Los días habían transcurrido sin sobresaltos; Ed volvía, día tras día, a sus rutinas habituales, a su vida monótona.
El negocio con Javi mantenía su curso: vendían lo justo y necesario para no levantar sospechas, sin cometer errores que pudieran alertar a la policía.
El dinero que ingresaba era suficiente para sostener su modesto apartamento, comprar alimentos de calidad razonable y, de vez en cuando, permitirse algún que otro lujo.
Sin embargo, la vida de Ed seguía siendo la misma: solitaria y monótona.
En ocasiones, de noche, se dejaba caer por el bar Blue Jay. Allí bebía, conversaba con Charlie, y jugueteaba con la idea de pasar la noche con alguna desconocida, algo que a menudo sucedía. Era fácil, sin complicaciones ni preguntas.
Pero su mente no encontraba la misma paz que su rutina diaria. Aunque lo negara, había empezado a hacer algo que jamás pensó que haría.
Curioseaba en el Instagram de Lía Montclair. No entendía qué buscaba. Solo sabía que necesitaba verla.
Lo que encontraba en su perfil lo dejaba perplejo. La chica de las fotos era un remolino de luz y energía, siempre rodeada de amigos, con una sonrisa que nunca desaparecía y unos ojos brillantes que él no había visto en el hospital.
Incluso en los vídeos, Lía se mostraba radiante; su voz sonaba natural, su risa era contagiosa. Parecía increíblemente humana, tan normal.
Y eso solo intensificaba lo surrealista de su encuentro en el hospital. Porque la Lía que Ed había conocido carecía de recuerdos y emociones.
En cambio, en cada publicación de Instagram, ella parecía la chica que siempre debió haber sido. Eso lo inquietaba profundamente.
Algo había cambiado en ella, algo que Ed aún no lograba comprender. Con un suspiro, apagó la pantalla de su móvil y dejó el teléfono sobre la mesa.
Luego, su mente divagó hacia otro nombre: Lucía. No había vuelto a contactarla. Eso no tenía sentido.
Lucía era tenaz, nunca se daba por vencida; siempre había sido la persona que insistía, que enviaba mensajes aunque él no respondiera, que lo llamaba aunque él la ignorara.
Y ahora, reinaba un silencio absoluto. Al principio, había agradecido esa pausa. Pero ahora, ese vacío se sentía extraño, inquietante.
Y aunque le costara admitirlo, había noches en las que casi buscaba su nombre en su móvil, en las que su dedo temblaba sobre el botón de llamar.
Pero siempre se arrepentía a último momento. Porque no quería verla. No quería oírla. No quería sentir cómo su emoción lo anclaba al suelo.
Sin embargo, en lo más profundo de su ser, no podía sacudirse la sensación de que algo no estaba bien.
Ed se llevó un trozo de pizza fría a la boca mientras pasaba de un canal a otro en la televisión, buscando algo que lo ayudara a desconectar. La monotonía de los programas nocturnos lo arrullaba en una falsa sensación de tranquilidad.
Hasta que las noticias irrumpieron en la pantalla y la quietud se hizo añicos.
—Última hora: la policía encuentra un cadáver en los bosques cercanos a la carretera 17, donde hace una semana fue hallada Lía Montclair en circunstancias misteriosas.
La pizza se quedó a medio camino en su boca. Su mandíbula se tensó, su estómago se cerró.
La imagen del bosque, con las luces rojas y azules parpadeando entre la maleza, se proyectaba en la pantalla con una crudeza que lo dejó helado.
La periodista hablaba con ese tono grave que solo usaban cuando las cosas estaban jodidamente mal.
—El cuerpo ha sido identificado como Gabriel Holloway, estudiante de la Universidad de Providence.
El ceño de Ed se frunció. El nombre no le decía nada.
Pero entonces, la reportera continuó.
—Según fuentes cercanas, Gabriel Holloway era pareja de Lía Montclair, la joven que fue encontrada desorientada la semana pasada en la carretera.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
La televisión siguió escupiendo detalles.
—Aunque las autoridades no han dado declaraciones oficiales, testigos han asegurado que ambos eran inseparables en la universidad. Sus amigos lo describen como un chico amable, reservado, con gran talento académico.
Y entonces, la foto de la víctima apareció en la pantalla.
Ed casi dejó caer la pizza.
Era él.
El joven tenía el cabello oscuro, los ojos inteligentes, la expresión tranquila de alguien que no tenía idea de lo que le esperaba.
Y Ed lo había visto antes.
No en persona. No en la vida real.
En el Instagram de Lía.
Soltó el plato sobre la mesa y tomó su teléfono con dedos tensos.
Abrió la aplicación y deslizó con rapidez por las publicaciones antiguas. Imágenes de viajes, fiestas, cenas elegantes. Sonrisas. Risas congeladas en el tiempo.
Y allí estaba.
Gabriel Holloway.
En docenas de fotos.
Siempre a su lado.
Siempre con ella.
Ed sintió el peso del aire en su pecho.
El hombre que, hasta hace unos días, era su pareja.
El hombre que ahora estaba muerto en un bosque.
Dejó el teléfono sobre la mesa y apoyó los codos en sus rodillas. Su mente trabajaba a toda velocidad, conectando piezas de un rompecabezas que no quería armar.
Lía no recordaba nada.
Pero, joder… su cuerpo había sido encontrado a metros de donde su novio apareció muerto.
Y si la policía ya había empezado a conectar los puntos…
Era solo cuestión de tiempo antes de que empezaran a hacer preguntas para las que nadie tenía respuestas.
Ed sentía un nudo en el estómago mientras miraba la pantalla de su teléfono. La imagen de Gabriel Holloway en las noticias seguía repitiéndose en su cabeza, como una maldita cinta en bucle.
Muerto.
Lía… Lía tenía que recordar.
No podían permitirse esperar a que la memoria le regresara por sí sola. No tenían tiempo.
¿Pero cómo demonios la encontraba?
No tenía su número. No sabía si aún estaba en el hospital o si su familia la había llevado a casa. No tenía ni una puta idea.
Editado: 09.03.2025