El pequeño Eddie

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     El abogado de oficio, al servicio del Estado era lo único a su favor que tenía Leila. No tenía testigos o pruebas que le ayudaran y las personas en el público de su lado no eran otros que sus padres, tanto les odiaba que ellos demostraron quererla en últimas instancias, pero su libertad no estaba en mano de estos, par de personas de mediana edad que la miraban con lástima y melancolía, mientras ella no le quedó otra alternativa que mantener la cabeza gacha, sin atreverse a verlos directamente a los ojos. Recordó a Olivia, la buscó varias veces con la mirada, pero el esfuerzo fue inútil, no la vio por ninguna parte, estaba sola, completamente sola.

     Dan, sin ironías en su declaración y preguntas, llevó a cabo su trabajo con mucha ética y profesionalidad, sosteniendo en sus manos pruebas físicas y actas firmadas por Olivia en la cual señalaba como culpable a Leila. El testigo de Dan aportó información, así mismo como el doctor que recibió y atendió al pequeño Eddie durante su estadía en el hospital.

     Después de cuarenta y cinco minutos el juez preguntó a Leila que cómo se declaraba, a lo que la mujer de cabello rojo respondió:

–Inocente.

     Su abogado alegó que ella podría sufrir de algún trastorno mental, y que no necesitaría mucho tiempo para que un psiquiatra lo confirmara. Pero después de ciertas conclusiones el psicólogo al servicio del Estado, ante el juez y frente a la acusada, declaró que aquel diagnóstico no era impedimento para ir a la cárcel, la mujer estaba completamente consciente de estar dañando a su propio hijo y que sus distintos cambios en su estado de ánimo podría ser parte de una mala crianza y exceso de consentimiento dado por sus padres desde la infancia de ésta. Leila no era una loca de atar, simplemente era una mujer que sabía lo que hacía, sabía que estaba mal y aún así decidía comportarse como los adolescentes que se drogan a la entrada del colegio sólo para aparentar una valentía inexistente, para presumir esa soberbia de la cual era víctima aún sin darse cuenta.

* * *

     En el juzgado su señoría golpeó el martillo y cerró el caso, 35 años de cárcel para Leila Cameron, por intento de infanticidio, maltrato a un recién nacido con agravios físicos severos y abandono de responsabilidad maternal.

~ ~ ~

     La cárcel para mujeres la recibió con lujos inexistentes, el lugar era frío e inhóspito y las que serían sus compañeras por el resto de los días le dieron la bienvenida propinándole una paliza que nunca olvidaría, debido a ésto, las mujeres guardias les dieron una desagradable ducha con agua fría a ambas partes de la trifulca formada.

     Los días pasaron y Leila no era más que un cuerpo lleno de rasguños, hematomas y cicatrices, la mirada perdida y su carácter igual de sarcástico. Sus padres fueron la única visita que tuvo, y a regañadientes aceptó la visita de un psiquiatra una vez por semana.

     Sentada en el suelo de un rincón de su celda, ignorando las críticas, provocaciones y demás palabrerías tentadoras de parte de sus dos compañeras, Leila se encontraba cavilando en sus propios pensamientos, reflexionando, como siempre, pero nunca aceptando las respuestas correctas en las cuales concluía su cerebro, era bastante terca y poco valiente para declararse culpable. Pero, a su parecer, la opción que dictaba su lado demente le parecía la alternativa más factible y apropiada. 

 

 



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En el texto hay: miedo, sangre, suspenso

Editado: 01.03.2020

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