¡La pradera! ¡La mismísima pradera, donde comenzó todo su viaje! Se encontraban justo en medio de ella y a unos cuantos metros estaba la puerta hacia el cuarto del conserje. Clara Luna dio saltos de felicidad y Oliver también.
—¡Oliver, volvimos!
—¡Sí, volvimos!
Se abrazaron con alegría. Segundos después se separaron un poco, se vieron a los ojos, se ruborizaron y se alejaron por completo.
—¿Cómo fue que aparecimos acá? —Se preguntó Oliver.
—¿Qué importa? ¡Estamos a salvo!
—Bueno, no hay que esperar más, vamos a la puerta —dijo Oliver con energía.
—Vamos.
Los dos niños atravesaron la puerta y se encontraron en… ¡El cuarto del conserje! Sí, como oyen, los niños atravesaron un portal y en vez de aparecer fuera, en el pasillo, aparecieron adentro, en el cuarto. Vieron que estaban todos los trapeadores, escobas, cubetas y demás y se sorprendieron cuando vieron allí sus mochilas, arrumbadas en un rinconcito.
—¡Mi mochila! —Exclamó Oliver con emoción—. Creí que estaba perdida en algún lugar del barco de los piratas, pero aquí está.
—Y la mía igual, ¡qué bien!
—Oye, ¿pero por qué está el cuarto del conserje? Se supone que no hay cuarto de conserje y solo es un portal a aquel mundo mágico.
—No, yo creo que sí existe el cuarto del conserje, pero estoy segura que se convierte en el portal hacia el otro mundo en un tiempo determinado.
—En una hora en específico, ¿no?
—Sí.
—Amm… Bueno, pues salgamos de aquí.
La puerta estaba algo dura, así que entre los dos la abrieron con todas sus fuerzas. Salieron con sus mochilas, y en seguida la maestra, los padres de ellos, la hermanita de Oliver, el director y una patrulla de policías se acercaron con rapidez. Ellos se encontraban por allí de casualidad, buscando evidencia o algo que indicara el paradero de los niños.
—¡Clara Luna! —Exclamó la mamá de la niña.
—¡Mamá! —Corrió a abrazarla. Oliver también corrió con la suya—. Oh, mami…
—Clara Luna, estaba tan preocupada.
—Lo sé, mamá, yo igual.
—¡¿Dónde estaban?! —Le preguntó su mamá a Oliver—. ¡¿Dónde te metiste, Oliver?! ¡Estaba tan preocupada! ¡¿Por qué me hiciste eso?!
—Lo siento, mami, pero Clara Luna y yo nos quedamos encerrados en el cuarto del conserje. —Al oír esto, el director abrió los ojos con sorpresa.
—¿Y por qué no pegaron en la puerta? —Preguntó su papá.
—Sí lo hicimos —mintió Clara Luna—, pero de seguro no oyeron.
Los demás tuvieron que creerle a pesar de que en el fondo tenían sus dudas.
—¡Ay, Oliver! —Su madre lo volvió a abrazar, con tanta fuerza, que lo dejó sin aire.
—Mami, ya estoy aquí.
La señora se soltó en llanto y el chico la volvió a abrazar.
—Lo siento, mamá, no quería que pasara esto.
—Ya sé… ¡Mi bebé, te extrañé tanto…! ¡¿Qué estaban haciendo en el cuarto del conserje?!
—Amm… pues…
—Buscando un trapeador para limpiar. —Se entrometió Clara Luna, salvando a Oliver del aprieto.
Después de que la patrulla tomó nota y todos se tranquilizaron, los padres de los niños se los llevaron y ni siquiera los dejaron despedirse. Oliver quería darle sus regalos a Clara Luna, pero con todo el alboroto no pudo.
Al día siguiente, Oliver y Clara Luna llegaron a la escuela normalmente. Todos sus compañeritos, que se enteraron de que el día anterior no aparecían, se acercaron a ellos a preguntarles si estaban bien y qué había pasado.
—Estamos bien, solo nos quedamos atrapados en el cuarto del conserje. —Era lo que respondían cuando algún compañerito les preguntaba qué había pasado.
No habían podido hablar entre ellos por las clases, pero en el receso tuvieron la oportunidad cuando el director los llamó a su oficina. Ambos se extrañaron por eso, ya que no habían hecho nada malo.
—A lo mejor es por lo de ayer —comentó Oliver.
—A lo mejor.
Entraron a la oficina y el director los invitó a sentarse. Ellos accedieron.
—Chicos, me alegra que estén bien —comenzó diciendo el director—. Pero ese cuarto siempre está cerrado, me imagino que para entrar tuvieron que agarrar una llave, ¿no? —Interrogó.
—Ammm, pues…
—Este… sí —respondió Clara Luna luego de unos segundos.
—Curiosamente esa llave siempre está en mi oficina, pero desde ayer en la tarde, más o menos por la hora en que desaparecieron, no está. No la encuentro… —Hizo una pausa y vio que los chicos estaban apenados, con la mirada hacia abajo—. ¿De casualidad no la tienen…? No los voy a castigar ni nada —agregó—, solo quiero la llave.
Clara Luna, que el día anterior la había dejado en el bolsillo derecho de su chaleco, sacó la llave y se la extendió.
—Lo siento, director, nosotros solo queríamos buscar un trapeador —repitió la misma mentira del día anterior.
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Editado: 30.06.2025