Había una vez, en un salón de clases promedio —un salón de primaria, para ser exactos— un pequeño niño, cuyo nombre no pensaba decir porque hay que mantener el anonimato de las personas a las que les ocurren grandes aventuras… Bueno, eso es lo que yo pienso… Pero a ustedes se los contaré, mis queridos lectores, será nuestro pequeño secreto: su nombre era nada más y nada menos que Oliver.
Nuestro pequeño niño, de vivaces ojos color avellana y cabellos dorados, sufría por amor; él estaba perdidamente enamorado de una niña, y no de cualquiera, sino la más bonita de su salón, una hermosa chiquilla de cabellos negros y enormes ojos ámbar.
Esta historia se desarrolla un catorce de febrero, el día del amor y la amistad. La tarde anterior, el pequeño niño se había desgastado escribiendo un bello poema donde transmitía todos sus sentimientos hacia la niña hermosa.
El niñito iba a esperar entregarle su poema, junto con una caja de bombones cubiertos de chocolate, al final de la jornada escolar, por lo tanto ésta fue insoportable para él, ni siquiera disfrutó el recreo, ya que lo único que esperaba era oír la campana que indicara que las clases habían concluido, para ir con la hermosa niña a entregarle sus presentes. Esa niña —cuyo nombre era Clara Luna—, a lo largo del día, recibió muchos regalos por parte de sus compañeros, por eso nuestro pequeño héroe decidió darle los suyos al final, para ser el último y que sus presentes fueran más apreciados que los demás. Aparte los últimos siempre serán los primeros, ¿no?
Por fin sonó la campana, y el pequeñito, ansioso, tomó con rapidez los regalos y se dirigió al pupitre de la niña hermosa pero para su mala suerte, ella ya había salido del salón.
El pequeño niño guardó con una gran velocidad los regalos en su mochila, se la colgó en un hombro y salió corriendo a buscar a la dueña de su corazón. Cuando salió del salón, dirigió su mirada al portón de la salida, y ya estaba a punto de dirigirse ahí cuando volteó, sin razón alguna, hacia el otro lado y vio, con sorpresa, que Clara Luna entraba al cuarto antiguo del conserje. Así como entró, cerró la puerta detrás de ella con rapidez.
Oliver se quedó extrañado, ¿por qué Clara Luna entraría a ese lugar, si estaba prácticamente abandonado por así decirlo?, «quizás dejo algo escondido ahí» pensó. Entonces también se dirigió al cuarto y quiso abrir la puerta, pero estaba trabada. Hizo un mayor esfuerzo para abrirla y cuando lo logró, vio, con la mayor impresión que había tenido a su corta edad, que no era la habitación simple y pequeña del conserje, sino… ¡Un enorme campo lleno de animalitos coloridos, duendes, hadas, y más adelante una bella playa con arena blanca y el enorme mar tan azul y limpio que parecía nunca haber sido contaminado por la basura del hombre!
Después de la impresión, nuestro pequeño niño cerró la puerta tras sí y se dispuso a observar el lugar con maravilla y asombro. Segundos después recordó el motivo por el cual entró allí, así que buscó a Clara Luna con la mirada.
Al no hallarla, caminó y volteó hacia todos lados, incluso llegó a desear tener unos enormes ojos en la nuca para poder ver absolutamente todo. Siguió buscando a la hermosa niña durante unos minutos y, al no encontrar rastro de ella, se dirigió a una graciosa hadita que revoloteaba por ahí como un pequeño colibrí.
—¡Hadita, hadita! —Gritó el niño, haciendo que el hada lo volteara a ver. Se puso enfrente de él y la pudo observar con detenimiento y fascinación. Era muy pequeñita, medía aproximadamente unos siete centímetros, también resplandecía con mucho brillo en la luz del sol, sus cabellos eran de un color verde pasto y sus diminutos ojos eran color arcoíris… sí, así como oíste, sus pupilas tenían los siete colores del arcoíris. Y no hay que olvidar su vestimenta, su bonito atuendo consistía en un pequeño vestidito hecho con pétalos de rosas, margaritas y orquídeas—. ¿De casualidad no has visto a una niña hermosa pasar por aquí? — Preguntó cuando terminó de ver sus curiosos colores.
—¿Una niña hermosa? —Preguntó con vocecita chillona mientras se quedaba pensativa.
—Sí, una niña tan bella que cualquiera quedaría cautivado por su belleza.
—Vi pasar a una niña, pero no era tan hermosa como tú dices.
—¿Cómo era esa niña? —Preguntó nuestro pequeño protagonista.
—Tiene un cabello largo y negro, además de unos ojos color ámbar —comentó el hadita.
—¡Oh, sí es ella a la que busco! —Exclamó el pequeño niño—. ¡Esa es la hermosa niña!
—¿Esa es? —El hadita haciendo una mueca—. Tu concepto de belleza difiere mucho del mío, en lo personal yo pienso que soy mucho más hermosa y grácil que ella.
—Para mí esa niña es la más hermosa del mundo —suspiró—. ¿Por dónde pasó?
—Por allí —señaló el hadita con su dedito índice hacia unos matorrales—; se fue detrás de toda esa maleza.
Oliver corrió con fuerzas hacia los matorrales y cuando los pasó vio con sorpresa que en vez de llegar a un campo con más árboles y pasto, se teletransportó hacia… ¡Un enorme barco! Asomó su cabecita afuera del barco y pudo ver que no se encontraba lejos de la costa.
«Pero qué extraño, ¿cómo llegué hasta aquí…? Bueno, eso no tiene importancia ahora, aún puedo saltar y nadar hacia la playa, correr hacia el campo y buscar a Clara Luna» pensó, y estaba a punto de hacer eso cuando un gritito femenino hizo que volteara. Para su enorme sorpresa vio a unos horribles piratas que tenían amarrada a Clara Luna. Esos piratas pensaban que era una espía del barco enemigo del capitán Damián, y planeaban hacerla saltar por la tabla al mar una vez que estuvieran más adentrados en él.
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Editado: 30.06.2025