Ed entró al Hospital St. Mary's Providence y caminó hasta la recepción, obligándose a mantener la calma. Había pasado por demasiada mierda en las últimas veinticuatro horas y lo último que necesitaba era que le negaran información.
Se inclinó ligeramente sobre el mostrador, apoyando las manos con suavidad para no parecer demasiado insistente.
-Buenas tardes. Estoy buscando a Lía Montclair. Sé que ingresó aquí anoche después de... bueno, después del accidente.
La recepcionista, una mujer de unos cuarenta y tantos con gafas gruesas y expresión de estar demasiado ocupada para atender tonterías, frunció el ceño al escuchar el nombre.
-Lo siento, pero no podemos dar información sobre víctimas de crímenes a personas que no sean familiares o allegados directos.
Ed suspiró. Ya se esperaba la respuesta.
-Mire, yo soy el tipo que la encontró en la carretera. El que llamó a emergencias. No soy un desconocido cualquiera. Solo quiero saber si está bien.
La mujer lo miró por encima de las gafas, evaluándolo.
-Entiendo su preocupación, pero no podemos dar información médica.
Ed estaba a punto de insistir cuando un escalofrío le recorrió el cuerpo.
De repente, una emoción lo golpeó con la fuerza de una ola.
Satisfacción.
Plena. Abrumadora. Como si, por un instante, cada problema en su vida se hubiera desvanecido.
Era tan intensa que casi se dejó llevar.
Y entonces, una voz grave rompió el hechizo.
-Tú debes ser el chico que la encontró.
Ed giró la cabeza y lo vio.
Un hombre de mediana edad, con el rostro agotado pero una sonrisa sincera. Su traje estaba algo desaliñado y sostenía un café en la mano. A pesar del cansancio evidente, la felicidad real iluminaba su expresión.
Y Ed la sintió.
Tan fuerte que casi olvidó que no le pertenecía.
El hombre extendió la mano.
-Soy Nicholas Montclair. El padre de Lía.
Ed parpadeó, aún sacudido por la intensidad del momento, pero le estrechó la mano.
-Ed Williams.
Nicholas asintió, observándolo con detenimiento.
-Estaba bajando a por café cuando escuché que preguntabas por ella. He estado en su habitación desde que la trajeron.
Ed notó el leve temblor en sus dedos cuando llevó la taza a sus labios. Un hombre al borde del colapso emocional, sostenido únicamente por el alivio de haber encontrado a su hija.
-¿Cómo está? -preguntó Ed, su propia voz más tensa de lo que pretendía.
Nicholas suspiró.
-No ha dicho nada desde que llegó. Ni una sola palabra. Los médicos creen que es shock postraumático.
Ed asintió. No le sorprendía.
Pero entonces, el hombre lo miró con intensidad.
-Salvo por una cosa.
Ed frunció el ceño.
-¿Qué cosa?
Nicholas tomó aire antes de responder.
-Preguntó por ti.
El pecho de Ed se apretó.
-¿Qué?
-Dijo una sola frase desde que despertó.
Nicholas dejó la taza sobre el mostrador y sostuvo la mirada de Ed con seriedad.
-"¿Dónde está el chico que me rescató?"
El mundo de Ed se congeló.
Sus dedos se cerraron con fuerza sobre el mostrador sin darse cuenta.
Nicholas lo miraba con la misma intensidad con la que él lo sentía.
-Debes verla. No ha hablado nada más. Y tal vez, si te ve, diga algo más.
Ed no podía decir que no.
No después de eso.
Asintió, sintiendo el peso de lo desconocido en su pecho.
-Llévame con ella.
Cuando Ed entró en la habitación del hospital, su cerebro tardó en procesar lo que veía.
No era posible.
La mujer que tenía delante no se parecía en nada a la que había encontrado en la carretera.
Sí, era Lía Montclair. No había duda. Pero algo había cambiado.
Estaba limpia. Su piel ya no tenía rastros de barro ni de la lluvia de anoche.
Su cabello, antes un desastre de mechones enredados y húmedos, ahora caía en ondas suaves sobre sus hombros.
Pero lo más inquietante...
Las marcas en su cuello.
Habían desaparecido casi por completo.
Apenas quedaban rastros de los moretones oscuros y profundos. Las huellas de dedos que él mismo había visto en su garganta la noche anterior.
Eso no era normal. Nadie se curaba así de rápido.
Un escalofrío recorrió la columna de Ed.
Y entonces, sus ojos.
Los vio con claridad por primera vez.
Uno azul.
El otro verde.
Hipnóticos.
Increíbles.
Más guapa de lo que recordaba. Más delicada, más... irreal.
Lía lo observaba con una intensidad que lo obligó a apartar la vista por un instante.
Nicholas carraspeó y se acercó a su hija.
-Lía, este es Ed Williams. Es el hombre que te encontró en la carretera y llamó a emergencias.
Ella no apartó la mirada. Lo reconocía.
Lo supo en cuanto lo vio.
Su voz, apenas un susurro, rompió el silencio.
-Lo sé, padre. Debo hablar con él.
Nicholas Montclair, se tensó. Durante horas había permanecido junto a la cama de su hija, esperando en un silencio quebradizo, buscando respuestas que nadie le daba. Y ahora, cuando la voz de su hija rompió la quietud de la habitación, su reacción fue casi visceral.
Se giró con los ojos muy abiertos, la respiración entrecortada, como si por un momento hubiera dudado de que volvería a escucharla hablar.
-Lía... -susurró su nombre, como si pronunciándolo la asegurara en la realidad. Su mandíbula se contrajo y sus manos se aferraron a los bordes de la cama.
Ed notó cómo el hombre tragaba saliva con dificultad. Era la reacción de un padre que había estado al borde del abismo, temiendo perder a su hija, temiendo que nunca volvería a verla despierta, cuerda... viva.
-Estás... -Nicholas intentó hablar, pero se detuvo. Su voz temblaba, algo impropio en él. Sacudió la cabeza con incredulidad, como si estuviera viendo un milagro que no terminaba de entender-. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?
Lía apartó la mirada de Ed por primera vez y se giró hacia su padre con una suavidad extraña. No sonrió, pero había una especie de ternura en sus ojos, como si quisiera calmarlo.
Editado: 09.03.2025