Te quiero, pero no te puedo querer.
Te quiero como se quiere un atardecer: desde la distancia, sin tocarlo, porque acercarse sería desvanecerlo. Mis brazos se extienden, pero no alcanzan; no es la longitud, es la verdad que los detiene. Mi corazón late por ti, pero su eco me advierte de los precipicios que nunca debí pisar.
Mi cuerpo gravita hacia ti, pero es una órbita peligrosa, un cometa que se estrella contra su propia osadía. Mi mente, esa que debería ser mía, ya no lo es: se entrelaza con la tuya, pero susurra siempre lo mismo: "No es correcto".
Hoy podría cruzar el umbral, tomar tu mano, pero… ¿y si al cruzarlo ya no hay retorno? ¿Qué soy sin lo que quedaría atrás? Ganarte sería perderme; no tomarte, tal vez salvarme. Pero, ¿de qué sirve salvarse si el vacío te devora desde dentro?
Así que callaré. Contaré a la luna lo que tú jamás escucharás. Soltaré lo que nunca debí aferrar. Dejaré de soñarte, de construirte en mi silencio. Y por encima de todo, aprenderé a no quererte. Porque hay amores que no nacen para ser vividos, sino para morir en el abismo del alma.