El Peso De La Corona

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—Mejor preparémonos, no quiero que el principe se vea mal en el juicio— dije para levantarme.

 

Mi hombro estaba doliendo un poco, pero no era la gran cosa realmente, podía continuar con mis actividades normales, la hora del juicio se acercaba, lo cual me ponía algo ansiosa y feliz al mismo tiempo. 

 

Me había preparado paral a ocasión, íbamos a terminar con Abundio de una ves por todas, podríamos traer a Maxi en la tarde, sin duda, este sería un gran día. 

 

—¿Lista?— preguntó Esteban extendiendo su brazo.

 

—¡Lista!— Exclamé enganchando mi brazo con el suyo, era hora, sentía que ha había nacido para este día, él era el primero que tenía que caer para que el reino pudiera levantarse.

 

El lugar estaba lleno de personas, todas estaban curiosas respecto a lo que iba a suceder, todos hablaban entre ellos y suponían qué crimen había cometido el consejero de confianza del rey para terminar de esta manera, unos decían que era soborno, otros sublevación, otros hurto, que intentaba matar al rey y se sumaban muchas cosas más a a lista, él estaba ahí, esperando su paga.

 

—¿En qué estás pensando Emma?— susurró Esteban con su mirada fija en Abundio.

 

—En los comentarios que los demás hacen, de cierta manera, esto funcionará también para enseñarles cómo comportarse ¿no lo crees?— lo miré fijamente.

 

—¿Te refieres a gobernar a través del miedo?— preguntó asombrado.

 

—No, creo que un pueblo que es amado por su rey, será fiel y lo amará de vuelta, pero también, que la injusticia debe ser castigada frente al pueblo, para que sepan que los demás también tienen derecho, no hay mejor que un reino justo, lo malo, es que no todos soportan vivir en un lugar justo— expliqué llevando la mirada al rey que acababa de subir a la tarima.

 

Las miradas de todos se posaron sobre él, un enorme silencio invadió el lugar, todos estaban a la espectativa de lo que sucedería, en un pasado, si tenías una posición alta en el palacio, podrías hacer lo que querías sin ser juzgado, eso… está a punto de cambiar.

 

—El día de hoy vamos a juzgar el caso del antiguo consejero Abundio,  sus crimenes se remontan a muchos años atrás, en los que la reina aún vivía, mi hijo Esteban, vio cómo Abundio envenenaba la copa de la reina, esto lo supe hace un par de días, cuando mi hijo decidió revelar la verdad detrás de la muerte de mi esposa, otro de sus crimenes, es una sublevación en mi contra, añadiendo a eso que invadió los aposentos reales e intentó abusar de la esposa de mi hijo— Todos se observaban confundidos y asombrados —él ha demostrado tantas veces su sed de poder, que ha olvidado el honor que se le ha concedido, pero eso cambiará hoy, el puesto que se le otorgó en el pasado, será dado a una persona merecedora de eso, una, que ha demostrado su lealtad al rey, Emma— el rey vio en mi dirección  mientras yo estaba confundida —Ella fue quien ideó el plan para llevar a Abundio directo a su trampa, hizo que por boca del mismo Abundio conociéramos el motivo de la muerte de la reina y descubrió dónde guardaba el veneno que usaría en nosotros— Las miradas de los presentes eran de indignación, luego, se posaron en mí.

 

Yo estaba algo confundida, se suponía que no sería ese el plan, me limité a sonreir y a saludar con mi mano, mientras con la otra sujetaba el brazo de Esteban.

 

—Emma— susurró Esteban, después de ganar mi atención continuó —No me entierres tus uñas por favor, me dejarás sin un brazo— sonrió levemente mientras yo lo soltaba de repente. 

 

Abundio fue puesto justo delante del rey, este lo miró con desprecio y le dijo:

 

—Por todas las atrocidades que has hecho aquí, por asesinar a la reina y a aquella mujer inocente, serás juzgado— Tomó una espada en su mano —no seré yo quién acabe contigo, será… una de tus víctimas— se giró en mi dirección y extendió la espada, al parecer, sería yo la encargada de vengar la sangre derramada.

 

Mi hombro aún dolía, pero no podía negarme a lo que estaba en frente de mí, me acerqué al rey y tomando la espada en mis manos, me incliné para dedicarle unas últimas palabras a ese hombre.

 

—Mi padre me decía: “El peor enemigo de una persona es ella misma, porque cuando se embriaga de soberbia y orgullo, hace hasta lo imposible por destruir todo a su alrededor, pero termina destruyéndose, quedando solo y miserable” es una pena que haya decidido tomar un mal camino, arrastrando consigo la vida de esas dos mujeres y su familia, ahora, morirá por la mano de una mujer y para mí, es un honor vengar sus muertes, pero no se sienta mal, cuidaré bien de mi esposo y mi hijo— al terminar de hablar elevé la espada y con fuerza la dejé caer.

 

El pueblo estuvo en silencio por cinco segundos, pero después de eso, gritaron de felicidad, llevé con disimulo mi mano al hombro, quizá debería haber usado la otra, el rey sonrió y se acercó a mí.




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