El Peso De La Corona

-02-

—¿Se encuentra bien, su majestad?— Negué con la cabeza, no me sentía para nada bien.

 

—Mi padre está loco si cree que me casaré con una extraña— di vueltas en círculos.

 

—Su majestad, le recuerdo que está hablando de el rey— contestó el eunuco de manera nerviosa.

                                                                                                 

Era cierto, mi padre además de haber sido mi ejemplo a seguir era muy testarudo, un rey debe de ser firme con sus decisiones, además, todo el mundo no iba a estar siempre contento con sus decisiones, un rey tiene el poder porque nació en una posición superior, le pueblo es el súbdito del rey.

                                                              

—No entiendo ¿Por qué tengo que elegir a una de las hijas de los generales? ¿Por qué tienen que ser de ellas y no de las demás princesas que los reinos vecinos?— Cuestioné algo molesto.

                                   

—Recuerde que estamos en época de guerra, “a pesar de ser una buena estrategia unir reinos, debemos conquistar en este momento” esas fueron las palabras de su padre— dijo el eunuco con suma tranquilidad.

 

Lo había olvidado, mi padre, él estaba en proceso de expansión, eso es lo que había querido desde que mi abuelo murió a manos del enemigo, desde entonces, un odio y desprecio tan profundos hacia los extranjeros se formó en su corazón, primero caería muerto antes de permitir que extranjeros entrasen en son de paz.

 

Creía que lo siguiente era esperar a que llegasen las “elegidas” por mi padre, así podría casarme y satisfacer los deseos de él, esperaba que hubiera al menos una con porte real, pero ¿en qué estaba pensando mi padre?

 

—Si usted gusta, iré a ensillar al caballo para que dé un paseo— asentí.

 

—Usted es mi servidor más fiel, adelante— dije y después de hacer la reverencia salió del lugar.

 

Una de las cosas que más me tranquilizaban era salir a caballo, lo único malo… 

 

—¡Principe no vaya tan rápido!—

 

Es que me seguían a todos lados, sé que temían por mi seguridad y más en esos momentos, pero era increíblemente molesto que lo hicieran, ignoré sus comentarios y aumenté la velocidad, me gustaba sentir mi corazón acelerarse, creía que los mejores momentos eran en la guerra, como principe y futuro rey debía estar en cada una de ellas, me agradaba hacerlo y escuchar los gritos de admiración de los plebeyos, me hacían sentir como lo que era, alguien sumamente superior a ellos.

                                                   

—¡Por fin lo alcanzamos principe!— se bajaron algunos soldados de los caballos.

 

—¡Se supone que son guerreros! No deberían quedarse atrás ni un solo instante ¡Están siendo incompetentes! ¡Vuelvan al palacio y envíen a hombres capacitados!— Asintieron y volvieron al palacio.

                                                         

Asi era como se quitaban los estorbos, debía irme pronto para que los demás no me molestaran, me subí nuevamente al caballo y me dirigí al bosque, era un lugar tranquilo y nadie me molestaba allí, recordaba que cuando mi madre vivía, me traía a este tipo de lugares y jugábamos horas, había hecho para mí un columpio que aún está allí, de entre todos los lugares ese era mi predilecto. Comencé a jugar en él, me hacía sentir tan feliz y tranquilo, nadie sabía de ese lugar, o eso era lo que pensaba hasta aquel entonces.

                                                   

Aún se veía perfectamente la marca de nuestros nombres escritos, mi madre los había tallado, el de ella y el mío “¿cómo fue que te fuiste tan rápido? Eras tan joven, teníamos tantos juegos por jugar y tantas cosas que aprender de ti, aún tengo los rollos de las historias que tanto te gustaban leer, los leo cada vez que te extraño”

 

Ya de regreso al palacio, me encontré con mi padre, estaba por los alrededores, de seguro algo le estaba preocupando, pero su semblante duro no lo deja ver muy bien, acostumbramos a hablarnos sin palabras, eramos tan parecidos que no las utilizamos.

 

—¿Te sientes feliz por elegir a tu reina?— preguntó en un tono desinteresado.

 

—Si usted lo está, padre, yo también lo estoy— respondí inclinando mi cabeza.

 

—He elegido a las hijas de los generales más respetados del pueblo, esta boda garantizará que todos te teman— una sonrisa de lado se asomó por su gastada dentadura.

 

—Como usted dice, el pueblo temeroso, es un pueblo fiel, espero que haya una buena candidata— crucé mis brazos.

 




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