El Pesar De Las Almas

Capítulo 11: Primer contacto.

Después de una noche agitada, el sol ya se filtraba con desgano por las cortinas cuando ambos despertaron. No había palabras urgentes, solo el peso de lo que venía y una calma tensa entre los cuerpos cansados.

Lía fue la primera en levantarse y se metió en la ducha mientras Ed, aún con el sueño pegado a los ojos, se encargó de preparar una mochila. Agua, linterna, una navaja pequeña, sándwiches. Hizo varios, variando los ingredientes al azar, sin tener idea de cuáles le gustaban a ella. La duda le pareció absurda, casi cómica, pero no por ello menos real.

Estaban por adentrarse en el bosque. Con suerte, encontrarían la cabaña del sueño de Lía, pero antes harían una parada clave: Javi. Necesitaban el arma. No se trataba de paranoia, sino de instinto.

Cuando Lía salió del baño, ya estaba vestida y lista para salir. Su pelo, aún húmedo, estaba recogido en una coleta improvisada. No tenía secador, y sabía que más tarde le dolería la cabeza por la humedad, pero prefirió eso a perder tiempo.

—¿Nos vamos? —preguntó, ajustándose la chaqueta con un movimiento ágil.

Ed asintió, pero antes de moverse, se pasó una mano por la nuca. Había algo incómodo, una torpeza que no lograba disimular.

—Hice unos sándwiches —dijo—, pero no sé si te gustan los ingredientes.

Lía se encogió de hombros, divertida, con una sonrisa que bordeaba la burla sin herir.

—No tengo ni idea. Recuerda que mi cabeza... —se señaló la sien y agitó los dedos como si su memoria fuera humo escapando de su piel.

Ed soltó una risa breve, inesperada, pero auténtica. Una carcajada seca, sincera, como si hubiera salido sola, sin permiso.

Lía le devolvió la sonrisa, sin decir nada más.

Ambos tomaron sus cosas.
Y salieron del apartamento.

Javi vivía en una casa rodante, lo suficientemente alejada como para no oír nada del mundo, pero no tanto como para volverse inalcanzable. A veces dormía allí, otras se quedaba en el sofá grasiento de su taller de motos, dependiendo de lo fuerte que le pegara el viaje de turno. Era impredecible, como todo en él.

Cuando Ed llegó, no esperaba encontrarlo ya fuera, sentado en el escalón oxidado, con un cigarro de marihuana entre los dedos y su pitbull bebé tumbado a su lado, feliz, mordisqueando una rama como si fuera un premio.

Mierda.

Fue lo primero que pensó. Porque su plan era mantener a Lía lejos del radar, al menos hasta entender qué estaba ocurriendo. Pero ya era tarde.

Javi se puso en pie en cuanto los vio, y el cachorro lo siguió arrastrando la rama con la mandíbula apretada y los ojos brillantes.

—Qué huevos tienes —soltó con una sonrisa torcida—. Has venido a presentarme a tu novia.

—No es mi novia —murmuró Ed, sin detenerse.

Javi apoyó un brazo sobre la puerta del coche y ladeó la cabeza con aire burlón.

—Claro, claro. Y yo soy un monje budista.

Ed bufó, como si no tuviera tiempo para sus tonterías.

—Tengo que hablar contigo seriamente.

Pero Javi apenas lo miró. En su lugar, desvió la atención hacia Lía, observándola con una mezcla de descaro y curiosidad.

—Y tú… ¿cómo te llamas?

—Lía.

—Bonito nombre —dijo con una sonrisa descarada—. Bonita cara también.

Lía sonrió, entretenida por la actitud del chico, que parecía vivir en un perpetuo estado de broma.

—Gracias.

—¿Qué haces con este amargado?

Ed gruñó por lo bajo y lo empujó con el hombro hacia la puerta.

—Javi, esto es serio.

—¿Y cuándo no lo es contigo?

—Dentro.

Le abrió la puerta de la casa rodante y prácticamente lo empujó para que entrara.

Antes de cruzar el umbral, Javi se volvió hacia Lía con una media sonrisa y le guiñó un ojo.

—Cuida bien de tu chico.

Ella soltó una risita, sin molestarse.

Javi, satisfecho con su comentario, se internó en la casa rodante tras Ed.

—Necesito una pipa.

La frase fue directa. Fría.

Javi alzó una ceja, sin disimular la diversión.

—¿Para qué? ¿Vas a matar a tu suegro?

Ed suspiró, ya anticipando las bromas. Siempre era igual.

—Es por protección. Las calles están jodidas, hubo tres asaltos en el barrio esta semana.

Javi soltó una risa breve, casi musical, apoyándose contra la mesa metálica que usaba como todo: banco de trabajo, comedor, escritorio. Sabía que era mentira. Ed también lo sabía. Y los dos sabían

—Necesito una pipa.

Ed no se anduvo con rodeos. Lo dijo sin rodear el tema, con la seriedad de quien no tiene tiempo para juegos.

Javi alzó una ceja, con la sonrisa de siempre medio dibujada en la cara.

—¿Para qué? ¿Vas a matar a tu suegro?

Ed soltó un suspiro, uno largo, agotado, como si ya supiera de memoria cada broma que vendría después.

—Es por protección. Las calles están raras… hubo tres asaltos esta semana, todos por aquí cerca.

Javi dejó escapar una carcajada seca, apoyando la espalda contra la mesa desordenada del rincón. No dijo nada, pero no hacía falta. Los dos sabían que era una mentira. Una excusa barata.

Y aun así, no preguntó más.

Se agachó junto a una caja oxidada, removió algunas herramientas viejas y sacó una Glock 19 envuelta en un trapo. La colocó sobre la mesa con cuidado, como si se tratara de un trofeo, y a su lado dejó una caja de munición medio llena.

—No mates a tu suegro ni a nadie con mi pipa —dijo, pasándole el arma—. No quiero acabar en la cárcel por ser tu proveedor.

—No voy a matar a nadie, joder.

Ed revisó la pistola en silencio. El peso era familiar. Frío. Cómodo.

Javi lo observaba, ladeando la cabeza con una sonrisa que ya anunciaba la estupidez que venía a continuación.

—Oye… tu chica es guapa.

Ed ni respondió.

—Pero no la vayas a dejar preñada como a cierta señorita que anda por ahí, ¿eh?

La mandíbula de Ed se tensó. No era el momento. No era el tema. Pero Javi tenía el talento especial de hurgar justo donde dolía.



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En el texto hay: paranormal y poderes, #romance, #aventura

Editado: 31.03.2025

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