El pequeño Eddie

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     Antes de que ésta hiciera el más mínimo sonido y diera inicio a un alboroto que le costaría a Leila una paliza de las guardias que de amables tenían muy poco, saltó hacia la rubia con la agilidad de un puma en plena cacería y con ambas manos le apretó el cuello, la rubia tenía más ventaja puesto que era de porte atletico, de modo que con poco esfuerzo separó las garras de Leila de su cuello y la dejó caer al suelo después de propinarle un golpe en la nariz que la dejó aturdida. Leila sabía que ésta avisaría a los demás, así que antes de tomarse un tiempo corto para coordinar mejor el tiempo y espacio o darle la oportunidad a la otra se levantó del suelo como un resorte y con una de sus manos le tapó la boca mientras que con la otra le tomó el cabello con fuerza y brusquedad y con la misma actitud de una pantera clavó los dientes en el cuelo de ésta, tomándole la yugular y sacudiéndose repetidas veces hasta hacerla sangrar. Lograr aquello no fue cosa fácil, la rubia a pesar de tener piel suave era bastante resistente, pero lo consiguió, la mujer no encontraba palabras o sonido que le sirviera para pedir auxilio, porque Leila no vio como suficiente el charco de sangre que comenzaba a formarse a sus pies, continuó con su desquiciada misión y siguió escarbando con sus dientes en el cuello de la mujer que agonizaba, perdiendo la vida en cada hilo grueso de sangre que emanaba fuera de su carne.

     Minutos después, la guardia de turno aún seguía revisando su celular y Leila estaba sentada en el suelo, sobre el charco de sangre, con las rodillas abrazadas y su mente cavilando en los últimos acontecimientos. Tragó saliva con fuerza, sintiendo la garganta seca de pronto y los ojos picosos por las lágrimas ausentes; para ella vivir ya no tenía el menor sentido, era no más que un estorbo para sus padres, la imagen de suciedad y mala conducta en la familia, la vergüenza, una basura que Olivia decidió abandonar. La presa de Dan, la bruja del cuento que un día contaría su engendro y la piñata de las guardias del lugar. Al menos había logrado mandar al diablo a las dos personas que se encargaron de oscurecer los últimos días de su vida, ahora se encontraban tiradas en el suelo, con expresiones de sorpresa y miedo. Leila ahora daría el siguiente paso.



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En el texto hay: miedo, sangre, suspenso

Editado: 01.03.2020

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