Carta a Federico Nietzsche
Amigo, Federico:
Recibe un saludo con toda mi admiración y respeto.
Cuando era estudiante de filosofía tuve la suerte de recibir clases de un profesor canadiense. Era Master en filosofía. Tenía una metodología muy especial para dar las clases. Una de las clases fuiste tu. El profesor era muy metódico y organizado, tanto en sus clases como en su vida personal. Nos exigía estar sobre los libros todo el tiempo. Cosa que hacíamos con mucho gusto y placer, aunque con mucho trabajo, pues teníamos que leer muchos libros para responder a sus exigencias. Es después que se reconoce el esfuerzo y sus frutos.
Cuando en el pensum de estudios apareció “Historia de la Filosofía en la Edad Contemporánea”, nos sentimos muy satisfechos porque íbamos avanzando normalmente. Y al llegar a ti, el profesor, apenas dio unos pincelazos sobre tu vida y sobre tu pensamiento. Sabíamos que se trataba del “nihilismo”. En su metodología estaba el despertarnos la curiosidad. Todo lo demás nos tocaba a nosotros como estudiantes. Imagínate el mundo de cosas que teníamos que leer para tener más o menos ideas claras. Siempre contábamos con el asesoramiento del profesor quien nos guiaba y orientaba cuando nos deteníamos en lo que era menos importante, o insistiendo en cuál era la idea principal.
Al final de cada semestre teníamos un seminario de sus materias. Cada alumno escogía el tema que le más interesaba, según lo que habíamos visto en clase. Eso nos daba la ventaja de conocer más. Cada uno tenía que exponer en clase al resto de los compañeros, quienes a veces, con la sana intención de ponerlo a uno asustado y nervioso, le lanzaban preguntas con sana doble intención: fulminarlo o pulirlo más en el tema que se exponía.
Recuerdo que yo escogí tu filosofía, amigo Nietzsche. Me gustaba mucho porque entre otras cosas tu hablabas de “la muerte de Dios”, del “superhombre”. Y quería profundizar desde mis inquietudes de estudiante. Fue, entonces, cuando pasaron por mis manos tus ideas, que se recogían en tu libro Así habló Zaratustra, y muchos otros estudiosos críticos que te analizaban.
En esa escogencia descubrí que tú eres muy leído por los jóvenes y que significas para ellos una lectura obligada, por tu estilo. Me sentí muy satisfecho de haberte escogido. También descubrí, según los estudiosos de tu filosofía, que tu te proponías crear un libro análogo a la Biblia. Con sentencias y hasta dividido como ella. Te proponías sustituir a la Biblia con la idea del “superhombre”, como consecuencia de la muerte de Dios. Y te inventaste a Zaratustra. Una especie de hombre sabio que vivía en la montaña y que tenía la necesidad de comunicar a los hombres sus descubrimientos. Tu Zaratustra tenía 30 años. La misma edad de Jesús de Nazareth. Vivió en la montaña un buen tiempo. Lo retiraste a la soledad como presentan a Jesús de Nazareth los evangelistas. Así como Jesús conversaba con Dios, su Padre; Zaratustra reflexionaba con el Sol, al que le pide que le bendiga en el nuevo camino que va a emprender.
Tu personaje baja de la montaña a enseñar a los hombres. El primero que se encuentra es “al santo”, con quien conversa, para decirse, después, para sus adentros: “¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!”
Después lo ubicas en la ciudad donde enseña que: “el hombre es algo que deber ser superado. Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflejo de esa gran marea, y retroceder al animal más bien que superar al hombre? Yo os enseño el superhombre”.
Y Zaratustra empieza así su evangelio, en el que critica la postura cristiana en el mundo. Y cuestiona la visión de la humildad que tiene el cristianismo. En esta parte me pareces, realmente, muy interesante. Y creo, que en cierta manera, tienes mucha razón.
Después, en tu libro El Anti-Cristo, expones que hay que despreciar la humildad, la debilidad y “la falsa caridad y comprensión”. Y que hay que poner en su lugar al Súper-hombre. Me imagino el escándalo que formaste con estas ideas.
Algunos pensadores consideran que la puesta en práctica de tu Súper-hombre se consiguió en la persona de Hitler. Y Hitler resultó un verdadero monstruo para la humanidad. Imagínate la práctica de crear una raza pura, la raza aria, para lo que había eliminar a toda raza inferior. Un verdadero monstruo.
Amigo, Nietzsche, quizás la aplicación de tus ideas sean anti-humanas. Lo son. No lo discutamos. Lo son. Sin embargo, algunos reconocen que al Dios que tu mataste no fue el metafísico, es decir, al ser necesario, según la filosofía. Sino al Dios inventado por muchos hombres. Y, hasta cierto punto, se puede decir que tenías razón al darle el “descanse en paz”. Ya que muchos vivimos con un Dios a nuestra manera. Manipulamos. Cometemos injusticias. Y justificamos muchas torpezas en nombre de ese Dios, o amparándonos en ese Dios, a la nuestra. La historia así lo comprueba.
Tengo que agradecerte el susto que nos has dado. Muchos se asustan ante la posibilidad de la muerte verdadera de Dios. A mí no me asusta. Porque Dios sigue siéndolo, aun cuando en nuestras cabezas, la idea del verdadero Dios haya que purificarla. Creo, que por aquí hay que verte. Aunque viéndolo bien, al matar la idea de Dios, y al decir que Dios es más invento del hombre, se genera un mundo invivible. Si matamos a Dios y todo lo que él significa el mundo se le va a convertir al hombre en una imposición del más fuerte. Y esto sería un caos. Y una verdadera tragedia el vivir. Y se justificaría la imposición del Súper-hombre. Y, aquí, sí que no estoy de acuerdo contigo. Pero, te agradezco el sustico que nos echaste. Esto nos ayudará. No lo niego.