Los dos miraron a su alrededor con detenimiento y, lectores, ustedes también se sorprenderían al encontrarse en…
¡Un valle totalmente rosa…! Sí, así como oyen, un valle con pasto rosa, hojas rosas, troncos rosas, e incluso los animalitos que se encontraban allí eran de ese color.
—Hubiera preferido los dulces.
—Yo también, aunque el rosa es mi color favorito.
—Lo sé.
—¿Lo sabes? —Inquirió ella—. ¿Cómo lo sabes?
—Bueno, es que todas tus libretas están forradas de color rosado, además de que tu mochila también es rosa, y todos los adornos que de vez en cuando traes en el cabello son de ese color —comentó él.
—Vaya, eres muy observador.
—Sí —aceptó. «Lo que no sabe es que sólo soy observador con ella» pensó.
—Bueno, pues caminemos por este Valle Dulzón…
—Se debería de llamar Valle Rosa en lugar de Valle Dulzón.
—Tienes toda la razón —dijo ella con voz graciosa y los dos se echaron a reír—. Ey, me sigo preguntando por qué jamás hablé contigo antes —comentó después de que terminaron de reírse.
Oliver solo se encogió de hombros. Ambos caminaron durante un rato por todo el paisaje rosa hasta que se encontraron con… ¡Un pequeño y rosa conejito parlanchín!
—Hola, niños —habló el conejito. Los chicos vieron al animalito con estupefacción, luego se voltearon a ver entre ellos y en seguida lo volvieron a mirar.
—¡¿Hablas?!
—Por supuesto que sí, chamaca —respondió el conejito—. ¿Qué hacen aquí en el Valle Dulzón? ¿Qué se les ofrece?
—Bueno, en realidad queremos llegar a la playa para salir de este mundo —reveló Oliver.
—¿Ah, sí? La playa está un poco lejos de aquí, ¿saben?
—Sabemos. —Clara Luna bajó la mirada, de nuevo se sentía culpable por haber hecho entrar a Oliver.
—¿Y cuáles son sus nombres?
—Yo soy Oliver —dijo el pequeño—, y ella es Clara Luna. —Señaló a su amiguita.
—Mmm, mejor les diré pequeño niño —miró a Oliver— y chamaca —se dirigió a Clara Luna.
—¡Oye! —Le reclamó la chica.
—¿Qué? Ese apodo suena mejor que tu nombre —dijo con tono grosero, haciendo que la hermosa niña se enfadara mucho.
—No le hagas caso, Clara Luna, tu nombre es muy bonito —le susurró Oliver, quitando por completo el enojo de ella.
—Gracias —murmuró—. Bueno —expresó con tono fuerte dirigiéndose al conejito—, ya tenemos que irnos, conejo, tenemos un largo camino por recorrer.
—Oh, no, no se van a ir de aquí tan rápido —les comunicó, haciendo que ambos soltaran un profundo suspiro.
—¿Qué quieres? ¿Hacernos preguntas indiscretas? —Preguntó la chica con tono aburrido.
—Oh, no, yo no soy igual a ese Don Viejito, yo solo necesito un pequeño favor.
—No podemos, conejito —Oliver se agachó y comenzó a acariciarlo—, tenemos que regresar pronto a nuestras casas.
—Solo es un pequeñísimo favor que necesito —les rogó, agrandando sus ojos y moviendo sus bigotitos.
—Oh, ¿qué es lo que quieres?
—¿Alguno de ustedes ha estado enamorado? —Les preguntó—. ¿Alguno sabe lo que es sufrir por amor?
Clara Luna negó con la cabeza y Oliver solo se le quedó viendo con atención, sin atreverse a responderle que sí.
—¿Eso qué tiene que ver?
—Ay, chamaca, tiene todo que ver… ¡Yo estoy enamorado y sufro por eso!
—¡¿Y nosotros qué?! — Replicó ella.
—Quiero que vayan con mi amada y le comenten mis sentimientos hacia ella.
—¿Por qué no lo haces tú mismo?
— Porque me da mucha vergüenza decirle mis sentimientos hacia ella —comentó el conejito—. Por favor.
Clara Luna lo iba a mandar a volar pero Oliver, que se sintió identificado con el conejo y sintió compasión por él, aceptó ayudarlo.
—Está bien, le diremos —dijo decidido y Clara Luna lo volteó a ver con una mirada reprochadora—. No creo que tardemos mucho —añadió como consuelo.
—Está bien —masculló de mala gana—. ¿Dónde está ella? ¿Es aquella linda conejita de allá? —Señaló a una coneja rosa que llevaba un gran moño adornando su cuellito.
— No, no es ella, mi amada se encuentra por acá, síganme.
Los dos niños lo siguieron y abrieron la boca con turbación al ver que el roedor no señalaba a una conejita, sino a… ¡Una enorme serpiente de cascabel rosa!
—¿Es en serio? ¿Esa es tu amada? —Preguntó Oliver sin siquiera parpadear.
—No inventes —susurró Clara Luna con voz bajita—. Oliver, ¿para qué aceptaste ayudarlo?
—No sabía que nos íbamos a enfrentar a esto… Lo siento.
—Bueno, vamos, entre más rápido mejor.
—Vayan y acaben con mi dolor de una buena vez —chilló el conejito.
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Editado: 30.06.2025