El Pesar De Las Almas

Capítulo 15: La grieta

Tenían dos semanas de hospedaje en el motel, aprovechando una oferta de estancia larga que les salió mucho más barata que pagar por días sueltos. Sabían que el tiempo era clave, así que implementaron una rutina bien estructurada.

Por las mañanas, se levantaban temprano, todavía algo aturdidos por las noches en vela pensando en el Cazador, en la profesora, en todo lo que habían descubierto. Pero en cuanto salían del motel y caminaban unas calles, el aroma del café recién hecho los despertaba del todo.

Siempre pasaban por la misma cafetería de esquina, una pequeña y acogedora con ventanales grandes y una barra de madera desgastada por los años. Ed pedía un café americano grande, bien cargado, mientras que Lía, aún acostumbrándose a su nueva rutina, a veces pedía latte con vainilla o incluso chocolate caliente en los días fríos.

Y para acompañarlo, no faltaban los dulces típicos de Boston. A veces compraban "Boston Cream Pie", una tarta esponjosa rellena de crema de vainilla y cubierta de chocolate. Otras veces optaban por "Apple Cider Donuts", rosquillas de sidra de manzana cubiertas de azúcar y canela, perfectas para el otoño. Pero sin duda, su favorito era el "Whoopie Pie", una especie de sándwich de pastel de chocolate con relleno de crema.

—Esto es una jodida maravilla —murmuraba Ed cada vez que mordía uno, dejando migas en el coche mientras Lía lo miraba con desaprobación.

Después de su desayuno improvisado, se dirigían a su verdadero propósito: vigilar a Margaret Holloway.

Aparcaban cerca de la Universidad de Boston, en una zona con suficiente movimiento como para que su presencia pasara desapercibida. Ya habían aprendido su rutina. Sabían su horario de descanso, el café al que iba siempre, la hora en que salía de la universidad y la dirección exacta de su casa.

Vivía en una zona acomodada de la ciudad, en una casa de ladrillo rojo con un jardín bien cuidado. Habían observado cómo cada tarde, después del trabajo, la profesora llegaba y era recibida por un hombre mayor, probablemente su marido, y una hija en sus veinte.

Pero salvo eso… nada más.

No se reunía con nadie extraño. No tenía comportamientos sospechosos. No parecía una amenaza.

Y sin embargo, su nombre seguía en la lista de Lía.

Cada día, mientras bebían café dentro del coche y la observaban a la distancia, se preguntaban la misma cosa.

¿Era ella una aliada… o una enemiga enmascarada?

+++

Al otro lado de la ciudad, tras cumplir con uno de sus encargos, el Cazador regresó a su rutina cotidiana, aquella que servía de disfraz perfecto ante el mundo: su trabajo de sustento familiar. Mientras sus verdaderas acciones se desarrollaban en las sombras, frente a los demás era un hombre ejemplar. Padre, esposo, profesional. Nadie sospecharía jamás que detrás de esa fachada impoluta se escondía un depredador meticuloso, paciente, letal.

Su esposa había salido con su hija para hacer algunas compras, lo que le concedía un par de horas de quietud, una ventana de tiempo en la que podía desconectar del personaje y replegarse hacia sí mismo. La casa estaba en silencio. El tipo de silencio que él apreciaba: denso, contenido, como una respiración contenida justo antes de apretar el gatillo.

Se dirigió a su estudio, un espacio limpio, funcional, diseñado con la misma precisión que volcaba en su trabajo. Sobre la gran mesa de madera, bajo una lámpara cálida, descansaban planos, bocetos, herramientas de dibujo. Su carrera como arquitecto no era solo una coartada. Era, también, una forma de orden. De lógica. Una expresión más de su necesidad de estructura. Proyectos de rascacielos, residencias privadas, restauraciones históricas. Cada línea estaba trazada con intención. Cada perspectiva, calculada al milímetro. Nada en su vida quedaba al azar.

Se sentó en su silla ergonómica, ajustó la posición del respaldo y se inclinó sobre los planos. Trabajó durante un rato, modificando detalles minúsculos, comprobando medidas, reajustando líneas. Concentrado, metódico, como si al resolver la simetría de un edificio pudiera contener el caos que lo habitaba por dentro. Pero tras una hora, cuando la necesidad de precisión comenzó a diluirse en la fatiga, se levantó y se dirigió al salón.

Se dejó caer en el sofá con un suspiro profundo, el tipo de exhalación que su cuerpo se permitía cuando nadie lo observaba. Tomó el mando del televisor y lo encendió sin siquiera mirar qué canal estaba sintonizado. La imagen apareció en pantalla con sonido moderado, y por inercia dejó que las noticias locales llenaran la estancia.

La reportera hablaba con tono neutro, profesional. A su lado, la imagen de una cabaña destruida por las llamas dominaba la pantalla.

"Incendio en el bosque de Middlesex. La cabaña quedó completamente calcinada. Las autoridades han confirmado que no hubo víctimas en el lugar. Las investigaciones sugieren que el fuego pudo haber sido provocado de manera intencional, aunque todavía no hay sospechosos. La policía ha solicitado la colaboración de testigos que pudieran haber visto algo inusual en la zona durante la noche del suceso. Seguiremos informando a medida que avancen las investigaciones."

El Cazador no reaccionó de inmediato. Se quedó inmóvil, con la mirada clavada en la pantalla, los ojos fijos, oscuros, vacíos. Solo sus dedos comenzaron a moverse, tamborileando con lentitud sobre el brazo del sofá, como una máquina que calcula, que analiza, que ya no necesita razonar porque la conclusión se impone por sí sola.

No hubo víctimas.

Esa afirmación, tan escueta, tan concreta, cambió el ritmo de sus pensamientos. No era una posibilidad. Era un hecho. Lía Montclair seguía viva. Y si ella estaba viva, entonces Edward Williams también.

El primer error. El primero en mucho tiempo.

La cabaña había sido un movimiento limpio, bien calculado. Había esperado el momento oportuno, elegido el lugar con precisión. Pero la información había fallado. La ejecución había sido imperfecta.



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En el texto hay: paranormal y poderes, #romance, #aventura

Editado: 31.03.2025

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