sucede? Me mandas una planta que su flor significa rechazo y me preguntas qué me sucede. ¡Pues eso me sucede! —Contesté exasperada, sin siquiera darme cuenta mis brazos se movían de un lado para otro y mi paciencia definitivamente estaba en un punto crítico.
Sentía como si algo muy fuerte estuviera creciendo dentro de mí, como un sentimiento que venía desde lo más profundo arrasando con todo a su paso y era bastante probable que saliera de mí como un huracán. Y aumentó todavía más cuando giró hacia mí con cara de no saber absolutamente nada, ¡encima se hacía el desentendido!
— ¿El qué? —Y su voz salió más aguda al final, acentuando bastante la última letra. Incluso si no hubiera estado en esta situación a punto de explotar, me hubiera causado risa.
Las palabras se me iban acumulando en la garganta, causándome un nudo que temía que en algún momento no me permitiera hablar.
— ¡Los malditos claveles amarillos, Alex! —Grité, consumida por la histeria en la que me encontraba.
En ese momento no caí en la cuenta, pero la realidad era que allí, en su auto, todo lo que había vivido las últimas semanas comenzó a hacer estragos en mí. Allí salí del shock en el que me había encontrado todo este tiempo y pasé a la etapa de la completa histeria.
Las lágrimas saltaron de mis ojos y mi voz se cortó con su nombre. Él rápidamente reaccionó estacionando el auto a un costado de la calle, me miró, viendo el verdadero desastre que era en ese momento, y entonces sólo me abrazó, dejándome llorar en su pecho. Y aunque al principio tuve la intención de empujarlo, lo dejé estar porque en ese instante lo único que me hacía falta era una acción de apoyo.
Sinceramente, no supe cuánto tiempo pasé con mi mejilla apoyada en su pecho mientras lloraba y él me acariciaba el pelo, tampoco supe en qué momento las lágrimas ya no salieron y pude volver a hablar, pero sí recuerdo lo que le dije y cuál fue su respuesta.
— ¿Por qué me mandaste esas flores al hospital?
— Yo no te mandé nada al hospital. —Y entonces, mis ojos se abrieron y sentí como si mi corazón se hubiese detenido.
— ¿Qué? —Pregunté, alejándome de él para poder mirarlo a la cara y darme cuenta si me estaba mintiendo.
Pero me di cuenta de algo que no quería creer y sentí miedo. Alex no mentía, él no había sido el de las flores y eso causó terror en mí.
Soltó un suspiro y negó con la cabeza.
— Escucha, lo siento si creíste que había sido yo, pero no fue así. —Y no tenía idea de por qué razón, pero sentí un pinchazo en el pecho porque supe que se venía algo más. —Yo jamás te enviaría flores. —Y ese fue el algo más que presentí que venía.
¿Cuál era el objetivo de hacer esa aclaración? Podría haber terminado con “pero no fue así”, no había más para agregar. No tenía por qué ser tan cruel, ya había entendido que no fue él el que había mandado las flores —y ahora, por cierto, debía retoma mi investigación con respecto a eso—, pero era algo completamente innecesario la última oración, podría haberla omitido.