Lía avanzaba con cuidado entre la maleza, sintiendo el crujir de las hojas secas bajo sus botas. Gabriel iba unos pasos delante de ella, atento, asegurándose de que pudiera seguir su ritmo.
El bosque era denso, con árboles altos que filtraban la luz de la luna en destellos plateados. Aquel lugar se sentía ajeno, peligroso, pero al mismo tiempo, había algo emocionante en todo aquello.
Lía se resbaló levemente en una bajada empinada. Antes de que pudiera caer, sintió la mano firme de Gabriel sujetándola por la muñeca.
—Cuidado —susurró, ayudándola a estabilizarse.
Ella sintió el calor de su piel, la complicidad en su mirada. Ese vínculo que habían construido desde el instituto, creciendo juntos en algo más fuerte que la amistad.
No necesitaban decirse nada.
Aquel no era un simple juego. Estaban metidos en algo grande.
Gabriel le hizo un gesto con la mano. —Agáchate.
Lía obedeció de inmediato y ambos se ocultaron detrás de unos árboles.
Él señaló con la mirada hacia adelante. —Allí está —susurró.
Lía siguió la dirección de su dedo.
En medio del claro, casi oculta entre la maleza y las sombras, se erguía una cabaña de madera.
Las ventanas estaban cubiertas con tablones. La puerta parecía vieja, pero sólida.
Era como un escondite perfecto.
—¿Estás seguro de que esa es su guarida? —preguntó Lía en voz baja.
Gabriel no apartó la vista de la cabaña.
—Solo hay una forma de averiguarlo.
Ella sintió un escalofrío. —No me gusta esto.
Gabriel le dedicó una sonrisa fugaz. —Lo sé.
Y antes de que ella pudiera decir nada más, bajó en dirección a la cabaña.
Lía esperó unos segundos, escondida entre los árboles, asegurándose de que no hubiera nadie en la zona antes de seguir a Gabriel.
Él ya había logrado colarse en la cabaña, y ella no podía quedarse atrás.
Descendió con cautela, su respiración contenida, su cuerpo tenso por la adrenalina.
Cuando cruzó la puerta, sintió un escalofrío recorriéndole la espalda.
El interior de la cabaña era pequeño y oscuro, con un fuerte olor a madera húmeda y metal oxidado. Las paredes estaban cubiertas de estanterías rudimentarias, repletas de cuchillos afilados, lazos, trampas de caza.
No era una simple cabaña.
Era un arsenal para cazar humanos.
Lía tragó saliva y se giró hacia Gabriel, quien estaba inmóvil frente a una mesa de madera, sus ojos clavados en algo que la hizo estremecerse.
Ella también lo vio.
Sobre la mesa, perfectamente organizadas, había más de veinte fotos de una misma persona.
Edward Williams.
El elegido número 124.
Lía sintió el pulso acelerarse mientras sus ojos recorrían las anotaciones alrededor de las imágenes.
Biografía.
Dirección.
Rutinas diarias.
Cada detalle de la vida de Ed estaba escrito con precisión, como si alguien lo hubiera estado observando por mucho tiempo.
—¿Qué mierda es esto? —susurró, con un nudo en la garganta.
Gabriel se pasó una mano por el cabello, sin apartar la vista de las fotos.
—Puede sentir las emociones ajenas como suyas propias…
Lía sintió que el suelo se volvía inestable bajo sus pies.
Gabriel le dedicó una mirada tensa.
—Lía… este chico es la siguiente víctima del cazador, ya no me persigue solo a mí.
Antes de que pudiera responder, se escuchó un crujido en el suelo de madera detrás de ellos.
Ambos se giraron al mismo tiempo.
Demasiado tarde.
La puerta de la cabaña se cerró de golpe.
Y una voz profunda y tranquila rompió el silencio.
—Sabía que vendrían.
El Cazador había vuelto.
Lía despertó en la vieja cama de Ed, empapada en sudor, el pecho subiendo y bajando con violencia.
El sueño seguía latiendo dentro de ella como una herida abierta.
El bosque.
Gabriel.
La cabaña.
No era solo un recuerdo: era una verdad disfrazada de sueño.
Lo había visto, sí, pero más aún… lo había sentido.
El miedo en los ojos de Gabriel, la tensión en su voz, la urgencia de quien está a punto de desenterrar algo inmenso.
Y el mensaje.
Gabriel quería que lo supiera.
Ed era el elegido número 124.
La única forma de confirmar si todo era real… era mirarlo a los ojos.
Se incorporó de golpe, con el corazón golpeándole el pecho.
Avanzó por el apartamento sin vacilar, impulsada por algo más fuerte que la duda.
Ed dormía en el sofá, ajeno a todo, envuelto en la calma de quien todavía ignora que el mundo ha cambiado.
Lía se detuvo un instante.
Lo miró.
Su respiración era serena. Tranquila.
Pero ella no tenía tiempo para esperas.
Apoyó ambas manos en el respaldo del sofá y lo sacudió con fuerza.
—¡Ed, despierta!
Él gruñó algo ininteligible antes de abrir los ojos con el ceño fruncido, confuso y molesto por la interrupción.
Pero antes de que pudiera decir nada, Lía lo soltó de golpe.
—Eres el elegido.
Ed la miró, aún medio dormido. —¿Qué…?
—Puedes sentir las emociones de los demás como si fueran tuyas, ¿verdad?
El sueño desapareció de su rostro en un instante.
Se quedó helado.
Ella lo sabía.
Pero ¿cómo?
Ed se incorporó enseguida, pasándose la mano por el rostro, tratando de despejarse. —¿Qué dices, Lía?
Su tono era seco, distante, como si intentara minimizar la conversación antes de que se saliera de control.
Pero Lía no estaba para evasivas.
—No me trates como una loca.
Se sentó a su lado, mirándolo fijamente.
—Lo he recordado. Gabriel buscaba algo, no sé el qué, pero el asesino te estaba buscando a ti. De hecho, sabía todo sobre ti. Aquí estamos en peligro.
Ed la observó con el ceño fruncido.
—Y eso te ha venido de repente a la mente.
—Lo he soñado.
Él soltó una carcajada breve, burlona.
—¿Toda esta mierda por una pesadilla?
Lía no parpadeó.
Editado: 31.03.2025