El pescador que murió ahogado

III

 Mercedes vaciló un momento. Su pasión más vehemente desembocaba en ayudar al prójimo. Sin aviso alguno, Mercedes se desprendió del agarre de Teodoro y marchó con pavor al lado del hombre ojigarzo.

—¡Este hombre tiene razón! —Aulló la bella Mercedes— ¡Los hermanos no pelean entre sí!

"Quien es ella", preguntó una mujer. "Es la novia del feo", respondió otra.

Poco a poco Mercedes y hombre de ojos ojizarcos llevaron a la multitud a la calma de los viejos tiempos, dispersaron a la muchedumbre con entonaciones melodiosas y promesas que nunca serian cumplidas.

—Gracias por tu ayuda bella doncella —Dijo el hombre de ojos ojizarcos. Tomó la mano de mercedes y beso su muñeca—. Soy el padre Benjamín, pero los fieles me llaman Hijo Del Cielo.

Aunque sus ropas no se semejaban a un religioso, Mercedes confió en su palabra ciegamente.

—Soy Mercedes —Respondió la muchacha. Extendió su mano para hacer las formalidades con el padre, pero antes de sus manos ansiosas se tocaran Teodoro se abalanzo sobre ella y estrecho la mano del padre fuertemente.

—Yo soy Teodoro, su pareja —Interrumpió el joven campesino.

Mercedes agachó su cabeza y miró a otra parte, evitando los ojos del hombre distinguido.

—Como te decía mi pequeña Mercedes —Retomo el padre Benjamín, soltando con violencia la mano del joven campesino—. Dios me ha enviando a estas tierras para expulsar el odio y la depravación de ellas.

—¡Sí, sí, sí! —Exclamó la muchacha— ¡Al fin, un salvador! —Salto de júbilo y rio de regocijo. Sentimientos que Teodoro jamás había visto en ella—. Déjeme ayudarlo, por favor, se lo pido.

—Claro, mi niña —El padre río—. Mientras más ayuda, más rápido podre erradicar esos dos males de esta bella nación. Ven conmigo —Tomó su bella y delicada mano—, haremos grandes cosas juntos, ¡en nombre del buen Dios!

El padre Benjamín y Mercedes emprendieron su viaje al centro de la ciudad que quedaba cerca de ahí. Según allí, el proyecto tendría su génesis. Mercedes se marchó sin despedirse, y camino con alborozo a lado del hombre distinguido. Teodoro quedó allí de pie, con el corazón en la mano y la aversión hacia el padre en la otra. Este es el principio del final, pensó. Y así seria, no solo para su joven amor.

El odio se disipó. Los burdeles se cerraron a la fuerza, hubo muertos y heridos. Pero el padre sostenía que era por amor. Pero tan pronto como el amor ganó, la muerte se presento. Mujeres y niños aparecieron apuñalados en las angostas calles, cada luna nueva y cada sol saliente. La sangre saturaba en grandes lagunajos las bellas calles. El pavor volvió hacer presencia en la vida de los pocos habitantes. Ya que el pequeño pueblo carecía de una fuerza policial, no quedó de otra que volver a las antiguas acusaciones al alzar. Se desterraron varios hombres, pero de nada serviría, el atroz demonio se fortalecía. Cada vez más y más pequeños se esparcían a lo largo y ancho de las bellas calles polvorientas. Al padre parecía importarle menos cada día. "Seguramente es su castigo por los viejos pecados", decía el hombre de bellos ojos ojizarcos. "Pero ya el buen Dios nos perdonó", aseguraban las mujeres.

Mientras el pequeño pueblo se hundía en el pánico,el feo Teodoro retomó su pasión más vehemente, su única pasión, la pesca. En el peñero de su padre, allí pasabas las     




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