El pequeño Eddie

Prólogo.

     Debía escapar del modo que fuera, no quería enfrentar aquello que aguardaba a por ella. Un par de lágrimas brotaron desde sus ojos, quería que todo aquello fuera una pesadilla. Las ramas de otras plantas lastimaban sus brazos y su cara ya comenzaba a inflamarse debido a los golpes que ocasionaron las caídas durante su escape. Siguió llorando, aunque sin frenar la carrera, debía llegar a alguna parte en algún momento.

     Escuchó aullidos de perros lejos de ella, ladridos y truenos en el cielo. Tenía frio, la piel lastimada, brazos sangrantes, cara sucia y ojos bastante húmedos. Su garganta estaba seca y su boca sabía a tierra. Leila estaba a punto de hiperventilar, estaba cansada, con calambres en los tobillos por correr casi sin detención, las lágrimas se adherían a sus mejillas sucias de tierra como algún tipo de líquido viscoso y desagradable, hizo un paro, colocando la palma de su mano sobre ambas rodillas, apoyándose para descansar y respirar por un momento, aunque eso se le estuviera haciendo complicado. Sus pies estaban torcidos y los zapatos mugres, entonces levantó la vista, encontrándose con aquella cantidad de agua más allá de algunos árboles que dejaban verlo apenas.

     Analizó aquello por milisegundos, pero los gruñidos a pasos detrás de ella no le dejaron contemplar las opciones que tenía. Con demasiada adrenalina bullendo desde sus vísceras, Leila reinicia su carrera hacia el lago, atravesando el sendero no marcado entre los árboles. Otro relámpago seguido de un trueno estremeció el lugar e iluminó las aguas oscuras, la negrura de la profundidad seguía llamando con su aspecto misterioso a cualquiera que quisiera sumergirse en ella para no emerger jamás. Leila balanceaba sus brazos con rapidez, como si eso fuese a sumarle fuerzas para correr, el muelle sonaba apenas, conforme ella pisaba el suelo, los perros detrás, como fieras. Estaban a pocos pasos de ella y justo cuando uno de ellos abrió su boca como una fosa profunda y mortal para morder una parte de ella y conseguir detenerla, Leila saltó en un clavado hacia el agua. Emergió por fin, abriendo la boca, jadeando y tomando aire en sus pulmones, sin detener las brazadas. Uno de sus perseguidores, sacó una semiautomática de su estuche en un cinturón y giró un poco la cabeza hacia el otro, mirándole a los ojos, el cuál asintió. Fue entonces cuando éste haló el gatillo, dejando salir un disparo.

     Leila no se hubiera detenido a no ser porque sintió aquel desagradable dolor en su omoplato izquierdo, en seguida todo su torso comenzó a doler y el agua de pronto se hizo más espesa desde su punto de consideración, ya había recorrido varios metros a nado, pero su cuerpo no rendiría más. Tragó agua, sintió su nariz llenarse de líquido y comenzó a toser debido a aquello, siguió flotando, la bala seguía allí y las gotas de lluvia comenzaron a caer cuidadosamente sobre su cara, otro relámpago, otro trueno ésta vez más fuerte y la lluvia arreció sobre ella y sobre sus depredadores. Las lágrimas en los ojos de Leila se mezclaban con las gotas de agua que caían, sentía frío, sentía miedo, tosió una vez más, casi sin fuerza suficiente para hacerlo, sintiendo el dolor expandiéndose por todo su cuerpo, analizando entonces todo, reflexionando acerca de lo sucedido últimamente, acerca de lo que vendría  entonces, todo aquello se volvió un tornado de hechos y suposiciones en lo profundo de su mente retorcida, antes de abandonarse lentamente a la inconsciencia.


 



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En el texto hay: miedo, sangre, suspenso

Editado: 01.03.2020

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