Se levantaron y siguieron caminando hacia su destino. Pasaron por el largo camino selvático hasta que vieron a lo lejos al pequeño y bonito kiosco. Los niños apresuraron el paso y pronto llegaron al lugar deseado.
—Hay que pasar por el kiosco para llegar hacia el otro lugar que indica el mapa —indicó Clara Luna con tono autoritario.
—Sí. —Asintió el pequeño.
Ambos caminaron por el kiosco, cuando de repente apareció… ¡Un gracioso anciano con un sombrero!
—Mocosos —gritó alegre—, yo soy Don Viejito, y ustedes están en el kiosco de la verdad. —Se echó a reír con fuerza.
—Sí, lo sabemos —musitó Clara Luna mientras lo veía con rareza.
—Bueno, amable señor…
—Don Viejito para ti, mocoso —lo interrumpió.
—Don Viejito —continuó Oliver—, tenemos mucha prisa y nos vamos a ir, así que…
—Oh, no, de aquí no se van tan rápido, primero tendré que hacerles unas preguntas, todos los que pasan por el kiosco de la verdad tienen que responderlas, si no, no pueden pasar… Luego se podrán ir.
—No tenemos tiempo para eso. —Clara Luna se dirigía hacia afuera del kiosco pero de repente aparecieron unos grandes árboles que cubrieron todo e impidieron el paso hacia afuera—. Oh, ¿es en serio?
—No se desesperen, serán unas preguntas muy sencillas y ustedes estarán obligados a contestar con la verdad y nada más que la verdad… —Ambos niños lo vieron con extrañeza, así que Don Viejito decidió empezar el juego de las preguntas—. ¿Alguna vez has copiado en un examen? —Le preguntó con voz rápida a Clara Luna.
—Sí —respondió con tono decidido y después se cubrió la boca con velocidad mientras sus mejillas se sonrojaban por la vergüenza. La chica tenía pensado contestarle que eso no era de su incumbencia, pero de sus labios nada más salió la afirmación a la pregunta.
—¿Ya ves la dinámica del juego? —Rio Don Viejito—. Estando en este kiosco solo puedes decir la verdad, aunque tú no quieras… Ahora vas tú —se dirigió al pequeño—. ¿Estás enamorado de alguien?
—Sí —respondió con voz suave pero clara. «Oh, no puede ser, si sigue con este juego pronto Clara Luna sabrá que estoy enamorado de ella» pensó, ruborizándose como un tomate.
—¿Comes mucho? — Ahora le preguntó a la chica.
—No.
—¿Tus pies huelen mal? —Don viejito rio al preguntarle eso; Oliver sintió alivio al escuchar que la pregunta no era para decir el nombre de su amada, pero luego sintió más vergüenza al tener que contestar ese cuestionamiento.
—Sí —respondió, y volteó hacia otro lado para no ver a Clara Luna.
—¿Tienes mal aliento en las mañanas? — Le preguntó a ella.
—Sí —respondió Clara Luna más avergonzada que antes—. Pero no soy la única —se excusó tapándose el rostro—, todos tienen mal aliento en las mañanas
—No es cierto —se carcajeó Don Viejito—. ¿Tienes algún lunar en un lugar vergonzoso?
—No —respondió Oliver.
—¿Has tenido hemorroides?
—¡No! —Respondió ella, ahora más enojada que avergonzada.
—¿Le has pegado a tu hermanita?
—Claro que… sí —respondió Oliver y luego frunció el entrecejo. «¿Cómo supo que tengo una hermana?» pensó atónito.
Don Viejito se quedó pensando qué preguntarle a Clara Luna y cuando supo qué, su rostro brilló de alegría.
—¿Te gusta él? —Don viejito le preguntó a la chica mientras señalaba al pequeño niño.
Ambos niños se quedaron paralizados y Clara Luna se quedó sin habla por unos segundos.
—No lo sé —respondió finalmente con voz débil, haciendo que Don Viejito le mostrara una mueca.
Clara Luna bajó la mirada y sintió que algunas lágrimas se formaron en sus ojos porque la vergüenza que sintió al contestar todas esas preguntas se apoderó de ella, así que hizo un gran esfuerzo para no soltarse a llorar en ese momento.
—Última pregunta. —Miró a Oliver —. ¿Te gusta…? —Tenía pensado preguntarle a Oliver si Clara Luna era la niña de la que estaba enamorado, pero al verla con los ojos rojos intentando no llorar y a Oliver nervioso, con los ojos muy abiertos y lleno de preocupación, mejor decidió dejarlos en paz—. ¿Te gustaría comerte una cucaracha, o un escarabajo?
—Ninguno —respondió Oliver con rapidez.
—Bueno, ha acabado el juego, pueden irse. — En ese momento los árboles que tapaban el kiosco desaparecieron.
Clara Luna se dirigió a la salida sin decir nada.
—Bueno, señor, hasta luego —se despidió Oliver y comenzó a seguir a la hermosa niña—. ¡Clara Luna, no vayas tan rápido! —Gritó, haciendo que ella se detuviera.
—Lo siento —dijo sin voltearlo a ver.
—Oye, ¿estás bien? — Preguntó.
—Sí.
—No me mientas, Clara Luna… —se colocó enfrente de ella y alzó su rostro con sus dos manos—, tal vez en ese kiosco dijimos cosas un poco vergonzosas, pero está bien —mencionó mientras un ligero rubor aparecía en las mejillas de ambos.
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Editado: 30.06.2025