Otro de los policías guió a par de canes hacia donde le indicó Dan, entonces fueron liberados; éstos corrieron velozmente hacia el interior del bosque y los policías más el abogado fueron tras ellos.
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Leila corría ya casi sin aliento, el corazón retumbando contra sus costillas y las sienes palpitando con fuerza. Miró a muchas direcciones, giró sobre sus pies, buscando la salida de aquel oscuro bosque, otro trueno se escuchó en el cielo y las ramas de los árboles comenzaban a moverse nuevamente con el viento. Siguió corriendo, con la sensación de que muchas personas la perseguían. Aceleró más la carrera. Tropezó con la raíz sobresaliente de un tronco y casi cae de bruces, logra encontrar el equilibrio y continúa corriendo al salvarse de una caída. Las ramas se mueven con más fuerza y las hojas caen a su alrededor. Un grupo de aves negras también salen de entre las ramas hacia el cielo haciendo escándalo y asustandola, aunque no les prestó demasiada atención, aún con todo eso y la adrenalina que corría por sus venas continuó corriendo sin parar.
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Dan miraba a todas partes, caminando con cuidado. Dos policías iban delante de él, uno casi a su lado y tres más por atrás. Los perros habían desaparecido y los árboles seguían estremeciéndose y los truenos con centellas alumbraban el cielo, reflejando el flash parpadeante en cada hoja entrando en el crepúsculo del día. Agradecía a la idea de haberse traído con sigo un abrigo, estaba haciendo más frío conforme se adentraban en el bosque. Estaba seguro de que Leila no llegaría muy lejos, después de correr lo suficiente no encontraría otra cosa que masas de agua, no tendría otra opción que correr por las orillas del lago.
Leila tropezó nuevamente, pero ésta vez no se salvó de caer y raspar su mejilla contra el suelo rústico de tierra con restos vegetales. Se quejó, soltando un gemido, sintió el sabor de la tierra oscura en su boca; no esperó a más, se puso de pie nuevamente, como un resorte y continuó corriendo, por suerte no se había fracturado algún hueso o roto un tobillo. La rama llena de espinas de un cardo rasguñó su mejilla, lastimándola, pero ella no hizo caso de aquello, siguió corriendo a pesar de tener la zona del rostro sangrante, se encontraba sin aliento, jadeante y asustada. El bosque no tenía sendero o camino marcado a la vista, habían árboles por todas partes y al mirar hacia cualquier dirección parecía ser una réplica de la imagen con la que se encontraba si miraba hacia cualquier otra parte. Seguía teniendo el presentimiento de que un ejército la perseguía, la sensación de estar avanzando en círculos. La sensación de tener una manada de bestias corriendo tras ella, sentía la respiración de perros agresivos y babeantes olfateando en su nuca. El suéter quedó enganchado en otra planta de cardo, Leila tiró con fuerza, intentando despegarlo pero era imposible, se había enredado la tela en las espinas, de modo que bajó el cierre y se desprendió de aquello, continuando su marcha en franela sin mangas. Debía escapar del modo que fuera, no quería enfrentar aquello que aguardaba a por ella, un par de lágrimas brotaron desde sus ojos, quería que todo aquello fuera una pesadilla. Las ramas de otras plantas lastimaban sus brazos, su cara ya comenzaba a inflamarse debido a los golpes que ocasionaron las caídas durante su escape. Siguió llorando, aunque sin frenar la carrera, debía llegar a alguna parte en algún momento.
Escuchó aullidos de perros lejos de ella, ladridos y truenos en el cielo. Tenía frio, la piel lastimada, brazos sangrantes, cara sucia y ojos bastante húmedos. Su garganta estaba seca y su boca sabía a tierra.
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Dan y los demás policías llegaron al trote al lugar en el que estaban los pastores alemanes aullando, avisando que un rastro importante habían encontrado.
–Está cerca – dijo uno de los oficiales observando la prenda.
–Ah corrido más de lo esperado – observó Dan con voz monótona, mirando a su alrededor.
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Leila estaba a punto de hiperventilar, estaba cansada, con calambres en los tobillos por correr casi sin detención, las lágrimas se adherían a sus mejillas sucias de tierra como algún tipo de líquido viscoso y desagradable, hizo un paro, colocando la palma de su mano sobre ambas rodillas, apoyándose para descansar y respirar por un momento, aunque eso se le estuviera haciendo complicado. Sus pies estaban torcidos y los zapatos mugres, entonces levantó la vista, encontrándose con aquella cantidad de agua más allá de algunos árboles que dejaban verlo apenas. Analizó aquello por milisegundos, pero los gruñidos a pasos detrás de ella no le dejaron contemplar las opciones que tenía.